Isabel Coixet: La Gavina y El Barco
Hostal La Gavina
El bar, que huele a cuero y a lavanda, está completamente revestido de madera. Tiene incluso una claraboya, que acentúa aún más la idea de que estás en un camarote. Es la clase de lugar donde es muy fácil imaginarse a Hemingway pidiendo uno, dos o cinco scotch. O a Orson Welles o a Ava Gardner o a Elizabeth Taylor abriendo mucho sus legendarios ojos violeta. Y lo cierto es que todos ellos estuvieron aquí, en el bar El Barco, en el hostal La Gavina en S’Agaró, el único hotel de su categoría que ha sabido ponerse al día sin sacrificar un ápice de su encanto.
Me pregunto si los lugares conservan la impronta de aquellos que los habitaron. Si algo de su espíritu quedó en sus pasillos, en sus salones, en sus balcones, debajo de sus camas… Una vez, cerca de Copenhague, en la casa donde nació y murió Isak Dinesen, creí ver por un momento su reflejo fugaz en un espejo. Otra vez, en el hotel de París donde residió Oscar Wilde, L’Hôtel, me pareció escuchar una risotada repentina en un pasillo vacío. En la película A ghost story –una belleza de película, que habla como pocas de la eternidad–, la presencia de Casey Affleck se hace notar en las rendijas, en las paredes, en agujeros inaccesibles… Me fascinan esas presencias. Me hacen pensar en esa corriente indisoluble que une a nuestros antepasados con nuestros descendientes, que nos emparenta hasta con esos iconos a los que admiramos, aunque nunca los hayamos conocido.
Las fotos en blanco y negro expuestas en las galerías del hotel nos enseñan a una Ava Gardner pletórica corriendo por la playa de Sant Pol, a Elizabeth Taylor cruzando la puerta del hostal La Gavina con un bolso de paja, a Cole Porter brindando, a Josep Pla con su boina, a Orson Welles (que aquí conoció a Josep Pla, aunque este no era muy peliculero), a Jack Nicholson proyectando sus cejas hacia el fotógrafo… Quiero creer y creo que fueron felices en este lugar. En la majestuosa piscina presidida por una escultura de Joan Rebull, en sus habitaciones con vistas al Mediterráneo, en sus cuidados jardines.
«He venido aquí buscando inspiración y, ante mi sorpresa, la he encontrado: por fin conseguí acabar el texto que había empezado mil veces y no lograba terminar»
Me encanta este lugar y su peculiar disposición: en la playa, pero al resguardo de esta. Con todas las comodidades de hoy, pero con un poso tradicional, que, en tiempos de cambios incesantes, es un bálsamo para el espíritu fatigado. He venido aquí buscando inspiración y, ante mi sorpresa, la he encontrado: por fin conseguí acabar el texto que había empezado mil veces y no lograba terminar. Me pregunto ingenuamente si algo del espíritu de Welles, que se hospedó aquí mientras rodaba Mister Arkadin, me habrá influido, aunque supongo que no. Orson Welles siempre tenía enormes dificultades en acabar lo que empezaba. Tendré que atribuirlo a la peculiar atmósfera de este sitio, que es uno de esos a los que, cuando te vas, ya empiezas a urdir cómo regresar. Hay ya poquísimos lugares como este, que han sabido conservar su exquisita personalidad, mimando los detalles y poniéndose al día, sin perder idiosincrasia: el verdadero lujo.