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Isabel Coixet: Subtítulos

Confieso que la mayoría de las veces no sé qué contestar cuando me preguntan mi opinión sobre temas de actualidad candente. No sé qué pensar. Si digo lo primero que se me pasa por la cabeza, quedo como una frívola descerebrada. Si no digo nada porque creo que no tengo información suficiente, quedo como una cobarde que oculta sus opiniones. En cualquier caso, opines, no opines o confieses tus dudas, a alguien lo que hagas o dejes de hacer le va a parecer fatal y en la mayoría de los casos te va a poner a caer de un burro. En este aspecto, tengo un máster.

Creo que hay personas que nacemos ya predispuestas a que se metan con nosotras, es algo que empieza en la escuela

Creo que hay personas que nacemos ya predispuestas a que se metan con nosotras, es algo que empieza en la escuela, sigue en el instituto, universidad, primeros trabajos y nos persigue hasta la madurez más madura, cuando ya creíamos que se iban a olvidar de utilizar nuestro careto como saco de boxeo. Si hiciera una historia de toda la gente que me ha insultado con virulencia en mi vida, creo que debería remontarme a mi primer día en la escuela. También mucha gente me ha querido y me quiere mucho, es verdad, pero a veces el furor de los insultos no deja oír las olas del cariño. Sí, es triste, pero es así.

Con la cara muy alta (no sé si decir ‘a mucha honra’…) puedo decir que a ningún artista de este país se le ha vilipendiado, insultado y calumniado como a mí. Por motivos que, sinceramente, se me escapan. Mis amigos dicen que es la envidia, los celos, el hecho de que he hecho siempre mi santa voluntad, de que me he ido al extranjero sin ningún miedo, de que he sido absolutamente libre, de que no he tenido miedo. Ahora resultará que la libertad está mal vista. Sí, está mal vista: tu libertad y tu coraje son un constante recordatorio de la cobardía y la mezquindad de los que insultan y ridiculizan.

Recuerdo que, hace unos años, abría el periódico con prevención porque sabía que habría algún artículo insultante aprovechando cualquier excusa: artículos, películas, entrevistas, intervenciones en televisión. La primera página web que tuve (una que nos ofrecieron los de FNAC a unos cuantos autores) ya empezó a estar llena de mensajes de odio: cuando los youtubers y tiktokers de hoy se quejan de sus haters, yo no puedo menos que pensar que les llevo una ventaja considerable, yo he vivido ese odio desde hace treinta años. Tengo todos los números para un estrés postraumático que ríete de los veteranos de Afganistán.

Pero no todo son desventajas: la piel se te curte, cada vez tienes más estilo en echarte a la espalda las salvajadas que te dicen (las últimas incluían fusilarme en la Sagrada Familia, a lo que contesté si podía cambiar el emplazamiento por el del salón principal del Ritz, donde al menos podría tomarme una copa de champán antes de colocarme ante el pelotón), todo te parece cada vez más peregrino, más absurdo, más imbécil. Empiezas a ver el mundo como lo que es: un lugar lleno de gente dañada, mala y estúpida, con demasiado tiempo libre. Y tu silencio es cada vez más elocuente porque, cuando callas, te salen subtítulos.

 

 

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