Isabel Coixet: ‘Alguien debería prohibir los domingos por la tarde’
No me gusta mi voz. Cuando la escucho grabada, es como si todos mis defectos y vulnerabilidades afloraran en ella. Por eso procuro no escucharme. Mucha gente detesta su propia voz. Como si al prestarle atención se nos hiciera añicos la imagen idealizada que nos hacemos de ella. Hay personas que ni siquiera son capaces de reconocer su voz grabada. Eso me ha ocurrido en más de una ocasión.
Hace ya dos años Radio 3 me ofreció la oportunidad de hacer un programa cada domingo por la tarde, en el que puedo compartir con los oyentes textos de todo tipo, canciones, poemas, confesiones, frases, manifiestos, conversaciones robadas… Hasta me permito alguna entrevista. Paso mucho tiempo sopesando las cosas que leo y las canciones que las acompañan. Puedo modificar una playlist treinta veces hasta que me parece que doy con la combinación correcta. ¿Demasiadas canciones tristes de The Tindersticks? Las compenso con algo de Bertrand Burgalat. ¿Textos sacados de un manual para jóvenes parejas católicas de los años cincuenta? Los mezclo con temas setenteros funky y temas que poco o nada tengan que ver con los temarios para ejercicios espirituales. Me divierto haciendo combinaciones locas o a veces no tan locas.
Me gusta pensar que la radio está ahí, discretamente en segundo plano, desgranando palabras y música, haciendo compañía, haciendo mucha compañía
Con el programa he descubierto que las cartas de la mujer de Tolstói tienen correspondencias con ciertas cartas de Sylvia Plath; que fragmentos de El maestro y Margarita casan armoniosamente con temas de Cardi B o con tangos de Gardel. Que las canciones de Nick Drake y Françoise Hardy se complementan bien con textos de Joan Didion. Y que cualquier texto, hasta el más banal, suena mil veces mejor encima de una banda sonora de Ryuichi Sakamoto.
El programa, que se llama Alguien debería prohibir los domingos por la tarde, se emite justamente en domingo a las cinco de la tarde, una hora aciaga (por motivos que ya he explicado otras veces en esta columna) donde mucha gente está al volante yendo y viniendo de algún lugar donde pasó el fin de semana. Me consta que escuchan el programa en el coche e, inconscientemente, pienso en combinaciones de palabras y música que acompañen diversos trayectos, diferentes paisajes.
A veces, los domingos, me imagino cómo sonará mi voz en esos lugares. Una carretera cruzando la Alcarria. La autovía saliendo de Vigo. La autopista con la que se llega a Málaga. Me gusta también imaginarme a alguien en un balcón, a la sombra, apoyado en la barandilla, silencioso, mientras de fondo suena el programa. Me gusta pensar que la radio está ahí, discretamente en segundo plano, desgranando palabras y música, haciendo compañía, haciendo mucha compañía. Me imagino también a las personas que escuchan el programa en diferido, en el pódcast de Radio 3, en otros momentos que no son domingo. ¿Sentirán lo mismo aunque sea miércoles por la tarde o jueves por la noche? Cuando grabo el programa, también siento que ese oyente al que no conozco me hace compañía a mí.