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Isabel Coixet: A veces sólo quiero escribir sobre comida

 

huevos con mayonesa

 

Sé que llevo una racha larga escribiendo sobre cosas terribles. Me siento a escribir y no me sale otra cosa: masacres, crímenes, dolor, conflicto, más dolor. Es entonces cuando me digo: «Basta de catástrofes, basta de horrores, ponte las pilas y escribe sobre las cosas buenas de la vida, que las hay».

Y entonces no aparecen en lo que escribo ni actos de solidaridad inaudita ni estampas amables ni personas heroicas ni anécdotas sobre patos y perros que se creen hermanos y duermen juntos. Entonces, a sabiendas de los comentarios y críticas de los que seré merecedora cuando estas líneas aparezcan, me sale escribir sobre bares, restaurantes, chiringuitos, tabernas, beber, comer. Como si no hubiera ya bastante gente hablando de todo eso, pensarán algunos. Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de comida en el Primer Mundo? ¿Hablar de comer es sólo hablar de comer?

 

Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de comida en el Primer Mundo? ¿Hablar de comer es sólo hablar de comer?

 

Un lugar: Aux Vieux Garçons. Boulevard Saint Germain, París. Un bistró donde se reunían en los años cincuenta los escritores que se oponían a la Nouvelle roman. Comida tardía en un día húmedo, lluvioso, frío. Un restaurante sin turistas, un lugar para comer sin pretensiones, sin carta interminable y a unos precios más que razonables. Un lugar para sentarme sola con un papel y un boli y hacer listas de todas las cosas que debo hacer, aunque ese ‘debo’ ya anule las ganas de hacerlas. Una carta simple en la que leo la descripción de un plato que, de entrada, me horroriza: vieiras con crema de chorizo. No me gusta el chorizo ni en crema ni en paella ni en nada. Si pudiera les pediría que lo retiraran de la carta. Pero a tanto no me atrevo. Ahora en los restaurantes, cuando reservas, te preguntan si tienes alergias e intolerancias: yo siempre estoy tentada de decir: «alergia e intolerancia a ponerle chorizo a las cosas que no sean una fabada y al hilo musical con versiones baratas de Depeche Mode» o «intolerancia a los camareros que recalcan con énfasis que la clienta no espera a nadie y comerá sola». Sentarse en la mesa de un restaurante es un ejercicio de tolerancia mutua. Así que me centro en las cosas que me gustan. Y ahí están los clásicos, los imprescindibles en cualquier bistró (‘neo’ o de toda la vida) que se precie: los huevos con mayonesa. Sé que fuera de Francia los huevos con mayonesa son vistos como un anacronismo nostálgico de pícnics setenteros. Confieso que me encantan. Y si, como estos que sirven aquí, llevan mostaza mezclada con la mayonesa pueden alcanzar cotas sublimes.

Hay otras cosas que me gustan en la carta, pero decido que lo que realmente quiero probar, además de los huevos, es una tarta Tatin de pera al caramelo salado. 

Sé que es un menú que podría sacar de quicio a cualquier nutricionista, dietista o incluso a cualquier digestólogo o proctólogo. Pero es exactamente lo que necesito este día raro y en este lugar, cuyos camareros no pestañean cuando añado al pedido una botella de agua del grifo y un café…

 

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