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Isabel Coixet: Nunca sabremos todo

 

Marguerite Duras, la vida como ficción –

 

Decía Marguerite Duras que escribir no es hablar, que es «aullar sin ruido», y los mejores libros son, a menudo, los que consiguen ese fenomenal efecto. Muchos de la autora francesa me han acompañado durante mi vida: India song; el guion de Hiroshima, mon amour, que escribió para Alain Resnais, Moderato cantabile; Un dique contra el Pacífico; El amante; El arrebato de Lol V. Stein y tantos otros.

Ella fue una autora que se fabricó una máscara inescrutable y, aunque se han publicado innumerables biografías sobre ella (destaca la de Laure Adler) e incluyó episodios personales en sus obras de manera abierta, hay algo que parece escapar a cualquier etiqueta. Duras se esconde hábilmente tras sus textos, especialmente cuando parece revelar informaciones precisas de lo que pasó y cómo. Sibilinamente, Duras borra pistas, desdibuja las líneas de su vida. Su manera de escribir tiene la extraordinaria virtud de ser increíblemente precisa y extraordinariamente brumosa.

 

Existe una diferencia entre historia escrita e historia vivida. Y es precisamente eso lo que ella dibuja y desdibuja

 

«La historia de mi vida no existe…», dice al inicio de la obra que la consagró entre el gran público, El amante. En una entrevista aclaró a este respecto: «La novela de mi vida sí, el cuento no». Existe una diferencia entre historia escrita e historia vivida. Y es precisamente eso lo que ella dibuja y desdibuja, alimentando nuestra intriga sobre qué es realidad y qué fantasía en su obra.

En su primer libro, publicado en 1940, después de su llegada a Francia bajo su nombre real, Marguerite Donnadieu, están ya los fantasmas de las orillas del Mekong bañados en una luz difusa, los olores que ella no cesa de describir para conjurar un pasado que la persigue. Pero Marguerite habla tan solo de las ventajas de una Indochina francesa con argumentos colonialistas, que nada tienen que ver con su posición posterior. De esta obra, L’Empire français, ella renegará posteriormente, hasta el punto de hacerla desaparecer de su bibliografía. Hasta la guerra de Argelia, cuando ya se había construido otra conciencia política, ella no se muestra ferozmente anticolonialista. Es una muestra más de alguien lleno de ambigüedades, de verdades que se suceden y que, a veces, se contradicen.

Ambiguo fue también su rol en la ocupación, yendo de un rol de compromiso pasivo hasta su enrolamiento en la Resistencia. Su participación en una comisión del libro, encargada de suministrar papel a los editores que se habían sometido a la ocupación, como secretaria, bajo el control del Ejército alemán, también ha sido discutida. Ella, mientras vivió, siempre negó la importancia de este periodo, insistiendo en su participación en la Resistencia en 1943. Es muy fácil, desde nuestra perspectiva actual, juzgar tales acciones. Yo me he preguntado muchas veces a lo largo de los años qué hubiera hecho yo en esas circunstancias. En una situación de guerra, ¿de qué lado hubiera estado? ¿Qué ideales hubiera defendido? ¿A quién hubiera sido capaz de traicionar? Me gustaría pensar que hubiera actuado con ética y justicia defendiendo los valores en los que hubiera creído, pero, en realidad, no tengo una respuesta cabal para ninguna de esas preguntas. Y espero no tener que ponerme a prueba.

En un terreno no menos ambiguo se mueven también las obras de aquellos que la conocieron íntimamente. La Duras –infantil, tacaña, colérica– que describe su último compañero no es la Duras que describen los que comían cada día con ella en el Petit Saint-Benoit o sus compañeros de rodaje en las películas que rodó como directora; o sus numerosos admiradores, que pronto se convertían alternativamente en una plaga o en las mejores personas del mundo. O la Duras mayestática y categórica con un control supremo de la palabra y de su propia conducta que cuenta Laure Adler en su monumental biografía. O el ama de casa que hacía el mejor boeuf bourguignon de la historia de quien habla su hijo Jean Mascolo. Entre todas esas Duras se agazapa Marguerite Donnadieu: basta leer uno de sus libros para encontrarla.

 

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