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Irónicamente tierna, livianamente profunda: Maria Wisława Anna Szymborska

Prodavinci se suma al homenaje que, en ocasión de cumplirse los 25 años de haber recibido el premio Nobel, rinde a la poeta Wisława Szymborska la Embajada de Polonia en Venezuela. Abrimos con un texto de Milena Łukasiewicz, Encargada de Negocios a.i. de la República de Polonia en nuestro país.

 

Fotografía de JANEK SKARZYNSKI / AFP

 

 

Los trazos de una pluma

1923 fue el año que marcó el nacimiento de Wisława Szymborska, una mujer original que disfrutaba del impacto de las palabras en el papel y, más aún, de arropar su vida privada. La autora siempre se mostró extremadamente celosa de su intimidad y fue reacia para conceder entrevistas, pues consideraba que todo lo que tenía que decir sobre sí misma estaba dentro de sus poemas.

Es así que en las vagas y cortas biografías que se encuentran sobre ella, sólo se puede acceder a poca información de lo que fue su vida. De su infancia, se rescata que la poeta polaca nació en Prowent, localidad que fue absorbida por Bnin, la que a su vez hoy forma parte de Kórnik, cerca de la ciudad de Poznań, al noreste de Polonia. El punto de partida en la génesis lírica de la autora, se produce en 1931 con el traslado de la familia de Wincenty Szymborski y Anna de Rottermund, sus padres, a Cracovia, cuando la pequeña Wisława tenía tan solo ocho años de edad.

Fue en esa ciudad monumental, histórica y de larga tradición literaria, donde Szymborska no sólo se vincula a algunos de los grupos y movimientos poéticos nacidos en los ambientes de la lírica de posguerra, sino que también opta por adquirir una formación humanista académica. Estudió filología polaca y sociología entre los años 1945 y 1948, en la Universidad de Cracovia, una de las más antiguas e importantes de la Europa medieval y renacentista, lo que, de alguna manera, también imprimió en ella las huellas de un pasado pleno de talento literario respirado en las aulas de la Jagellónica.

A partir de entonces, inició su camino literario, consagrado esencialmente a la poesía, aunque también a la crítica y al ensayo en diversas publicaciones periódicas, en particular en Vida Literaria. Allí aparecieron desde 1968 sus «folletines literarios», a modo de poco convencionales críticas, que serían publicados en forma de libro en dos volúmenes, entre 1973 y 1981. Fue desdoblando su talento sobre hojas en blanco que luego la posicionaron como una de las voces poéticas más sobresalientes de toda Polonia.

En sus primeros 73 años de vida sólo había concedido una decena de entrevistas cortas. La poeta tenía el pensamiento de que hablar de uno mismo en público empobrecía el interior. Decía: «Confesarse públicamente es como perder tu propia alma. Hay que guardar algo para uno. No puede derrocharse todo». “Soy una persona muy chapada a la antigua, que se resiste a hablar de sí misma. Aunque quizás sea, más bien, al contrario: soy vanguardista. ¿Y si en épocas venideras la moda de desnudarse públicamente fuera cosa del pasado?”. Añadía también: «Al contrario que la moda actual, no creo que todos los momentos vividos en común sirvan para mercadear con ellos».

Los datos biográficos que se conocen de Szymborska hablan de fechas, lugares y hechos puntuales. A ella no le gustaba explicar los hechos ni tampoco recordar fechas, pues como afirma implícitamente en su famoso poema Para escribir un currículum, la verdadera esencia de toda vida no se puede reducir, aunque así se impone, a un montón de fechas, lugares, sucesos y demás datos externos, olvidando lo que conforma realmente al ser humano que vive esos factores externos desde su propia esencia.

Wisława Szymborska nunca habló de sus sentimientos, de su vida interior o de las huellas que en su vida tuvieron las trágicas experiencias que vivió durante la II Guerra Mundial —como fueron la ocupación nazi y el holocausto que propició— y, posteriormente, la invasión soviética de Polonia, el pánico del estalinismo y la trágica etapa que esto supuso: el sufrimiento y las consiguientes pérdidas de seres humano cercanos. A todo ello se unía la incertidumbre de un futuro que se teñía de oscuridad y el miedo que provocaban los diferentes cambios políticos que dejaron miles de víctimas, vidas atormentadas, desolación y muerte.

Permanecía siempre oculta en el claroscuro de su enigmática personalidad. Dedicada al trabajo silencioso y a la creación poética en la intimidad de su juventud, esquivó siempre las vanidades humanas y las excentricidades a las que la genialidad literaria lleva en muchas ocasiones a los escritores.

Intentó plasmar sus reflexiones personales y su propio mundo interior a través de su obra, buscando de alguna u otra manera el equilibrio espiritual perdido por los trágicos hechos que vivía Polonia. Promovía, en el panorama de la lírica polaca contemporánea, un guiño a la esperanza, un punto de partida para el reencuentro del ser humano consigo mismo en el nuevo milenio. Reclamaba para el ser humano su soledad, su esencia única e irrepetible, su derecho a caer y levantarse, su cauce aún por construir haciendo uso de las propias manos.

Murió a los 88 años de edad en Cracovia, Polonia, víctima de un cáncer de pulmón. «Falleció en casa, tranquila, mientras dormía», explicó a la prensa su secretario personal, Michal Rusinek, quien recordó que la escritora fue siempre una fumadora incorregible a pesar de las constantes advertencias de los médicos, no sin antes haber dejado a Polonia y al mundo entero el regalo de sus creaciones literarias.

 

 

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