Isabel Coixet: La maternidad como espejo roto
ISABEL COIXET
Hay dos novelas, ambas brillantes, que con veinte años de diferencia y estilos diversos abordan un tema apasionante que raramente se toca en la literatura: cuando una mujer se enfrenta al hecho doloroso de ver cómo una hija descarrila estrepitosamente su vida.
¿Cómo puede una madre salvar a una hija que parece determinada a perderse?
En Amada y perdida, de Susie Boyt (editorial Muñeca Infinita, 2025), Ruth observa cómo su hija Eleanor se vuelve adicta a las drogas, mientras que en Dejarlo todo, de Carol Shields (Tusquets, 2003), Reta Winters debe enfrentar el hecho de que su hija Norah «ha abandonado misteriosamente la universidad para convertirse en una mendiga en una esquina de Toronto con un letrero alrededor del cuello que dice ‘Bondad’». Ambas novelas construyen un territorio emocional común: el de madres que deben presenciar, con una mezcla de horror y desconcierto, cómo sus hijas se alejan del mundo que conocían para adentrarse en formas de autodestrucción que escapan a toda lógica.
La pregunta que obsesiona a ambas protagonistas es devastadoramente simple y a la vez imposible de responder: ¿cómo puede una madre salvar a una hija que parece determinada a perderse?
Ruth, en Amada y perdida, es «una mujer que cree en el poder curativo del amor y al mismo tiempo desespera por él». Intenta darle a Eleanor lo que cree que puede necesitar: nutrición, distancia, afecto, pero todos sus regalos se quedan cortos. La novela de Boyt presenta a una madre que ha experimentado el fracaso maternal no como un evento único, sino como una serie de inadecuaciones acumulativas.
Cuando Ruth «le entrega a su hija un sobre con dinero en efectivo y se lleva a Lily a casa con ella», Lily (su nieta bebé) «resulta ser una compensación por todas las derrotas y decepciones pasadas de Ruth». Esta transferencia generacional del amor maternal no es simplemente una segunda oportunidad, sino una reconceptualización completa de lo que significa ser madre cuando la primera experiencia ha resultado en una pérdida tan dolorosa.
La tragedia de Reta es que «su hija Norah, de 19 años, ha huido hacia la locura, pasando sus noches en un refugio para personas sin hogar y sus días en una esquina de Toronto. La diferencia crucial entre ambas novelas radica en que mientras Ruth, en cierta medida, comprende la naturaleza de la autodestrucción de Eleanor (la adicción tiene patrones reconocibles), Reta se enfrenta a un misterio más profundo: Norah «se niega a hablar o incluso reconocer a su familia o amigos», convirtiendo su acto en una forma de protesta silenciosa cuyo significado permanece opaco.
Ambas novelas coinciden en una revelación brutal: el amor maternal, por más profundo e incondicional que sea, puede resultar completamente inútil ante ciertas formas de sufrimiento. Esta impotencia no es temporal ni circunstancial; es ontológica. Ruth y Reta descubren que sus hijas han entrado en territorios emocionales a los que el amor maternal no tiene acceso.
Reta «cree que el trauma de Norah podría haber surgido de la realización de que está destinada a llevar una vida miniaturizada e insatisfecha en un mundo de hombres». Esta interpretación es fascinante porque transforma la aparente autodestrucción de Norah en un acto de conciencia política y existencial. Si Reta tiene razón, entonces la ‘locura’ de Norah es en realidad una forma de cordura radical: un rechazo consciente a participar en un sistema que ella percibe como fundamentalmente injusto.
La genialidad de ambos libros radica en cómo evitan los clichés y presentan una visión compleja donde el amor maternal no es omnipotente. Ruth debe aceptar que su amor por Eleanor, aunque genuino y persistente, no tiene el poder de curar la adicción. Su ‘éxito’ con Lily no borra el ‘fracaso’ con Eleanor; simplemente demuestra que la maternidad puede tener múltiples encarnaciones.
En Dejarlo todo, aunque la novela termina con la nota esperanzadora de que Norah podría volver a la universidad, esta resolución no elimina las preguntas fundamentales que ha planteado sobre la exclusión femenina y la imposibilidad de proteger a las hijas.
El título de la novela de Boyt, Amada y perdida, encapsula perfectamente esta dualidad: es posible amar profundamente y, aun así, errar el blanco. Como bromea Lily al ver la frase en una lápida: «La puntería no era su fuerte y el amor no llegó». Pero quizás, sugieren ambas novelas, el valor no está en acertar siempre, sino en seguir apuntando con amor, una y otra vez, incluso sabiendo que podríamos fallar.