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Irene Vallejo: La memoria de los muros

La Gran Muralla China tiene 300 años más de lo que se pensaba | Cultura

 

Vivimos en varias épocas a la vez: la era tecnológica y los viejos
tiempos. Cuando creíamos que los únicos muros del futuro estarían
en Facebook, vuelven con fuerza los anticuados telones de acero y
hormigón. Cuando los mensajes, las imágenes y sobre todo el
dinero viajan instantáneamente por un mundo hiperconectado, las
personas son retenidas por vallas electrificadas.
El muro más ambicioso jamás concebido es la Gran Muralla
china: más de veinte mil kilómetros de fortificaciones construidas y
reconstruidas a lo largo de once siglos, desde la frontera con Corea
hasta el desierto del Gobi. Miles, tal vez millones de trabajadores
murieron durante las largas obras. Fue edificada para proteger al
rico imperio chino de agresiones exteriores, pero resultó poco eficaz
y no consiguió frenar las invasiones de Gengis Kan ni el ataque
manchú. La historia de esta quimérica fortaleza es toda una lección
sobre la falsa seguridad de las vallas. Como escribió Heráclito, los
pueblos deben combatir más por la ley que por las murallas de su
ciudad. Los muros no nos salvan, su única función es proteger los
miedos: dibujan una línea imaginaria entre nosotros y los otros,
entre la civilización y la presunta barbarie. Se construyen hacia el
interior, creyendo que se puede encerrar fuera a los demás. En
realidad, los prisioneros mentales son los de dentro.

 

 

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