Islam sin Renacimiento
¿Son los terroristas de ISIS practicantes ortodoxos del islamismo, inadaptados, resentidos, ignorantes, estatistas, marxistas, militaristas, enfermos, expansionistas, practicantes del satanismo, palería, nostálgicos de un imperio que fue, o desubicados en el tiempo y el espacio?
No es capricho iniciar esta reflexión con una múltiple interrogante frente a los horrores que observamos en estos guerreros vestidos de casacas, turbantes y tapabocas negras, daga en mano. Armados, eso sí, de modernos fusiles de asalto AK-47, M16, misiles, tanques, bazucas, videocámaras, links, boletines de internet, pasaportes, doble identidades y mucho, mucho dinero.
Su argumentación es la creación del Califato Islámico; llegar al Levante, y de allí a Viena, Hungría, Serbia, España, Francia, Suiza, Estambul, Bagdad, Damasco, Jerusalén, la India y Malasia, señorear en el Mediterráneo y en Persia. Reinar desde Bagdad o Estambul, tal como lo hicieron los omeyas y los abasíes, califas y sultanes. Y como entonces, dominar, hacer pagar tributo a los infieles, utilizar sus riquezas, o pasarlos por las armas si se persignan o inclinan la cabeza ante el Muro de las Lamentaciones, convertir la catedral de San Pedro en la Mezquita de Roma y Notre Dame en un centro de estudios islámicos, porque solo hay un Dios y Mahoma es su profeta.
Todo eso parece un desvarío, y lo es. Un cuento mal escrito por Stephen King o Edgard Allan Poe ante tanta sangre, decapitaciones, disfraces, amenazas, desfiguraciones, lapidaciones, ahorcamientos, escuelas y aldeas arrasadas, violaciones, estupros y crucifixiones.
Y siguen las preguntas: ¿y todo esto en nombre de Dios? La verdad es que es mucho más complejo que la simplificación de la práctica de una fe, que ponemos en duda fuere la disposición testamentaria del Profeta, al dictar los primeros sutras; quizá la primaria intención fuese la unificación de las tribus y clanes semitas dispersas en la península arábiga mediante la transformación del politeísmo al monoteísmo, más allá de los enfrentamientos territoriales. Y le dio resultado. De Medina a La Meca llegaron a las puertas de Viena, pasando por el Magreb y llegando hasta Mongolia y la India.
Entre los sucesores de Mahoma, la dinastía de los Omeyas y Abasíes se construye la historia del Islam, hasta la llegada de los mongoles y turcos que tomaron Constantinopla en el siglo XV. Pero al lado de las matemáticas, ingeniería, astronomía y arquitectura que comenzaron a brillar, se encuentra igualmente ”Las mil y una noches”, esos imaginativos cuentos épicos y eróticos recopilados bajo la dinastía abasí en el siglo IX y un poco más. Fue su máximo esplendor cultural, lo demás fue estancamiento, se quedaron en el tiempo; el integrismo religioso impidió que tuvieran su Renacimiento, su Florencia centrada en el hombre, la humanidad, el mundo, la búsqueda de la verdad, la curiosidad por el universo, la creatividad y la libertad. No fueron capaces de tener su Reforma y Contrarreforma, ni a un Lutero o Calvino; no idearon un parlamento, ni limitaron el poder, como sí hizo Europa; no lograron separar la religión del estado, ni reconocer el valor divino de lo humano, tampoco tuvieron, por supuesto, su Vaticano II.
Autores islamitas como Bernard Lewis de la universidad de Princeton (¿qué salió mal?”, Londres, 2002) y el palestino cristiano Edward Said (“El Orientalismo”, 2002), a pesar de sus diferencias conceptuales, coinciden en que el islamismo se estancó, no evolucionó intelectualmente, se quedó en lo que fue para occidente la Edad Media. Ese estancamiento se refleja en el escaso grado de desarrollo alcanzado por los países musulmanes, a la zaga, con excepción de los emiratos árabes, incluso de países africanos, asiáticos y latinoamericanos.
Conceptos como Derechos Humanos, Estado de Derecho, respeto a las minorías, dignidad del ser humano, libertad de expresión y culto, investigación científica, son realidades consustanciales, con todos sus avatares, del mundo occidental y del propio Vaticano, hoy a la cabeza del Papa Francisco; conceptos que son rechazados por el Califato islámico, Hamas, Abu Nidal, Hezbolá, Los Tigres Tamiles, Al Qaeda, por el fundamentalismo islámico…
La ignorancia, marginación y pobreza han generado intolerancia, desprecio hacia la mujer, los niños, el arte, la educación, la tecnología, los prejuicios, el miedo a la libertad y el resentimiento hacia Occidente, que han traído como consecuencia el fenómeno talibán, los guerreros suicidas, el terrorismo, la burka, el ácido en el rostro de mujeres y niñas, y la ensoñación de califatos. Fenómeno por cierto que, de alguna manera, se repite en propuestas y vivencias semejantes a las del socialismo del siglo XXI. Quizá, por ello, su apoyo e identificación con estos regímenes islámicos.