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Isabel Coixet: La peligrosa inutilidad de los gestos

Los gestos. Hay algunos dramáticos: quemarse a lo bonzo me ha parecido siempre el más desesperado de todos. Es un gesto que te lleva a pensar en un sufrimiento sin vuelva atrás. Se quitan la vida con fuego públicamente aquellos que no han encontrado ninguna otra salida y es un gesto que demuestra hasta qué punto alguien ha tenido que pasar por penalidades sin cuento. Cuando ves esas imágenes, puedes comprender algo de lo que ha llevado a un individuo a cometer tamaña atrocidad consigo mismo. Algo.

En 2011 se produjeron en Argelia varias muertes así, en protesta por las condiciones de vida y la situación política, y murieron quemados por su propia mano 15 hombres en una ola sin precedentes (hubo también muchos intentos frustrados) que fue paralela a las protestas de la Primavera Árabe.

 

Si querían atraer simpatías para su causa, han fallado estrepitosamente: ni las autoridades moverán un dedo porque se ensucie una obra de arte ni el público va a entender nada

 

En nuestros días, estamos asistiendo a otra ola de gestos, afortunadamente no tan dramáticos, pero que también hacen pensar en las situaciones que han llevado a sus ejecutantes a ellos. Me refiero a la serie de activistas que atacan obras de arte con kétchup o pintura o se pegan con pegamento a los marcos de pinturas famosas para protestar por la pasividad de las autoridades ante el empeoramiento del medioambiente. La última acción conocida ha consistido en tirar ocho kilos de harina encima de una obra de Andy Warhol. Puedo simpatizar con su desesperación y compartirla, pero si lo que querían es atraer simpatías para su causa han fallado estrepitosamente: ni las autoridades van a mover un dedo porque se ensucie temporalmente una obra de arte ni el público en general va a entender nada, más allá de pensar que son personas profundamente equivocadas en sus estrategias y, por ende, ¿no estarán también equivocadas en su mensaje? Como oí el otro día en el metro, «estos lo único que han conseguido es que las señoras de la limpieza y los guardias de los museos hagan horas extras, lo único». Llamar la atención ya no llama la atención: estamos saturados de gestos inútiles, de acciones sin sentido que se suman al sinsentido general; en este caso, del fracaso en tomar medidas para salvar lo que nos queda de este planeta.

El último de los gestos absurdos del que he tenido noticia ha sucedido en Inglaterra. El cómico y actor Joe Lycett ofreció donar diez mil libras a organizaciones sin ánimo de lucro si David Beckham renunciaba a su papel como embajador honorario de Catar. Si Beckham no aceptaba su desafío, el actor destrozaría con una máquina las diez mil libras. Su argumento era que Beckham siempre había apoyado a organizaciones LGBT y que, como gay icon, no podía ser cómplice del Gobierno de un país donde la homosexualidad (entre otras muchas cosas) está castigada. Beckham, por supuesto, ha ignorado este desafío y continúa ocupando su cargo y apoyando el Mundial de Fútbol en Catar. Veo el vídeo de Joe Lycett introduciendo una a una las libras en una máquina de destruir papel. Y, mientras vuelan las tiras de papel sin valor, me pregunto por el sentido de tanto y tanto gesto inútil y no sé qué responderme.

 

 

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