Isabel Coixet: Mirar a otro lado
No podemos sobrevivir sin mirar a otro lado. Es triste, pero es así. Hay tantos fuegos encendidos a nuestro alrededor y más allá que, si prestáramos atención a todos, nuestra vida se consumiría en una angustia sin fin. Incluso los activistas más apasionados tienen que escoger una causa por la que luchar porque, en el momento en que se ocupan de más de una, sus esfuerzos se dividen y su fuerza se mitiga.
Mirar de frente o intentar mirar de frente los conflictos que azotan el planeta –ecológicos, políticos, de género, raciales…– exige una flema titánica. Y, si mirarlos exige eso, no digamos hacer algo con sentido respecto a ellos. ¿Basta con estar informado y alerta? ¿Basta con mostrar apoyo y compartir lo que creemos que se puede hacer?
«Si en las redes sociales alguien escribe algo sobre las mujeres afganas, siempre alguien le recrimina que no hable sobre Gaza. Si se habla de Gaza, otros dicen: «Sí, pero ¿y las mujeres afganas?»
Como consumidores, hay cosas a nuestro alcance como boicotear aquellas firmas que cometen ecocidios o no cumplen sus obligaciones con sus trabajadores o emplean a menores. ¿Pero cómo presionamos a nuestros gobiernos? ¿Y hasta qué punto esto es eficaz? Armas, tratados comerciales, acuerdos, hay todo un mundo que se nos escapa, porque para que esa presión funcione… ¿tiene que ser global? ¿Cómo nos ponemos de acuerdo?
En esas aguas pantanosas de incertidumbre transcurren nuestros días: a cada momento las ignominias se multiplican y nos faltan ojos y cerebro para digerirlo todo. Cuando en las redes sociales alguien escribe algo sobre las mujeres afganas, siempre hay alguien que le recrimina que no hable sobre Gaza. Cuando se habla de Gaza, otros dicen: «Sí, pero ¿y las mujeres afganas?». Y así sucesivamente. Los reproches sobre la ausencia de compromiso o denuncia también se suceden, así como las críticas sobre la multiplicidad de compromisos. Si no firmas determinado manifiesto, te acusan de tibia. Si firmas demasiados, de querer aparentar un activismo falso y ‘numerero’. Hagas lo que hagas, alguien tendrá algo que reprocharte, algo que le ofende, algo por lo que reñirte (sí, esa manía de reñir a los demás, que es de las cosas más dañinas que se me ocurren en las relaciones personales).
Una película que acabo de ver, Les barbares, de Julie Delpy, cuenta con mucho sentido del humor la hipocresía del mundo occidental respecto a las causas por las que todo el mundo, en principio, es solidario. En un pequeño pueblo de Francia, Paimpont, la alcaldía y los ciudadanos deciden acoger a una familia de refugiados ucranianos… pero, cuando estos llegan, descubren que no son ucranianos, sino de Siria (sí, ese país que a todos nos preocupaba hace dos telediarios) porque, según dice el encargado de las acogidas, «los ucranianos van muy buscados» y, de repente, no todo el mundo está dispuesto a echar una mano, porque «no es lo mismo». Lo que sigue es una inteligente trama que pone en entredicho toda nuestra pretendida solidaridad y ganas de ayudar a los que lo necesitan. Una película que, entre risas, nos pone ante un espejo incómodo.
No sé si hay muchas respuestas y maneras de no mirar a un lado sin lastimarse en el camino. ¿Centrarse en una cosa, quizás? Paso a paso. No mirar la cima de la montaña, sino ser conscientes de que está allá arriba, mientras miramos el camino que tenemos delante porque, si miramos esa lejanía, no querremos caminar…Total, ¿para qué?