Irene Vallejo: No se vayan
Uno de los alegatos más conmovedores que se han pronunciado
llamando al público en apoyo de la creación artística tuvo lugar en la
antigua Roma, hace veintitrés siglos. Se estrenaba una obra teatral
que después perduraría a través del tiempo, La suegra, de Terencio.
Allí la protagonista se ve acusada de haber provocado, por su mal
carácter, un alejamiento entre su hijo y su nuera. La perplejidad de
este personaje, que no tiene culpa, inicia una trama cuajada de
secretos e intrigas que se van revelando gradualmente al
espectador, pero no a los implicados. El desenlace, de una gran
modernidad, resuelve la situación sin que la mayoría de personajes
lleguen a enterarse de lo realmente sucedido.
Se ha conservado el discurso que pronunció el viejo director de
la compañía después de dos fracasos sucesivos. Hay que
imaginarlo a solas sobre el escenario antes del tercer intento,
pidiendo otra oportunidad a los espectadores: “La primera vez que
presenté La suegra, la competencia de unos púgiles me arruinó. De
nuevo la traje a la escena. Cuando llegó el rumor de que había una
pelea de gladiadores, la gente salió corriendo a buscar sitio. Hoy se
me ha dado otra ocasión. Por favor, quédense y presten atención
para que otros poetas tengan ganas de seguir escribiendo y yo la
posibilidad de seguir trabajando. Sean mis valedores y sostengan
con su prestigio mi prestigio”.
Siempre habrá otros entretenimientos más fáciles y baratos que
el arte. Pero el futuro de la creación está en manos de un tipo muy
especial de público, que busca sin complejos formas más complejas
de diversión.