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Irene Montero o el arte de mentir

La defensa de las mujeres queda en un segundo plano porque lo que importa verdaderamente es la derrota electoral que anuncian los sondeos para el 28M

Si hiciéramos un esfuerzo y pudiéramos volver a situarnos  una semana antes de que una moción de censura echara del gobierno a Mariano Rajoy; si tuviéramos esa posibilidad a nuestro alcance y ya hubiéramos asumido que el país caería en las manos de un tipo que, sin estrenarse, ya apuntaba las formas de la frivolidad y la mentira, si esa posibilidad estuviera disponible. Nadie en este país podría haber imaginado que el debate público naciera de dos jóvenes mujeres de mirada esquinada y verbo ácido cuando hablan de sus enemigos -ellas no tiene adversarios- o manifiestan estar siempre, o casi siempre, en posesión de la razón. Los que adolecen de esta patología de la personalidad participan de una singularidad: nunca reconocen que tienen semejante desviación.

Ni Irene Montero ni Ione Belarra son conscientes de que la arrogancia, ni siquiera la equivocación y el disparate de sus ideas elevadas a leyes, no es otra cosa que la síntesis perfecta de la soberbia. Y con soberbia se puede mandar, pero no es posible gobernar. Gobernar exige mesura, sosiego, equilibrio y preparación, porque cuando lo haces se debería pensar en todos los españoles y no solo en los que te han votado, lo que en sí mismo es la más contundente expresión del sectarismo aplicado a la política. No hay declaración en la que Montero no luzca esa soberbia. No hay plano en la televisión en el que Belarra no aparezca enfadada. Cabreada más bien.

Las señoras -¿podré llamarlas así sin que me califique de machista?- son dos hiatos que la lógica y la política más sutiles no pueden digerir

Para cualquier ciudadano medianamente informado, imaginar que hoy íbamos a estar enzarzados en debates bizantinos sobre una ley cuya enunciación -del sí es sí- ya produce bochorno, le resultaría increíble. Tampoco éramos capaces de adivinar la existencia de tantos tipos de familia como Belarra ha querido imaginar: Familia múltiple, LGTBI homomarental y homoparental, reconstituida, intercultural, transnacional o familias de personas solas, entre otras. Y menos podíamos conjeturar que, tantos años después, la titular de Asuntos Sociales colocara en el debate público argumentos que eran viejos cuando ella no había nacido: el capitalismo despiadado de algunos empresarios, Juan Roig, a la cabeza. Las señoras -¿podré llamarlas así sin que me califique de machista?- son dos hiatos que la lógica y la política más sutiles no pueden digerir. El trazo gordo y desabrido cada vez que hablan sólo envía un mensaje a quien las escucha: tú no tienes ni idea.

Con estos antecedentes es fácil imaginar a las dos ministras en sus trece, siempre en sus trece, y resultaría milagroso que en algún momento de sus cortas vidas políticas reconocieran algún error. Se equivocan siempre otros. En ellas no hay espacio para la hermenéutica y por eso no hay la más mínima posibilidad de debatir lo que hacen, porque siempre están en el uso de la razón. La verdad les importa poco, es la razón impuesta y cerrada.

Dejo ahí a Belarra, registrando los nombres de los capitalistas despiadados que están matando de hambre al pueblo. Ignoro si sabe que el dinero que ella recibe como salario es público, pero que antes fue privado. Si no lo sabe se lo recuerdo. Y es por esta razón por la que puede pensar que algo de ese dinero ha servido en algún momento para que ella haya estudiado y haya terminado, destrozando el cálculo de probabilidades, en un sillón en el Gabinete ministerial.

Irene Montero es la culpable, ella junto a esa otra señora que se ríe en público cuando habla del maltrato contra las mujeres, y a la que sus secuaces llaman Pan

Sus argumentos son débiles y, sin embargo, engatusan a una buena cantidad de gente que no atina a preguntarse dónde está el problema de lo que plantean en sus soflamas. Y no se lo preguntan porque, en el fondo, saben la respuesta: Irene Montero es la culpable, ella junto a esa otra señora que se ríe en público cuando habla del maltrato contra las mujeres, y a la que sus secuaces llaman Pam.
Ahora nos cuentan que el Gobierno quiere -ojo al verbo-, “perfeccionar” la ley del sí es sí. Pero sucede que así no podemos seguir. Que es un escándalo mayúsculo el goteo de abusadores y violadores que salen de la cárcel, mientras se observa cómo la inepcia de esta muchacha metida a ministra, lejos de corregir, se reafirma en el disparate. Esta semana llegaremos con seguridad a los 300 beneficiados. La culpa siempre es de otros y sobre todo de los jueces machistas, a los que hay que reeducar y formar en los valores que la ministra hace suyos pero que al menos la mitad de la población rechazamos.

Estamos, quizá, en la antesala de la ruptura de la coalición social comunista, algo que empiezan a necesitar uno y otro socio del Gobierno. Pero esta es cuestión menor si reparamos en lo sustancial, que no es otra cosa que Pedro Sánchez desea ¡ahora! la modificación de esta ley infame porque advierte el desgaste y sus efectos en las encuestas. Al final, la defensa de las mujeres queda en un segundo lugar, porque lo que importar verdaderamente es la derrota electoral que anuncian los sondeos para el 28M.

Montero, no va a dimitir, porque todo es cosa de una conspiración de jueces fachas. Si no lo ha hecho ya, perdamos toda esperanza. El Gobierno demediado de Sánchez no tiene capacidad para cesarla. ¿Y el Ministerio de Justicia, anda por ahí, dice algo, piensa algo la ministra o con la señora Llop no va esto?

Qué tiene que ver el consentimiento con que una mujer haya tenido que irse de Zamora porque su maltratador no deja de enviarle mensajes desde la cárcel en los que le adelanta que le va a cortar el cuello

Irene Montero, cuya desfachatez es inconmensurable, sigue hablando de la importancia del consentimiento recogido en la ley, como si esa fuera la cuestión. No confunda a la gente, no la trate de idiota, porque eso es lo único decente del bodrio que ha engendrado. Qué tiene que ver el consentimiento con que una mujer haya tenido que irse de Zamora porque su maltratador, que se va a beneficiar de la ley del sí es si, no deja de enviarle mensajes desde la cárcel en los que le adelanta que le va a cortar el cuello cuando salga. Por qué no coge el teléfono la ministra y llama a esa señora y le explica lo del consentimiento a ver qué pasa.

La titular de Igualdad acaba de afirmar que todo responde a “una indecente ofensiva de la derecha mediática y judicial”. Habrá quien le compre la mercancía e incluso vuelva a votar. Siempre habrá gente incapaz de decidir entre las mentiras con algo de verdad y las verdades con algo de mentira. Nada se puede decir salvo compadecer al incauto y al que no quiere saber. A los demás nos toca esperar tiempos en que los ministerios no se regalen ni se rifen en España. Y ver cuanto queda para que empiece el circo de la ruptura entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, el mismo que sigue moviendo la cuna.

 

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