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Isabel Coixet: Águilas y anguilas

De los millones de clasificaciones y divisiones entre los seres humanos, una que me gusta especialmente es la que divide a las personas entre águilas y anguilas. Las águilas, que es como si dijéramos los vips de los seres humanos, son los seres que planean por encima de los problemas, nobles, buenos, sólo atacan para alimentarse, gráciles, elegantes… Las águilas son conscientes de su superioridad moral  y pasan por encima de las desdichas de todo bicho que brujulee bajo ellas. Las águilas no tienen ni siquiera que juzgarnos a los que no somos águilas porque no nos ven, no entramos en su órbita de visión.

Las anguilas… pues las anguilas somos todos los demás, los que vamos trampeando, los que sabemos muy bien que no somos águilas, los que intentamos todo el rato hacerlo lo mejor que podemos, pero fallamos estrepitosamente. Los que nos culpamos. Los que hacemos como si no nos enteramos de los desprecios de las águilas, a las que miramos con arrobo pensando que algún día quizás no tan lejano no tendremos que seguir escondiéndonos, trampeando.

 

Tengo la sensación de que vivo en un mundo de ayatolás que opinan, juzgan, sentencian y destruyen desde una ficticia superioridad moral

 

A veces, las personas, por unos instantes, nos creemos águilas: «Yo veo lo que nadie ve, sé lo que nadie sabe, entiendo lo que nadie entiende», pero, si tenemos una cierta edad y experiencia, a los dos minutos nos decimos «baja del burro, águila, venga ya» y ya volvemos a ser anguilas, nadando entre corrientes con un agudo sentimiento de culpa, esquivando a las otras anguilas como buenamente podemos, avanzando unos trechos y retrocediendo otros tantos. Somos únicamente las anguilas las que nos creemos águilas momentáneamente. Las águilas de verdad nunca se ven como anguilas en ningún momento; ni borrachas se ven así. Ellas están llenas de una mismidad monolítica que no deja espacio a que ni en sueños se vean como un puercoespín u otra cosa.

Supongo que, a estas alturas del texto, muchos lectores estarán preguntándose de qué demonios está hablando esta mujer y a quién se refiere cuando habla de estos animales. Pues es muy fácil: últimamente tengo la sensación de que vivo en un mundo de ayatolás que opinan y juzgan y sentencian y destruyen desde una ficticia superioridad moral. Da igual en qué terreno. Si protestas por el pueblo saharaui, te dicen que qué vergüenza, que por qué no has dicho nada de lo que pasa en Cuba. Si manifiestas tu solidaridad con las mujeres iraníes, te dicen que qué pasa con Ucrania o con la ablación en Uganda. Hagamos lo que hagamos las anguilas, allá están ellas, majestuosas, desdeñosas. No hay nada que les satisfaga o contente o aprueben porque mientras vuelan tan alto, tiesas y dignas, sin mojarse nunca, jamás de los jamases moverán una pluma por cambiar la situación de ninguna pobre anguila. No sé qué ocurrirá el día que las águilas vean su reflejo en el agua y vean que las anguilas luchando contra la corriente somos todos.

 

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