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Isabel Coixet: La mancha humana

La mancha humana, de Philip Roth, está ambientada en 1998 en los Estados Unidos, durante el período de las audiencias de impeachment del presidente Bill Clinton y el escándalo sobre Monica Lewinsky. Es la tercera de las novelas de posguerra de Roth que aborda grandes temas sociales, junto con La conjura contra América, siendo American pastoral, a mi juicio, la mejor de ellas (y también a juicio del propio Roth).

La novela contiene un giro que, así como funciona perfectamente en el libro, falló estrepitosamente en su representación cinematográfica: resulta que, sin que nadie en su vida presente lo sepa, ni siquiera sus hijos, su protagonista, el profesor Coleman Silk, es negro, un afroamericano de piel clara que se ha hecho pasar por un judío blanco durante toda su vida adulta para evitar la discriminación.

Roth también apunta a una dimensión trascendental de la mancha: esa parte oscura, egoísta y narcisista que todos, especialmente aquellos que la niegan, tenemos dentro

Roth describió en un artículo en 2012 para The New Yorker cómo su novela se inspiró en un evento en la vida de su amigo Melvin Tumin, «profesor de Sociología en Princeton durante unos treinta años». Tumin fue objeto de una ‘caza de brujas’, pero finalmente fue declarado inocente en un asunto que involucraba el uso de lenguaje supuestamente racial en relación con dos estudiantes afroamericanos. Ya hace más de diez años de incidentes de este tipo en los que comentarios u opiniones aparentemente inofensivos son motivo de suspensión o expulsión a profesores. Los alumnos se sienten ofendidos y exigen a los rectores que expulsen a los profesores que han incurrido en ellos y que despiertan (trigger) sentimientos incómodos. Esto ha dado origen a un retroceso palpable en la vida académica. Si no nos arriesgamos a desafiar lo pautado, lo establecido, lo que provoca rechazo o incomodidad, si sólo queremos escuchar cosas amables contadas en tono aséptico, va a ser difícil que de las universidades salgan estudiantes preparados para enfrentarse a la vida real, además de que las probabilidades de un debate enriquecedor también disminuyen peligrosamente.

En la novela de Roth, la mancha humana literal es, por supuesto, la mancha de semen que Bill Clinton dejó en el vestido azul de la entonces becaria Monica Lewinsky. Pero la mancha es también la paradoja de hacerse pasar por judío para evitar una discriminación racial aún peor.

Roth también apunta a una dimensión trascendental de la mancha: son todas las mezquindades, los pensamientos y acciones ruines, esa parte oscura, egoísta y narcisista que todos, especialmente aquellos que la niegan, tenemos dentro. Nos pasamos la vida ocultando esa mancha, negándola. Pretendiendo que no nos pertenece, que ha llegado a nosotros por casualidad. Que son los otros los que la han depositado en nosotros. Pero en el fondo lo sabemos. Estamos manchados. Somos cómplices de la perpetuación del horror, aunque pretendamos no verlo y hacer como que no va con nosotros. Justificamos a los que nos caen bien, aunque no tengan maldita justificación, sólo porque nos caen bien, y estamos siempre dispuestos a cerrar los ojos ante conductas objetivamente deleznables sólo porque son los de nuestra cuerda. No vemos nuestra propia mancha y juzgamos obsesivamente la del vecino.

En palabras de Roth: «Dejamos una mancha, dejamos un rastro, dejamos nuestra impronta. Impureza, crueldad, abuso, error, excremento, semen… no hay otra manera de estar aquí. Nada que ver con la desobediencia. Nada que ver con la gracia, la salvación o la redención. Está en todos. Habitando. Inherente. Definiendo. La mancha que está ahí antes de su marca».

 

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