Isabel Coixet: Cisnes de toalla
Llegar a la habitación de un hotel tras un largo viaje tiene estas cosas: que sobre la colcha de la cama, como mudos testigos de tu extrañeza y de tu cansancio, a veces encuentras toallas modeladas como cisnes, palomas o flores. Hay algo de inocente y tierno en estasformas, te imaginas perfectamente a la mujer (normalmente es una mujer) que, tras limpiar concienzudamente la habitación, haciendo desaparecer las huellas de los últimos huéspedes, se dispone a dar la bienvenida a los nuevos con estas figuras que inmediatamente son destruidas para ser utilizadas para su función primigenia: secar.
El arte de hacer figuras con las toallas se llama ‘toalloflexia’ y nació con la invención de la toalla en el siglo XVII en Turquía, en la ciudad de Bursa. Las toallas eran entonces meros pedazos de tela de algodón o de lino tejido que se llamaban ‘pestamel’. Estos mantos cubrían todo el cuerpo. Su uso era típico en los baños turcos, ya que se mantenían ligeros al mojarse y eran bastante absorbentes. En el siglo XVIII se añadieron aros en los bordes y decoraciones bordadas en ellas, práctica que ha durado hasta hoy. Aunque la expresión ‘tirar la toalla’ se utiliza en el boxeo y en la vida cuando abandonamos un proyecto, su origen no es deportivo, sino que se remonta a la época de los romanos.
Para mí, son un poderoso recordatorio de que vivimos en un mundo donde todo es arbitrario, donde vivir o morir sólo depende de un giro del destino
Durante los combates entre gladiadores, los espectadores portaban pañuelos para secarse el sudor. Si un gladiador estaba herido y no podía continuar la pelea, podía señalar un pañuelo y pedir clemencia al juez o al emperador, según el caso. Si ellos tiraban sus pañuelos al suelo, esa era la señal de que la pelea había terminado. No sé por qué estas escenas en la arena de gladiadores y emperadores me aterran en las películas. Recuerdo con terror a Peter Ustinov como Nerón, moviendo caprichosamente el dedo arriba o abajo y condenando así la vida de gladiadores o cristianos. Esa arbitrariedad con la que se decide la vida o la muerte de alguien siempre me ha dado miedo. Durante años he tenido una pesadilla recurrente: corro una maratón en un circo romano y todos corren mucho más que yo, que me quedo cada vez más rezagada, y tengo la convicción de que, si no avanzo más rápido, alguien decidirá dar paso a los leones para que me devoren. Y este sueño me remite indefectiblemente a las figuras hechas en toalla, ignoro absolutamente el porqué: cuando entro en una habitación de hotel y las veo sobre la cama, me vienen siempre a la mente ráfagas de imágenes del universo de los circos romanos, fanfarrias aterradoras, rugido de leones.
En una de mis películas, Nieva en Benidorm, un cisne de toalla obsesiona al protagonista: es el símbolo de todo lo que se le escapa a ese británico melancólico que se pierde en Benidorm buscando a su hermano. Muchas personas vieron en ello un detalle kitsch que se perdía en el paisaje aún más kitsch de Benidorm, pero para mí los cisnes de toalla eran un poderoso recordatorio de que vivimos en un mundo donde todo es arbitrario, donde vivir o morir sólo depende de un giro del destino, en un mundo donde hay muchas cosas que no tienen ninguna explicación por más que nos empeñemos en crear un relato que las justifica. Y, sin embargo, parecemos estar programados para buscarle las explicaciones a todo, nos remontamos a la historia para decirnos «claro, si es que esto se debe a esto y esto otro y lo de más allá». Nos iremos de este mundo sin tener ni idea de cómo llegamos a él ni de por y para qué y sin que esa ignorancia nos haya impedido disfrutar a ratos de la vida. Nunca sabremos por qué alguien un día decidió modelar las toallas como flores, corazones o cisnes. O cisnes en forma de corazón, que también los hay.