Isabel Coixet: Pan, iris y CBD
Acabo de salir de una panadería con un croissant cuadrado, no las tengo todas conmigo. No entré en ella con la intención de comprarlo, pero ahí estaba, entre lemon pies resplandecientes y tartaletas finas de manzana, éclairs de pistacho y otras cosas igualmente espectaculares: cuadrado, dorado, brillante, tenía mi nombre escrito en su reluciente corteza. A mí la vida me ha llamado a probar cosas nuevas todo el rato, lo cual es a partes casi iguales una bendición que una maldición. Las harinas, en cualquiera de sus formas, me encantan.
Que sí, que ya sé que el gluten es malo para todo, igual que sé que el azúcar te envenena y las grasas te atoran las arterias, pero eso que se lo digan a todas las personas que están abriendo panaderías de lujo por todas partes. Merendar en estos lugares rodeados de toda clase de bollería fina es un placer al alcance de todos y supongo que ahí radica la invasión de panaderías de todo tipo que invaden nuestras ciudades y pueblos, cada una con sus especialidades: he llegado a ver hasta croissants rellenos de calçots y tiendas especializadas únicamente en ensaimadas. Pasear por ciertas calles te trae aromas irresistibles de mantequilla y canela y miel y pan de horno de leña, ¿quién puede resistirse a esta invasión? Yo no, desde luego.
Ya sé que cada persona tiene un iris diferente, pero ¿quién y para qué necesita tener en su casa su propio iris fotografiado?
Otra invasión, esta completamente incomprensible, al menos para mí: las tiendas donde te hacen fotografías del iris y te lo amplían y te lo imprimen. Sí, ya sé que cada persona tiene un iris diferente, pero ¿quién y para qué necesita tener en su casa su iris fotografiado? Es verdad que por la misma regla de tres tampoco necesitaríamos la mayoría de las cosas que ponemos en nuestras paredes: posters de películas de Lola Flores, reproducciones de fotos de Richard Avedon, dibujos de los niños… Cada vez que paso delante de uno de esos negocios (y cada vez veo más en zonas turísticas), no puedo evitar pensar en La invasión de los ultracuerpos. ¿Serán estos ubicuos lugares bases secretas de gentes de otros planetas que, a través de las fotos de nuestros iris, buscan controlarnos, convertirnos en zombis gritones (recuerdo el alarido de Donald Sutherland en la versión de Philip Kaufman) y dominar el mundo? ¿Qué hay detrás de estas tiendas? ¿Dónde está el negocio? Y ¿cómo podemos estar seguros de que la foto que nos dan es efectivamente de nuestro iris y no de alguien con un color de ojos parecido que pasaba por allí?
El tercer misterio es la proliferación de tiendas de CBD, el cannabis sin THC (tetrahidrocannabinol), que es la parte psicoactiva de la marihuana (para entendernos, la que coloca): no hay barrio que se precie que no tenga dos o doscientas. En crema, aceite, cápsulas, píldoras, gominolas, espray o cargadores para vapear, el CBD parece la panacea para todos los males, físicos y mentales. Igual yo debo de poseer algún gen raro o ser inmune al CBD, porque confieso que, habiendo probado todas esas cosas, con más o menos intensidades, no he sentido ni tan siquiera un ligero alivio. Me pregunto si estos negocios, las panaderías chachis, las tiendas de fotografías de iris y los negocios de CBD, tienen futuro o irán a compartir limbo con los lugares donde mataban a los piojos o enseñaban a hacer macramé.
Ah, y por cierto, el croissant cúbico estaba bueno, pero he echado mucho de menos los cuernecillos…