Isabel Coixet: Molinos de viento
Los molinos tradicionales de La Mancha siempre me parecían más grandes en las películas, especialmente en esas adaptaciones aciagas que se han hecho del Quijote. Recuerdo que la primera vez que vi uno en la realidad sentí un poco de decepción porque yo me lo había imaginado más alto y con las aspas más largas. Me sucede lo contrario con los modernos molinos para producir energía eólica: que desde el tren o desde el coche los ves pequeños y, cuando llegas a su lado, te parecen descomunales.
Oigo a la gente decir que alguien es carismático y ya me echo a temblar. A casi todos los dictadores los han llamado ‘carismáticos’
Pasa algo parecido con las personas: en la distancia corta hay gente que decrece en grandeza, mientras que a otros que de lejos no te parecían gran cosa, al acercarte, les encuentras más y más cualidades. La fama dota a las personas de luces y brillos que, sin ella, no tendrían. Como dice la canción de The Weekend y Rosalía, «es mala amante la fama». Cuando tienes un poco de fama, no es que tú cambies (ojo, que hay gente que también), es que cambia la mirada de los otros sobre ti. Se preguntan por qué ellos no y tú sí. Ponen en entredicho tu talento, tus motivos. Comparan para mal. No disimulan con éxito sus celos. Y no te perdonan una, porque cualquier signo de debilidad, cualquier error es una señal más de la injusticia que se ha cometido con ellos, que merecían mil veces el sitio que tú ocupas y que, según ellos mismos, les estás quitando. Por más que tú insistas en que tú eres el mismo de antes de tu fama transitoria (porque siempre es transitoria), los otros se niegan a verlo así y te fuerzan perversamente a evitarlos, cuando no son ellos los que te evitan a ti. Te evitan porque tu sola presencia es la evidencia del fracaso de sus aspiraciones o de lo que ellos creen que lo son.
Por eso los famosos sólo se relacionan con famosos, hay también celos, pero es más cómodo, menos problemático, todo ocurre en el mismo hemisferio. Son extrañas, por comunes, las percepciones sobre lo que es éxito y sobre lo que es fracaso. El éxito se mide por una amalgama de reconocimiento social y dinero. El fracaso no es sólo no haberlos conseguido, sino tenerlos y perderlos: eso es, con mucho, el peor fracaso. No hay nada que satisfaga más a un envidioso que el poder decir en tono misericorde: «Con lo que él/ella ha sido». He oído pronunciar esas palabras en toda clase de contextos. Se acaba por entender perfectamente a Greta Garbo.
Muchas veces oigo a la gente decir de alguien que es carismático y ya me echo a temblar. ‘Carismáticos’ han llamado a casi todos los dictadores de este siglo y del anterior (menos a Franco, cuyo carisma quizás fue carecer de él). Carisma tienen todos los sumos sacerdotes y gurús de las sectas más absurdas, los asesinos en serie, Rasputín, los telepredicadores, los estafadores, los depredadores, los mentirosos, los iluminados. Hay que huir del carisma como de la peste. Porque mata y envilece, casi como esta.
¡Ay, la envidia! Es un «sinvivir» la vida de los envidiosos. Pagan un precio muy alto.