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Isabel Coixet: Tres pies al gato

Creo que toda mi vida ha sido una lucha más o menos titánica por esclarecer la verdad oculta de las cosas: me interesa lo que no se ve, lo que no se dice y lo que no se explica. Los intersticios por los que se cuela la luz, lo que está detrás de las apariencias, las esquinas de la oscuridad. En esa búsqueda, a veces me he dado de bruces con muchos muros y he cometido errores estrepitosos. Y sé que he pagado muy caro ese no conformarme con lo obvio, aunque siento una especie de orgullo de no haberme dejado arrastrar por ninguna corriente de opinión: errado o no, lo que pienso y siento me pertenecen y no los cambio por nada. Bueno, no nos vengamos arriba, por casi nada. Afortunadamente, me gustan las cicatrices. Soy muy cabezota (siempre), soy infantil (a veces) y soy una agonías (¡todo el tiempo!): una combinación letal.

He pagado muy caro no conformarme con lo obvio. Afortunadamente, me gustan las cicatrices. Soy muy cabezota (siempre), soy infantil (a veces) y soy una agonías (¡todo el tiempo!): una combinación letal

Me apena y me reconforta al mismo tiempo pensar que ya no viviré otras vidas: que no seré monitor de surf en Santa Cruz, ni batería de una banda emo, ni abriré un chiringuito de paellas en una playa paradisiaca, ni descubriré una fuente casi regalada de energía ni ejerceré de zahorí en Madagascar, donde son muy respetados. Muchas veces sueño con esas vidas que no viviré y, cuando me despierto, tardo un rato en darme cuenta de que todo ha sido un sueño: que sigo siendo yo y no uno de los protagonistas de esas otras vidas. Esos minutos de duermevela en que, por un momento, creo ser otra persona o hasta un animal me desconciertan, pero me gustan. Parecen absolutamente reales porque el cerebro nos engaña todo el tiempo. Aterrizar, despertar, siempre es duro, a menos que tengas pesadillas todo el rato. En el último disco de M83, la formación de Anthony Gonzalez, se habla, entre otras muchas cosas, de la infancia y de los traumas de ésta. «Hola, freak, ¿puedes ver la escalera al cielo, bajo el café del limbo?». Llevo pensando en esa línea de la canción desde que la escuché por primera vez. Cada vez que la escucho, esas palabras resuenan en mí, como si yo sola pudiera adivinar su sentido, aunque sospecho que igual no tienen ninguno. Nada como una canción pop para perforarte la nuca y depositar en tu cerebro un río de incalculables posibles significados. Y la honda sospecha de que nadie conoce la auténtica dirección del café del limbo, aunque esté bajo la escalera al cielo. Me siguen pareciendo mágicas las canciones pop, no así los videoclips, que cada vez son más deprimentes. No necesitamos saber el alcance de los besos del artista de turno ni el número de quilates del diamante con que ha sido obsequiado.

A veces esta columna provoca que algunas personas se pongan en contacto conmigo y me cuenten sus afectos y desafectos, sus cuitas, sus afinidades con lo que escribo, también sus sueños. No puedo contestarles a todos como querría, pero sí me gustaría decirles que, aunque a veces sea agotadora, la vida buscándole tres pies al gato es mucho más interesante.

 

 

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