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Isabel Coixet: ‘Emmanuel in Paris’

 

Hay chicas que caminan con tacones vertiginosos por calles adoquinadas y húmedas y no se caen. Hay croissants gigantes y mousse de chocolate gigantes y copas de vino también gigantes. Hay puestas de sol en tecnicolor. Hay brillo. Mucho brillo. Bling bling hasta en la sopa de cebolla. Hay romanticismo, pero el amor brilla por su ausencia. Hay un sexo arcaico carente de la más elemental sensualidad: dos chicas se besan y tú sientes que su beso no obedece sino a una nota a pie de página de la casilla de la inclusión, igual que cuando aparece un personaje oriental o negro. Hay fiestas donde flotan el champagne y los equívocos, tramas que recuerdan sospechosamente a Beverly Hills 90210 o a Sex and the city: no en vano su creador, Darren Star, es el mismo. 

En la serie Emily in Paris, la ciudad no es más que un paisaje para vender bolsos, paraguas, berets (boinas), cosméticos, zapatos, baguettes, tiramisús de matcha en salones de té de estética versallesca, restaurantes de luces tamizadas donde sirven comida sin alma: un catálogo de objetos aspiracionales, imposibles de obtener si tú, como Emily, eres una becaria sin papeles en una agencia de marketing dirigida por una mujer que te odia. Bueno, quizás llegues al tiramisú de matcha o al flan de albaricoque, pero eso será todo. No, también está la boina: Montmartre está lleno de matronas rusas con boina haciéndose selfies en medio de las empinadas escalinatas que conducen al Sacré Coeur, y más de una ha terminado con el menisco o el fémur roto, al tropezar en los escalones, intentando fotografiarse bajo el mejor ángulo. 

«Macron ha exigido que Emily siga paseando su culito por ese París ‘kitsch’ con caniches teñidos de rosa, botellas de ‘champagne’ de 3000 euros y gente que nunca coge el metro»

La protagonista de la serie, una chica americana, pizpireta, inasequible al desaliento, con serios problemas para aprender francés y la disposición de alguien que toma dosis masivas de Ritalín, lo arregla todo con las armas de una influencer profesional: vídeos en TikTok e Instagram, con millones de visitas, cuidadosamente manicurados y editados. Da ganas de que la ONU la envíe a algún lugar de conflicto en el mundo, a ver qué pasa.

No hubiera escrito sobre esta serie si no fuera porque ahora mismo estoy justamente grabando una serie en París y, debido al rodaje de Emily…, una producción modesta como la nuestra o como las de tantas otras que empiezan cada día en esta ciudad tienen cada vez más dificultades. El ayuntamiento, apoyado con entusiasmo por el Gobierno, pone cada vez más trabas a nuestro trabajo: mientras bendicen y apoyan rodajes donde se cortan manzanas enteras para que los cincuenta camiones de las superproducciones de las grandes plataformas que no pagan sus impuestos en Europa puedan aparcar, rodajes de producciones independientes francesas como la que estoy realizando en este momento, con como máximo tres camiones, nos vemos obligados a trabajar en condiciones muy difíciles y precarias. Lo mismo ocurre a la hora de pedir permiso para rodar en tiendas, pasajes, bares, pisos, restaurantes: los precios que pagan estas grandes producciones han hecho subir los alquileres de estas localizaciones a niveles astronómicos que los ponen fuera de nuestro alcance. Con detalles como que si en tu película aparece la Torre Eiffel iluminada tienes que pagar diez mil euros, aunque aparezca un segundo.

No me sorprende, pues, que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, haya reaccionado con firmeza al anuncio de que algunos capítulos de Emily in Paris se vayan a rodar en Roma: ha exigido públicamente que Emily no abandone la capital francesa y siga paseando su culito por ese Paris kitsch con caniches teñidos de rosa, botellas de champagne de tres mil euros y gente que nunca coge el metro. 

Parece ser que es un gran fan de la serie, así como su mujer, Brigitte, que tuvo incluso un cameo en ella. Una muestra más de coherencia: me hubiera sorprendido mucho más que en su lugar hubiera alabado series francesas realmente buenas como, por ejemplo, Sambre o Dix pour cent. 

 

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