Irene Vallejo: Entusiasmo
Vista desde el exterior, la pasión amorosa parece muy nociva para el bienestar y la salud. Obsesiona la mente y hace desfallecer el cuerpo. Mientras no se consigue realizarla, causa dolor. Cuando se disfruta, se teme perderla. Tras la pérdida, se añora. En el amor a menudo se siente miedo, o frustración, o celos, o un anhelo torturador. Y sin embargo, casi todos queremos estar apasionadamente enamorados. Tanta unanimidad es un hondo misterio. Porque no son los amantes los únicos que se abrazan a sus pasiones, también los más inexpertos, a fuerza de imaginarse el amor, se impacientan esperando iniciarse. Incluso quienes han fracasado tratan de reencontrarse con el amor una vez más.
¿Por qué? Los antiguos griegos tenían una respuesta. Para ellos, los amantes eran invadidos por un dios que se filtraba en su ser. Lo llamaban «entusiasmo», que significa » tener dentro la divinidad». Los escogidos eran seres «inspirados», es decir, «depositarios de un soplo mágico», como los poetas y los adivinos, todos ellos locos que pagan un alto precio por su privilegio. Por eso, según los griegos, deseamos esa dolorosa bendición; cuando nos enamoramos, un licor divino entra a mares en nuestra sangre, una nube cargada de dioses nos alcanza con su rayo y al menos por un momento nos rescata de la rutina y de la vulgaridad. La pasión nos gusta porque es, sencillamente, una forma endiablada de endiosamiento.