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Irán: república totalitaria

Desde que empezaron las protestas por el asesinato de Masha Amini han sido detenidas 14.000 personas en Irán. Autores y cineastas como Marjane Satrapi o Jafar Panahi, que lleva desde el 11 de julio en la cárcel, llevan años criticando el régimen con sus obras.

 

 

A mediados de septiembre Masha Amini, una joven de 22 años, fue detenida en Teherán por la Policía de la Moral, que consideró que no llevaba el velo correctamente. El asesinato de esta joven a manos de la policía –que dice que sufrió una parada cardiaca– ha desatado una ola de protestas contra el régimen. Desde entonces, las detenciones y los asesinatos a mujeres que protestaban y quemaban sus velos se han sucedido. La escritora y profesora –ahora jubilada– Azar Nafisi, autora de Leer Lolita en Teherán, ha escrito en The Guardian que una de las cosas que le sorprenden de los jóvenes manifestantes es que, a diferencia de su generación, no son ideológicos: “Están diciendo: queremos vida y libertad y una vida decente. Están pidiendo unidad. Para las mujeres iraníes, este movimiento es existencial. Están diciendo: no podemos tolerar más esta imposición sobre quiénes somos. Y por eso el régimen no puede ganar. Pueden desmontar organizaciones políticas, pero ¿qué van a hacer con los miles y miles que están saliendo a la calle negándose a llevar el velo?”.

La periodista Carolina Gómez Ángel cierra su magnífico reportaje en la revista 5w “La generación iraní que no tiene miedo” desde Teherán: “La falta de libertades en Irán no discrimina sexo ni género, pero las mujeres han pagado el mayor precio desde la victoria de la Revolución. Uno de los pilares sobre los que los clérigos fundaron la República Islámica fue la castidad de la mujer, ejemplarizada en su vestir pero también extendida a muchos otros aspectos. Su vida y su palabra valen la mitad que la de un hombre ante la ley. Su cuerpo pasó a ser prácticamente propiedad del Estado y el velo se convirtió en uno de los pilares sobre los que se construyó este sistema, regido bajo la figura del Velayat al faqih (guardian de la jurisprudencia islámica): un concepto que tiene sus origenes en el islam chiita y que es fundamental para entender el sistema iraní actual.”

Que la revolución islámica se cebó especialmente con las mujeres lo sabíamos al menos desde Persépolis, estupendos cómic y película de Marjane Satrapi. Bordados, reeditado el año pasado, era aún más estremecedor al indagar en la relación de las mujeres iraníes con el sexo. Que la República Islámica ahogaba a los jóvenes también lo había contado otra película, Nadie sabe nada de gatos persas, de Bahman Ghobadi. Ahí dos jóvenes trataban de formar una banda de rock en Teherán. Cuando llegó a España, en 2010, el entonces crítico de cine de El país Jordi Costa escribió: “El destino, muy puñetero en las películas de tan acusado corte ideológico, priva a los personajes de poder comprobar, en una hipotética secuela, que en Occidente entran en juego otras mordazas, menos visibles, pero no necesariamente más sutiles.” Azar Nafisi, en el mismo artículo citado antes: “Me frustro mucho en Occidente porque, cuando hablo de la situación de las mujeres en Irán, alguien inevitablemente dirá: ‘Pero estás occidentalizada y es su cultura’. Y me enfada mucho, como si Occidente tuviera el monopolio de la libertad, y el ADN de las mujeres iraníes fuera de alguna manera diferente, por lo que no quieren la libertad de elección; quieren casarse a los nueve años o morir lapidadas por prostitución. Es un insulto, porque esto no es religión; mi abuela era musulmana ortodoxa y nunca obligó a sus hijos y nietos a usar el velo. Mi madre se consideraba musulmana y nunca usó uno. El régimen ha confiscado la religión, usándola como ideología, y este es un gran tema de mentalidad fundamentalista y totalitaria en todo el mundo. Le digo a la gente que toda cultura tiene algo de lo que avergonzarse: el fascismo y el comunismo alguna vez fueron la cultura de Europa; la esclavitud fue una vez la cultura de los Estados Unidos. Y toda cultura tiene derecho a cambiar.”

Al año siguiente a que se estrenara Nadie sabe nada de gatos persas, el cineasta Jafar Panahi estrenó su primera película clandestina: Esto no es una película. Su participación en las protestas por sospecha de fraude electoral en 2009 le valió una condena a veinte años de arresto domiciliario, la prohibición de rodar y de salir del país. A esa pequeña obra maestra le han seguido: Taxi Teherán (2015), Three faces (2018), Close curtain (2018, codirigida con Kambuzia Partovi) y No bears (2022), que pudo verse en Venecia y en la Seminci. Jafar Panahi lleva en la cárcel desde el pasado mes de julio, cuando acudió a interesarse por el arresto de otros dos cineastas,  Mohammad Rasoulof y Mostafa Al Ahmad.

El cineasta Jafar Panahi ha sido condenado a seis años de prisión. Lleva en la cárcel desde el 11 de julio. En el pase oficial de la película en el Festival de Venecia su silla estaba vacía. Según Naciones Unidas, desde que empezaron las protestas por el asesinato de Masha Amini 14.000 personas han sido detenidas, incluyendo menores.

 

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