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Isabel Coixet: Todo está dicho

Agnès Jaoui, la autora junto con Jean Pierre Bacri de maravillas como Le goût des autres (‘Para todos los gustos’), cuenta que, cuando ella y Bacri trabajaron para Alain Resnais en el guion de On connait la chanson, solían enviarle las páginas del guión en cintas decasete para que el director las escuchara. Alain Resnais, entonces, ponía la cinta de casete en su despacho, apagaba las luces, se tumbaba y empezaba a oír la cinta. Si era capaz de visualizar la película mientras la cinta giraba, todo iba bien. Si en algún pasaje no veía las imágenes en su cabeza, llamaba a los guionistas y les decía que había algo que convenía retocar. 

Todos vemos en nuestra cabeza una película al leer un libro, y esa película sólo nos pertenece a nosotros

Todos vemos en nuestra cabeza una película al leer un libro, y esa película sólo nos pertenece a nosotros. A veces, los protagonistas de la novela tienen nuestras caras o las caras de nuestros seres queridos u odiados. A veces, las caras de actores conocidos; otras, rostros de seres desconocidos que son la suma de miles de rostros con los que nos hemos cruzado en la vida. Si el texto es especialmente bueno, olemos lo que los protagonistas huelen, sentimos la humedad, el frío, el sudor, el contacto de una piel cálida, el asco ante un animal despanzurrado en la carretera o la emoción ante la lluvia después de semanas de sequía.

Cuando leí Un amor, de Sara Mesa, la última cosa que buscaba era una novela para adaptar al cine. Admiraba la prosa inclemente de la autora que había descubierto en Cicatriz y que me había hecho esperar con impaciencia sus libros. Recuerdo leer el libro de una sentada. El impacto  primero, como un golpe sordo en el esternón. La identificación con Nat, su protagonista: he sido Nat y supongo que, camuflado en algún lugar bajo un ligero barniz de madurez y frágil equilibrio, sigo siendo Nat. 

La segunda vez que leí el libro, vi la película. No quiero decir con esto que supiera exactamente cómo iba a ser, pero sí que veía la atmósfera, la ominosa sensación de tranquilidad bajo la que late un mar de suspicacia, desconfianza, ruindad. Veía las manos de Nat hurgando en la tierra mojada, arrastrando el moho detrás de una baldosa rota en la cocina. A veces, basta un detalle para empujarte a contar una película: unas manos, el rostro de un perro que evita tu mirada, manchas de humedad, el ruido de unas  botellas vacías en una caja de madera cuando alguien les da una patada. 

Supongo que muchos lectores de Un amor sentirán curiosidad por ver la película, otros no necesitarán verla, la han visto ya en sus cabezas. 

Yo he hecho la película por muchas razones, entre ellas para recrear un texto hipnotizante cuya riqueza se manifiesta en la pluralidad de versiones que pueda tener. No me cabe duda de que otros directores pueden adaptar Un amor y hacer una obra completamente diferente de la que en noviembre se podrá ver en las pantallas. 

Y cuando alguien me diga eso de «si todo está ya dicho», siempre podré contestarle «es verdad, pero, como nadie escucha, hay que repetirlo».

 

 

 

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