Isabel Coixet: ‘La zona de interés’
El epílogo de las memorias del fallecido Martin Amis, Experience, traza la primera visita del autor a Auschwitz a finales de la década de 1990. Ya había escrito una novela sobre el Holocausto, la experimental La flecha del tiempo (1991), que abordaba el tema, avanzando hacia atrás a través de la locura aterradoramente racional y pensada de los campos de exterminio. Al cerrar Experience, unas memorias que giran en torno a dos acontecimientos traumáticos (la muerte de su padre y el asesinato de un primo muy cercano a él), con un viaje a Auschwitz, Amis insiste en la importancia central del genocidio para comprender su, a menudo pesimista, visión del mundo. En su última entrevista, cuando se le preguntó sobre su permanente interés por el tema, citó a W. G. Sebald: Ninguna persona seria piensa jamás en otra cosa.
Jonathan Glazer, el director de Sexy beast, Birth y Under my skin, ha tardado ocho años en llevar al cine esta personal adaptación de la novela de Martin Amis, prescindiendo de todo lo accesorio (de hecho, cambiando parte de la trama y conservando sólo algunas características de la familia) y yendo al meollo de esta: apenas a 10 metros de Auschwitz, separados por un muro, existía una vida cómoda, luminosa, de niños que iban al colegio y hacían travesuras y montaban a caballo e iban en canoa por lagos idílicos, y de mujeres con bebés rubios en brazos que cultivaban dalias y se probaban con deleite los abrigos de pieles de las mujeres judías que acababan de ser gaseadas justo delante del jardín.
La fuerza fundamental de esta película magistral es que sabe, y demuestra, que aunque hay respuestas a las preguntas que Auschwitz plantea nunca debemos dejar de preguntarlas
Nunca vemos qué sucede en el interior del campo, lo escuchamos, vemos el humo salir de las chimeneas, hay un cuidadísimo trabajo de sonido que hace presente un fuera de campo absolutamente aterrador. Este es un filme sobre la ‘banalidad del mal’ de Hannah Arendt, sobre «las figuras en traje de negocios», como las describe Amis, «diseñadores, ingenieros, los administradores de las plantas de IG Farben en Frankfurt, Leverkusen y Ludwigshafen, con cuadernos encuadernados en cuero y cintas métricas amarillas retráctiles, se abren paso delicadamente entre los cuerpos de los heridos, los inconscientes y los muertos». Se trata de demostrar, citando a Bauman, cómo «la burocracia es intrínsecamente capaz de realizar acciones genocidas».
La fuerza fundamental de esta película magistral es que sabe, y demuestra, que aunque hay respuestas a las preguntas que Auschwitz plantea nunca debemos dejar de preguntarlas. Y hoy más que nunca porque me temo que la película llega en un momento extremadamente difícil. Y, sin embargo, la manera tan eficaz y sutil con que Glazer cuenta una historia sobre la que pensábamos que no se podía decir nada más nos expone al mismo horror con el que no tenemos más remedio que convivir cada día: hay personas iguales que nosotros que han sido víctimas; otros han sido verdugos; otros, cómplices de estos. ¿Cuán cerca estamos de unos y otros? ¿No existe ninguna otra posibilidad? No, parece decir la película: somos víctimas, verdugos o cómplices activos o pasivos.
«Había una vieja historia sobre un rey que le pidió a su mago favorito que creara un espejo mágico. Este espejo no mostraba tu reflejo, sino quien eras realmente. Pero el rey no podía mirarse en el espejo sin darse la vuelta, ni tampoco sus cortesanos. Nadie pudo».
¿Qué pasa cuando descubrimos quiénes somos realmente? ¿Y cómo somos capaces de aceptarlo? La zona de interés es una película violentamente colorista y oscura, ambientada en un telón de fondo de maldad pura y un vívido viaje a las profundas y odiosas contradicciones del alma humana. Un espejo donde resulta insoportable mirarse.