Isabel Coixet: Todos los lugares horribles se parecen
Antes de enumerarlos, debo empezar por decir que quizás estos lugares puede que sólo sean horribles para mí, que admito que haya personas que no sólo no los consideren horribles, sino que los amen. Las entiendo: yo también tengo querencias inconfesables.
1. Los palacios de congresos. Me da igual si los ha hecho Frank Gehry o quien sea. Hay algo innatural en esas moles que se yerguen en las afueras de cualquier ciudad que se precie o, lo que es aún peor, en el centro. Ese aire artificial, pomposo e imponente, las siglas gigantes de la administración de turno, las banderas y banderines al viento, las puertas que se abren a inmensas explanadas sin sentido, las ineludibles corrientes de aire, la extraña combinación de escalinatas, rellanos, salones, guardias de seguridad que te tratan como a un potencial terrorista, con lo que incluso a los más pacifistas se les cruza por la cabeza algún acto de índole ilegal… Todo está pensado para que te sientas pequeño, inútil, vulnerable. Para que cuando te cuelgues al cuello la credencial que determina tu puesto en el escalafón de ‘diossabequé’ experimentes una doble corriente de vergüenza y vértigo. ¿Alguien me puede explicar para qué sirven los congresos? ¿A qué conclusiones fundamentales llegan sus participantes, como no sea lanzar miradas furtivas a su alrededor para comprobar si hay alguien que parezca vagamente humano con el o la que compartir una cerveza tras la clausura del congreso en un bar con solera, con carteles de boxeo descoloridos, lejos de este palacio de pesadilla?
Todo está pensado para que te sientas pequeño, inútil, vulnerable. Para que experimentes una doble corriente de vergüenza y vértigo
2. Las salas de espera de la mayoría de las consultas médicas. Revistas que se caen de viejas, asientos incómodos, personas que miran a un punto fijo frente a ellas para esquivar tu mirada, cuadros esmaltados de payasos en las paredes, títulos amarillentos enmarcados que hablan de cursos realizados hace treinta años. Me pregunto qué mueve a los médicos a pasar consulta en estos lugares espantosos con un grado de desaliño y suciedad notables. ¿Es para prepararte para las malas noticias que te esperan cuando franquees la puerta de la consulta? ¿O para triplicar el alivio que sientes al salir de allí?
3. Los vestuarios de los gimnasios. Hay pocas cosas que me horroricen tanto como estos lugares. Tanto que los he evitado con éxito toda mi vida. Las duchas comunes son la antesala del infierno.
4. Los restaurantes franquiciados (aburrimiento asegurado), las cadenas de panaderías (pan industrial que no dura tierno ni una mañana), las cafeterías con panadería (no hacen bien ni el pan ni el café). Las franquicias y las cadenas en general.
5. Los polígonos industriales con matojos por doquier y calles numeradas. Los macrorrestaurantes de polígono. Las discotecas de polígono. Hasta la palabra ‘polígono’ me daba dentera cuando un polígono era para mí únicamente una figura geométrica.
6. Los edificios en construcción con las obras paradas. Los parques infantiles vacíos. Los descampados con vallas que anuncian la inmediata creación de 75 chalets con sus correspondientes piscinas privadas. Los clubs.
Todos los lugares horribles se parecen porque el espanto es más universal que la belleza.