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Isabel Coixet: Las olas y el desaliento

Recuerdo empezar a leer Las olas, de Virginia Woolf, y estar muchas veces a punto de dejarlo. Para el lector no preparado, como yo lo era a los 15 años, las primeras cincuenta páginas pueden resultar tan desconcertantes como un código desconocido. Pero, una vez descifrado el código, todo el experimento tiene una simplicidad brillante.

A la conciencia aguda de todas las víctimas que ahora mismo están muriendo, sufriendo y pasando hambre no tan lejos de donde me hallo se une mi estupefacción ante la desvergüenza de los poderosos

 

Imagina una biografía tuya y de tus cinco mejores amigos. Desde la primera infancia hasta la muerte. Contado no como una retahíla de hitos sociales, de logros y fracasos, de aprendizaje o aventuras. Contado como una transposición lingüística del flujo y reflujo, como si Virginia Woolf, a modo de bióloga de almas, fuera capaz de contar la creación, y el ritmo de las olas fuera nuestra vida interior. Esos momentos secretos y tácitos que solo nosotros conocemos cuando nos sentimos más aislados o conectados, más transfigurados, perdidos o incluso como si fuéramos desconocidos para nosotros mismos. La narrativa es un continuo fluido en el que los seis se fusionan y separan continuamente en una comunión y un divorcio de sentimientos.

Al final,  los seis se convertirán en una sola voz, en una sola vida compartida. Así, Las olas es la biografía de seis personajes, todos los cuales hablan tanto por los otros cinco como por sí mismos. Pero es un nuevo tipo de biografía. Una biografía de la sensibilidad. Una especie de arqueología que extrae identidad de lo enterrado y lo sacrosanto. Epifanías, momentos íntimos: la minucia que construye todos los momentos de la vida.

Virginia Woolf habla en alguna parte de sus primeros recuerdos de la infancia –de estar en la cama cuando era muy joven, casi una niña– y escuchaba el sonido de las olas a lo lejos rompiendo en la playa por la noche. Ella siempre creyó que esa experiencia había permanecido en el corazón mismo de su vida interior, como una especie de faro. La tierra natal de donde nacerían los brotes de su obra. La autenticidad, para ella, era encontrar en las experiencias secretas y tácitas de la vida sus «momentos de ser». Los seis personajes de The waves tienen un momento crucial similar en la infancia. La sección inicial de Las olas, una representación del amanecer del día, recuerda el acto de la creación en sí mismo. Porque ella está cuestionando los orígenes y la existencia de Dios. 

Yo estoy delante del mar ahora y no cuestiono nada. Intento deliberadamente sumergirme en la mera existencia de este vaivén rítmico del mar. Cuento hasta siete. Intento deshacerme –intento– de todas las cosas que me rondan por la cabeza, de todas las imágenes que no quiero ver. Pero no deja de rondarme una idea que lo estropea todo: yo poseo el privilegio de cuestionar lo que no quiero ver, lo que prefiero ignorar. Las olas, quizás, en otro momento, se hubieran podido llevar lejos mi desazón, pero no hoy.

A la conciencia aguda de todas las víctimas que en este mismo momento están muriendo, sufriendo y pasando hambre no tan lejos de donde me hallo se une mi  estupefacción ante la desvergüenza de los poderosos. La mujer orgullosa y ufana que proclama en televisión que es racista e islamófoba. La idea de que no pocos la han votado. La idea aún peor de que esa total desfachatez se va extendiendo. Las imágenes del diputado ultraderechista alemán con el piso lleno de esvásticas lamiendo escobillas de baño sin el menor empacho. La idea de que muchos como él pueden llenar muy pronto el Parlamento Europeo. La foto del presidente argentino rodeado de hombres que representan los poderes fácticos en España. ¿Hablarán de perros clonados, de su horror a los pobres; pasarán por alto las salidas de pata de banco del argentino para cerrar a sus espaldas jugosos contratos mientras él insulta a diestro y siniestro y afirma que, entre el Estado y la mafia, prefiere la mafia? Las olas hoy no arrastran mis pensamientos oscuros. Haría falta quizás un tsunami.

 

 

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