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Isabel Coixet: El día que Sinatra me miró (creo)

Empecé a conocer a Sinatra por el final, por uno de sus últimos álbumes, que compré de rebajas en El Corte Inglés, un triple disco que se llamaba Past, present and future y que compré por error. Ese álbum fue un puñetazo para mí: tuve que tragarme todos los años que me había pasado burlándome de mi padre, que siempre decía que Sinatra era el mejor cantante de todos los tiempos después de Mario Lanza, que era su ídolo.

 

El disco condensaba todas las épocas de Sinatra y casi todos sus estilos, también sus voces, porque no es el mismo Sinatra el de los años de Capitol Records que el que graba con Jobim o el que graba las canciones de McKuen, Irving Berlin o Cole Porter. Me pasé días escuchando Trilogy, pensando en cómo podía haber sido tan mema por no haber escuchado a Sinatra antes. Una de las canciones del álbum Future, You and me, ha sido una de mis favoritas y escucharla me lleva exactamente a mi yo de veinte años, sentada en el suelo de mi habitación con las piernas encogidas, con las letras en inglés delante, aprendiéndome de memoria «You and me we wanted it all, passion without pain, sunshine without rainy days…» («Tú y yo lo quisimos todo, pasión sin dolor, sol sin días lluviosos…»). Y desde ese momento empecé a coleccionar sus discos mezclándolos con los de Zappa, Bowie, Soft Machine, Talking Heads, la Velvet, The Cure, que eran –y son– mis grupos favoritos.

 

 

 

«Me empeñé en ir a verlo, ante las burlas de la gente a mi alrededor que no entendía mi pasión por el cantante»

 

 

 

 

Y en 1986 leí que Sinatra iba a dar un concierto en Madrid y me empeñé en ir a verlo, ante las burlas de toda la gente que tenía a mi alrededor, que no entendían (creo que ahora ya sí…) mi pasión por un cantante que en los ochenta ya era considerado una especie de fósil. Los días antes del concierto corrían muchos rumores. Que había pedido un helicóptero para ir del Ritz al Bernabéu (no era cierto), que había pedido una flota de Mercedes para desplazarse con su séquito, que las entradas (carísimas) no se habían vendido, que el concierto no se iba a celebrar, que habían tenido que regalar las entradas a los americanos de Torrejón de Ardoz y que ni siquiera ellos las querían. Pero llegó el día y allí estaba yo, con mi entrada de las primeras filas, porque algo me decía que ésta iba a ser la única oportunidad que iba a tener en mi vida de ver a Sinatra. Cuando cantó la primera canción, pensé que había cometido un gran error, que el dinero que había pedido prestado para el viaje, la pensión, el bocadillo y el concierto me iba a pesar el resto de mi vida. Fly me to the moon sonó mal, el cantante parecía fatigado, frágil, sudoroso nada más empezar, ausente. Pero poco a poco Sinatra empezó a concentrarse, a cantar mejor, a apoderarse del inmenso escenario. Y cada canción sonó como debía sonar, con la voz de un hombre que había pasado por todas las épocas de la vida, por todas las peripecias y los altibajos y que todavía se preguntaba qué estaba haciendo allí. Recuerdo que cantó Let’s face the music and dance como si ese hubiera sido el lema de su existencia. Recuerdo que después de My way, que cantó con una voz sorprendentemente joven, empezó un castillo de fuegos artificiales y él se quedó mirándolos con una media sonrisa. Y recuerdo que cantó I´ve got you under my skin con un fraseo tan perfecto que se me saltaron las lágrimas y que me vio y se acercó al borde del escenario y me señaló cuando la canción dice «for the sake of having you near». O quizá fue a un soldado americano que estaba detrás de mí. Aunque prefiero creer que fue a mí, al menos así se lo contaré a mis nietos puede que algún día…

 

 

 

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