Irene Vallejo recibe el premio de las Letras Aragonesas y lo dedica a su profesora en el instituto
La escritora aragonesa asegura tras recibirlo que "Aragón es territorio de mestizaje y de frontera, de mudéjares y traductores"
Carmen Romeo, una humilde profesora de Lengua y Literatura, tomó un taxi un día en Zaragoza. «Lléveme al Instituto Goya, por favor», dijo. Y, el taxista, con un punto de asombro, le preguntó: «¿No conocerá usted a Carmen Romeo?». «Sí la conozco, sí». «Es profesora de mi hijo. No leía nada, y nos contó que una de las primeras cosas que hizo la profesora fue prohibirles que leyeran el Quijote, que como mucho leerían un capítulo en todo el curso. Y… ¿sabe una cosa? Sé que mi hijo se ha leído el Quijote entero a escondidas».
Hay profesores que dejan una honda huella en sus alumnos, y por eso, aunque en ningún momento lo pretendió, Carmen Romeo fue ayer protagonista del acto de entrega del premio de las Letras Aragonesas 2023. Después de que Irene Vallejo recibiera el galardón de manos del presidente, Jorge Azcón, al acabar los discursos y el protocolo, la escritora se sumergió en el océano de butacas del público para estrecharse en un largo y emocionado abrazo con su profesora de Lengua y Literatura en COU. Y le susurró al oído: «¿Te acuerdas que fue de tu mano que yo gané el premio Los Nuevos de Alfaguara? Hoy se cierra el círculo».
«Irene era una chica muy especial –recordaba Carmen Romeo al terminar el acto–. Tenía una biblioteca entera en la cabeza y ese año que le di clases me ‘sufrió’ nueve horas a la semana. Un día me trajo un relato que había escrito y me quedé tan impactada que la convencí para que se presentara al premio de Alfaguara».
Mencionando a su profesora inició Irene Vallejo su discurso: «Con sus clases vibrantes, con su palabra solar, con su inteligencia audaz, abrió pétalo a pétalo mi secreto –dijo–. Nutrió mi osadía. Si un profesor los comprendió cuando ningún compañero lo hacía, si una profesora les cambió la vida, entenderán este homenaje y esta emoción». Ahí quedó eso. La entrega del Premio de las Letras Aragonesas, que todos los años tiene un recorrido previsible, monódico, se convirtió a partir de ahí en un torrente de emociones.
Más de un centenar de personas asistieron ayer al acto, celebrado incluso con jotas en el Museo Pablo Serrano, que aligeró de obras de arte una de sus plantas para dar cobijo a la ceremonia. Entre los invitados, desde la ex directora de la Biblioteca Nacional Ana Santos a la pintora Julia Dorado, pasando por el fotógrafo Rafael Navarro o el escritor Agustín Sánchez Vidal. Y la familia de la escritora, obviamente, con su compañero Enrique y su hijo Pedro también como protagonistas.
Vallejo recibió el galardón por ser «el mejor exponente del gran momento que viven las letras aragonesas, un fenómeno del que es fiel representante». Y por el éxito arrollador de ‘El infinito en un junco’, que llevó a las librerías en 2019 y del que se han vendido ya más de millón y medio de ejemplares en los 40 idiomas y 60 países en los que se ha publicado.
La profesora María Ángeles Naval explicó ese éxito «por la capacidad que tiene de conectar el pasado con el presente». El escritor José Luis Melero glosó 12 cualidades en Irene Vallejo y subrayó que ‘El infinito en un junco’ «hubiera sido distinto en manos de otro escritor, aunque contara lo mismo». Y el presidente aragonés, Jorge Azcón destacó que «la cultura es el alimento del alma y el triunfo de Irene es síntoma de la buena salud de la cultura aragonesa, del extraordinario valor de nuestros profesionales».
Pero todo quedó opacado por el discurso de la escritora y el torrente de emociones que liberó nada más empezar. Arrancando con la literatura oral y los hombres y mujeres de la Antigüedad, Irene Vallejo fue pasando páginas de la historia a toda velocidad, deteniéndose en una serie de personajes, en su mayor parte aragoneses, que llevaron el infinito al junco: Pedro Alfonso, los traductores de Tarazona, Ibn Gabirol, Miguel Servet, Baltasar Gracián, Josefa Amar y Borbón y su olvidado ‘Discurso en defensa del talento de las mujeres’, María Moliner, Goya, Buñuel, Sender…
Y explicó esta abundancia por el hecho de que «Aragón es territorio de mestizaje y de frontera, de mudéjares y traductores. Fuimos terreno fértil para la curiosidad filosófica y científica (…) Somos gentes mestizas, somos raros».
Acuñó, uno tras otro, aforismos perfectos como esferas: ‘El mundo no vuelve a ser el mismo tras pronunciar ciertas frases’, ‘la palabra es un hechizo cargado de futuro’, ‘en las escuelas aprendemos a urdir las palabras que seremos’. Y defendió, como hace casi siempre que toma la palabra en público, la sanidad pública, que a ella le «salvó del naufragio y me hizo libre para perseguir el sueño de la niña filóloga que fui: convertirme en escritora«.
Y cuando el público tenía ya el alma encogida, remató: «Nuestra mente empareja seres de carne y hueso con seres inventados. Por eso, también forman parte de la realidad las fantasías, la poesía, los disparates y las ficciones que exploran y explican el mundo. La imaginación es el primer lugar donde edificamos el porvenir. Seamos parte gozosa de este cuento de nunca acabar«. Y quedó libre para fundirse en un abrazo con su profesora.
«Estoy muy emocionada por que haya conseguido tantos lectores en todo el mundo –aseguraba Carmen Romeo–. No tengo adjetivos. Pero el mérito es suyo. Enseñar literatura es fácil; lo verdaderamente difícil es saber escribir».