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Isabel Coixet: Café pendiente

Creo que la palabra ‘café’ es la que aparece más en estos artículos. Cafés buenos, cafés malos. Cafés aguados, cafés quemados, cafés perfectos. Etíopes, nigerianos, colombianos, keniatas, italianos.

Es asombrosa la capacidad de una palabra para evocar tantas historias, tantos encuentros, tantos lugares y situaciones. Acabo de ver un documental alrededor del mundo del café que transcurre en tres ciudades del mundo, Buenos Aires, Nápoles y Nueva York: Café pendiente. En Nápoles, en el siglo pasado, surgió la tradición de dejar pagada la consumición de un café para la próxima persona que acudiera a un determinado establecimiento y no pudiera pagarlo: «Il caffè sospeso». Esta tradición ha continuado hasta nuestros días y hay cafeterías que ponen en la puerta la lista de personas que han dejado un café pagado y las van borrando a medida que se consumen. Es este un ritual que permite a los sintecho acceder por unos instantes a la vida ‘normal’ mediante una solidaridad anónima. El documental recorre Nápoles de la mano de un joven emigrante rumano que, tras pasar su adolescencia en la cárcel, pasa por un programa de reinserción que le lleva a servir cafés en la cafetería del palacio de Justicia, donde los camareros le enseñan el arte de hacer un buen expreso italiano, algo que parece sencillo, pero que no todo el mundo domina.

La expresión ‘tomar un café’ significa algo más: es pasar un tiempo juntos, hablar cara a cara, debatir, conversar, reír, sonreír, quizás discutir o llorar, quién sabe…

Otro de los episodios transcurre en un histórico café de Buenos Aires, donde el escritor Martín Malharro tuvo casi residencia porque, desde su mesa, observando las idas y venidas de los parroquianos, escribió gran parte de su obra.

El tercero (quizás para mí el menos interesante) relata la historia de una mujer cuyo padre, un emigrante italiano, fue el inventor de una cafetera especial llamada Unimatic en los años setenta. A la muerte de este, descubre cinco mil cafeteras Unimatic en un viejo almacén abandonado y se dedica a venderlas junto con bolsas de granos de café cuidadosamente seleccionados.

Entremezcladas con estas historias, encontramos testimonios de personajes como sociólogos, camareros, bailarines, trabajadores sociales que resaltan el valor simbólico de la expresión ‘tomar un café’, que significa algo más que tomar un café: es pasar un tiempo juntos, hablar cara a cara, debatir, conversar, reír, sonreír, quizás discutir o llorar, quién sabe.

La novelista y directora francesa Amanda Sthers publicó también el año pasado una novela llamada Le café suspendu, llena de delicadeza y poesía, donde un narrador, Jacques Madelin, instalado en Nápoles tras una decepción amorosa, contempla el mundo pasar desde la terraza de un café y cuenta las historias, reales o imaginarias, de diferentes personajes (una mujer que quiere conservar a su marido y se pone de acuerdo con su amante; un hombre que teme dormir; un médico chino que quiere curar a la gente sana…).

Las tres historias del documental Il caffè sospeso y la novela de Amanda Sthers se cruzan en el tiempo y el espacio para recordarnos que no pasemos al lado de las pequeñas cosas de la vida porque de ellas nacen o dependen, muchas veces, otras cosas, las que creemos grandes.

 

 

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