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Isabel Coixet: El porqué de los suspiros

Isabel Coixet

 

Me fascinan las personas que dedican su vida a la investigación. Yo quise ser una de ellas y fracasé estrepitosamente. Tras pasarme dos años en una hemeroteca (hablo de una era pre-Internet, por supuesto) y otro año en archivos de ayuntamientos de Aragón, haciendo acopio de documentos sobre las comunidades libertarias durante la Guerra Civil, una mañana dejé de engañarme a mí misma y me enfrenté a la realidad: a mí lo que me gustaba, más que investigar, era inventar. Fantasear, crear, recrear. Romantizar.

Lo cierto es que fue un profesor de la Facultad de Historia el que me lo dijo tras leer un texto que escribí sobre la comunidad de Graus (Huesca), quizás la más armónica de las comunidades que se crearon en ese periodo: «Coixet, dedíquese a la ficción porque esto que me trae es una invención de usted; porque ¿de dónde saca esto de que los de Graus  tuvieron siempre nostalgia de ese escaso año y medio que duró la cosa? ¡Eso es una suposición de usted!». No me puso mala nota, pero no volví a pisar un archivo. A veces yo sí siento nostalgia del olor a cerrado y del polvo, de esos lugares donde se refugia el pasado en medio de un caótico desorden y tú debes abrirte paso en él y descubrir ese testimonio que cambió el curso de ciertos acontecimientos de la historia. Pero no he vuelto a mirar atrás, aunque reconozco que el poso que da haber estudiado Historia me marcó para siempre.

Fue un profesor de la Facultad de Historia el que me lo dijo: «Coixet, dedíquese a la ficción porque esto que me trae es una invención suya»

 

Hoy, a poco que uno navegue, Google te trae, sin que se lo pidas, investigaciones del más variado pelaje. Un grupo de científicos australianos ha dedicado varios años a certificar las aventuras sexuales de los cangrejos de Byron Bay, el lugar de moda, con ciertos tipos de botella de cerveza australiana. Otro grupo, este en Estados Unidos, ha concluido, tras dos años de conjeturas, que las tortugas de patas rojas, que bostezan una media de cinco veces cada hora, a diferencia de los humanos, no se contagian el bostezo entre sí. Unos estudiosos franceses, tras hacer el seguimiento de doce carteros a lo largo de varios meses, han llegado a la conclusión de que, con la ropa puesta, hay una diferencia térmica en el escroto humano: el lado izquierdo está ligeramente más caliente que el derecho. Una de las guerras más absurdas de la historia (que ya es decir) se produjo entre Bolonia y Módena (1325) a raíz del robo de un cubo de agua: de ahí que se llame ‘la guerra del cubo’. Este conflicto, que ya dio en su día origen a numerosos textos, sigue proporcionando a los historiadores materia para seguir investigando y especulando, además de explicar la ancestral tirria que se tienen estas dos ciudades. Ahora existe una tesis incluso que afirma que la tirria venía de antes, pero todavía no se han puesto de acuerdo sobre el tema.

Hay una rama de la investigación que siempre me ha fascinado: la que investiga la naturaleza del suspiro. Se supone que suspiramos inconscientemente unas doce veces por hora para evitar el colapso de los alveolos de los pulmones. Pues bien, un grupo de sabios ha invertido años y cuantiosos fondos en averiguar la relación entre el número de veces que una persona suspira y su propensión a pedir postre o renunciar a él en un restaurante. A mayor número de suspiros por hora, más ganas tienes de decir «por supuesto» cuando te ofrecen la carta de los postres de un restaurante. Ahora lo entiendo todo.

 

 

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