Irene Vallejo: Síndrome de Ulises

Todas las familias son emigrantes. Cada hogar añora a alguien que salió hacia lo desconocido: abuelos, tíos, hijos o sobrinos. Ante la catarata de discursos xenófobos que nos anegan, entremos en su piel y su angustia: la lucha por la supervivencia, la lejanía de los seres queridos, las barreras del idioma y el acento, las leyes hostiles, el rechazo racista, la indefensión, la soledad y el fantasma del fracaso. Los psiquiatras han denominado ‘síndrome de Ulises’ a los trastornos de salud que padecen los inmigrantes a causa de la ansiedad prolongada. Según los cálculos, en sus manifestaciones extremas, afecta a más de cincuenta millones de personas en los horizontes de todo el mundo. Debe su nombre a Ulises, el héroe griego que luchó durante una década en la guerra de Troya y después vagabundeó de costa a costa durante otros diez años.
Lejos de Ítaca, afrontó todos los peligros imaginables, invadido siempre por la nostalgia de Penélope y su hijo Telémaco. Perdió el rumbo muchas veces, sufrió agresiones, naufragios, pérdidas, y a menudo pareció que su destino era extraviarse sin remedio. Homero cuenta que la diosa de la inteligencia, Atenea, siempre estuvo de su parte y acudía a infundirle esperanza en sus momentos de desconsuelo. La divinidad más sabia nos diría hoy que atemorizar al inmigrante resquebraja nuestra propia seguridad.