Isabel Coixet: Balance inacabado
Soy muy del ahora y del mañana, poco de mirar al pasado, como no sea el de los libros de historia del XIX, pero últimamente, con eso de que una cumple años y le dan premios a la carrera, en cada entrevista sale lo del ‘balance’, el ‘legado‘, el ‘¿qué sensación tienes cuando miras atrás?’, esas cosas que los periodistas se ven obligados por no sé qué extraño resorte a preguntar a todas las personas de mi generación.
Supongo que nos imaginan en nuestro sillón de cuero con una mano debajo del mentón mientras acariciamos al gato que ronronea y clavamos nuestra mirada en el fuego crepitante de la chimenea ‘rumiando’ cómo nuestros logros han cambiado el devenir de la humanidad y han escalado las más altas cumbres de la historia del cine. Como no tengo gato ni sillón de cuero ni chimenea y, cuando me pongo la mano en el mentón para reflexionar, sólo pienso en que espero no encontrarme ahí un pelo rebelde y rizado, supongo que no computo en el panteón de todo aquel que piensa en balances, legados y demás.
Si me obligo a mirar al pasado, es sólo para cultivar aún más mi proverbial sentimiento de perplejidad y reforzar la idea de que mi, llamémosla así, ‘carrera’ es un milagro
Si me obligo a mirar al pasado, es sólo para cultivar aún más mi proverbial sentimiento de perplejidad y reforzar la idea de que mi, llamémosla así, ‘carrera’ es un milagro. He sido, soy, lo menos parecido a una persona destinada al éxito que conozco. No he estado nunca donde tocaba estar, he llegado o demasiado pronto o demasiado tarde a todas partes. He dicho lo que pensaba sin pensar en si me iba a reportar beneficios o maleficios. Cuando me atreví a decir en público que quería hacer películas, no hizo falta que nadie me dijera que tuviera un plan B para sobrevivir: eso venía ya de serie.
He querido más de lo que me han querido. He esperado en vano la gratitud y el cariño de aquellos a los que he querido y ayudado y supongo que una parte de mí, esa parte inocente a la que ni la edad ni los desengaños consiguen asesinar, sigue esperando. Soy inconsciente, curiosa, tenaz, cabezota, apasionada, tímida, contradictoria y temperamental. Tengo prontos coléricos (como mi madre) que se pasan a los tres minutos y luego me cabreo conmigo misma por haberme dejado llevar por el pronto. Soy generosa como lo era mi padre (por naturaleza y por egoísmo). Creo que tengo sentido del humor porque, si no, no me cabe en la cabeza cómo he podido sobrevivir en un mundo donde un día te insultan a destajo y al día siguiente te abrazan y te dicen que eres ‘una genia’.
He conseguido no creerme a los que me insultan y tener a distancia a los que me alaban. Me he embarcado en aventuras absurdas pensando que en el camino les encontraría sentido; a veces incluso se lo he encontrado. He rodado películas en muchos sitios del mundo y he aprendido algo que es quizás una de las pocas cosas que intento transmitir a través de mis películas y de lo que a veces escribo. Cuando estás detrás de una cámara, en Tokio, Barcelona, París, Uzbekistán o Caracas, donde sea, pasas a formar parte de una tierra sin fronteras ni pasaportes, ni siquiera banderas. Una tierra sin tiempo. Una tierra sin religión, pero con ritos y con algunos formidables dioses y diosas, vivos y muertos. Ésta ha sido, es y será mi única tierra: la del cine. Valga este texto como una especie de balance inacabado.