Ismael Pérez Vigil: Lecturas políticas (2)
Inicié la semana pasada una reflexión sobre algunos textos políticos, que continuaré en este artículo −y quizás más adelante en otros−. El objetivo que persigo es estimular a quienes me leen, en la búsqueda y reflexión sobre las lecturas que propongo, apropiadas para épocas aciagas como las que vivimos; no esperen por tanto encontrar una recensión o resumen de los textos, pues se trata apenas de mi muy particular visión y conclusión acerca de ellos, que a lo mejor no es la lectura que otro lector o un especialista haría sobre los mismos.
Dos personajes
Dicho lo anterior, les traigo hoy los otros dos personajes que mencioné y que, como ya he dicho, todo politólogo y político deben conocer: Joseph Fouché y Nicolás Maquiavelo. A diferencia de, por ejemplo, La técnica del golpe de Estado, de Curzio Malaparte, El Príncipe de Maquiavelo y el Fouché de Stefan Zweig son muy fáciles de conseguir, en edición impresa y sobre todo por vía digital. Por ejemplo, casi todas las obras completas de Zweig se pueden “bajar” sin ninguna restricción y de manera gratuita por Internet, hay varias “páginas web” que lo permiten, basta poner en cualquier “buscador” el nombre del autor. Aunque yo utilizaré para ambos autores las obras impresas que conocí y leí hace muchos años −y aún conservo− recomiendo sin ninguna reserva las versiones digitales, que también consulté, más fáciles de conseguir hoy en día.
Fouché
Sobre este personaje hay diversas obras, la más famosa, que es a la que yo haré referencia, es la de Stefan Zweig; pero está la de Louis Madelin (Fouché, 1901), que fue su tesis doctoral y de la que el propio Zweig dice que fue de la que tomó los datos, después de que Honoré de Balzac sacara al personaje, Joseph Fouché, de la oscuridad. La obra de Zweig se conoce con varios nombres, simplemente como Fouché, pero hay ediciones que le agregan: Retrato de un hombre político; y esta otra: El genio tenebroso, que me parece que no es solo más impactante, sino que creo además que describe mejor al personaje.
Joseph Fouché fue ministro de la Policía durante la época del Terror de la Revolución francesa, después lo fue de Napoleón Bonaparte y finalmente del monarca Luis XVIII, a pesar de que Fouché fue uno de los que propició que se guillotinara a su hermano, Luis XVI y a María Antonieta. Por su habilidad para pasar por regímenes tan disímiles y contradictorios, se le describe con calificativos muy despectivos: “puro reptil”, tránsfuga, carente de moral, inescrupuloso, traidor, intrigante, oportunista; se tejió una “leyenda negra” sobre el personaje de la cual lo saca la tesis doctoral de Louis Madelin, convirtiéndolo en un personaje histórico, finalmente logrado por Stefan Zweig, con su magnífico estilo de manejar las biografías, sin datos farragosos y resaltando la época, la personalidad y el alma de sus personajes.
Poder detrás del trono
Desde luego la intención de Zweig no era despertar la admiración por este personaje, a quien consideraba: “el más consumado maquiavélico de la Edad Contemporánea”, su intención era “rescatar”, hacernos poner la mirada sobre este personaje de la segunda fila de la historia, pues como dice:
“En la vida real, la verdadera, en la esfera de poder de la política, raras veces deciden —y esto es algo que hay que recalcar, como advertencia contra toda credulidad política— las figuras superiores, los hombres de ideas puras, sino un género mucho menos valioso, pero más hábil: las figuras que ocupan el segundo plano. Tanto en 1914 como en 1918, hemos visto cómo las decisiones históricas de la guerra y de la paz no eran tomadas desde la razón y la responsabilidad, sino por hombres ocultos en las sombras, de dudoso carácter e insuficiente entendimiento”.
Es una clara advertencia que debemos tener en cuenta en los aciagos momentos que vivimos, para no poner la mirada solamente en los que destacan en el primer plano, sino en aquellos, mucho más taimados, que se mueven bajo la superficie, recordando otra frase de Zweig que nos rescata el presentador de la edición de su libro:
“Los gobiernos, las formas de Estado, las opiniones, los hombres cambian, todo se precipita y desaparece en ese furioso torbellino del cambio de siglo, sólo uno se queda siempre en el mismo sitio, al servicio de todos y de todas las ideas: Joseph Fouché”.
En estos dos párrafos se resume, para mí, la magistral obra de Zweig y que resumo en otra, frase, que no es textual, que leí o escuché en alguna parte, en algún salón de clase, cuando leía sobre el personaje, y que no sé si en realidad se refería a Fouché, o se aplicaba a otra obra y que es también perfectamente lapidaria y descriptiva de nuestra época: “Los gobiernos pasan, pero la policía queda”.
Maquiavelo
Sobre Nicolás Maquiavelo siempre he sentido una secreta admiración y atracción, que se remonta a mis años de secundaria, cuando un profesor de Psicología y Filosofía, el Hermano José Peñaloza, del Colegio La Salle La Colina, me puso en contacto con El Príncipe, cuando cursaba cuarto año de bachillerato. De manera que, cuando estudié Ciencias Políticas y evalué esta obra de una manera más sistemática, se reafirmó esa admiración por el autor.
La primera edición que leí de El Príncipe, fue la de Edime, Madrid, 1962; pero, lo que me descubrió el mundo de Maquiavelo es una obra denominada: Obras Políticas, Nicolás Maquiavelo, del Instituto Cubano del Libro (Editorial: La Habana, Editorial de Ciencias Sociales,1971), que contiene: 1) el prólogo de D. Luis Navarro, a la edición de las Obras Políticas de Maquiavelo publicadas en 1895 y editadas por la Universidad de Nuevo León, México; 2) el capítulo ya citado de George H. Sabine sobre la Ideas Políticas de Maquiavelo, de Historia de la Teoría Política, del FCE de 1937; y 3) las obras de Nicolás Maquiavelo: El Príncipe, Discurso sobre la Primera Década de Tito Livio (Discursos) y Dictamen sobre la Reforma de la Constitución de Florencia; por último, debo mencionar también otra obra de Maquiavelo, Del Arte de la Guerra, mucho más difícil de conseguir impresa, pero posible en versión digital. El príncipe, Discursos y Del Arte de la Guerra contienen −según Luis Navarro, ya citado− “Todo el sistema político de Maquiavelo”.
Todo lo anterior es para significar que, si bien la obra que más se conoce de Nicolás Maquiavelo, en materia política, es El Príncipe −del que existen innumerable ediciones, interpretaciones y miles de páginas escritas− en realidad poco se conoce acerca de que al autor de este texto, magníficamente escrito, se le considera el inspirador del significado que hoy tenemos del Estado moderno y el ejército moderno −o al menos “el primer clásico moderno en asuntos militares” (según Luis Navarro, en la obra citada)− y cultor de la interpretación de la política como ciencia social que estudia el poder, su administración, su forma de conquistarlo, etcétera. Fue su obra leída y resumida por Papas, emperadores, reyes, jefes de Estado, filósofos, y ninguno quedó indiferente ante ella. Desde ese punto de vista Nicolás Maquiavelo, para bien o para mal fue un iluminado florentino, que nos describió magistralmente y en lenguaje sencillo a la política, tal cual se practicaba en su época: un reino de maniobras e intrigas, de disimulo y abuso de poder, de conspiraciones y pactos secretos, cálculo, paranoia, cinismo, doble cara, etcétera.
Sería interminable una discusión de la obra de Maquiavelo −que no es lo que pretendo− por sus implicaciones morales, éticas, políticas, entre otras; pero, si resaltar que nos lleva también al concepto de gobierno y de esta manera, la política sería también el arte y ciencia de gobernar, de cómo los gobiernos y los partidos alcanzan sus logros; llevadas sus ideas a nuestros días, la política sería también la forma en que quienes tienen una misma idea, usualmente agrupados en partidos, toman las decisiones, alcanzan sus objetivos y convencen a los demás para seguirlos; sería entonces la forma, el método, la manera, de convencer a los demás de mis ideas, estrategias y maneras, para alcanzar de la forma más eficaz un determinado objetivo.
El fin justifica los medios
“El fin justifica los medios” es una frase que usualmente se atribuye a Nicolás Maquiavelo −y también a otros, vale decir−, pero que nadie pierda el tiempo buscándola en alguna de sus obras, porque no la va a encontrar, pues a ciertos autores, superficialmente considerados y vulgarizados, se atribuyen ideas y conceptos que nunca expresaron. Y es probablemente a partir de allí y de su obra más conocida, El Príncipe, que a Maquiavelo se le considera “inmoral”, que no lo era, todo lo más, “amoral”, según considera George H. Sabine (en el capítulo XVII: «Las ideas políticas de Maquiavelo», en Historia de la Teoría Política, del FCE de 1937), quien advierte que Maquiavelo “se limita a abstraer la política de toda otra consideración y escribe acerca de ella como si fuera un fin en sí” y nos recuerda también que El Príncipe lo escribió con una finalidad práctica: congraciarse con los Medici y conseguir un cargo público.
Amado o temido
La profundidad de El Príncipe, como es usual con muchos autores, se suele reducir a un tema, a unas pocas frases; en este caso, uno de los más citados es el tema de la “intimidación” −y de esa forma conecto con nuestros tiempos actuales− pues esa sería la mejor arma de la política, según aquella máxima de Maquiavelo que para el gobernante es mejor ser temido que ser amado:
“Algunos disputan acerca de si es mejor que el príncipe sea más amado que temido… Pero como no es fácil hacer sentir en igual grado a los mismos hombres estos dos afectos, habiendo de escoger entre uno y otro, yo me inclinaría al último con preferencia”. (Capítulo 17 de El Príncipe)
Sin querer justificar a Maquiavelo, en este caso está hablando de los “príncipes” que lo son por haber tomado por las armas un territorio y someter por la fuerza a su población; queda, por tanto, con muchos declarados enemigos. Bien decía Maquiavelo que esos “príncipes”:
“… comprendiendo que no podían contentar las dos partes, complacieron al ejército sin preocuparse de perjudicar al pueblo… pues no siéndole posible carecer de enemigos, más le vale que éstos sean los que no cuentan con la fuerza de las armas” (El Príncipe. Edime. Madrid. 1962)
Tampoco olvidemos que, para Maquiavelo −nos dice Sabine− “La finalidad de la política es conservar y aumentar el poder político, y el patrón para juzgarlas es su éxito en la consecución de ese propósito”; como también nos recuerda que Aristóteles, en la Política, “…se refiere también a la conservación de los estados, sin consideración de su bondad o maldad”.
Conclusión
¿Qué es, en mi criterio, lo que estos dos autores y sus obras nos enseñan? Zweig en Fouché: que debemos abrir los ojos hacia los que actúan en segundo plano, que suelen sobrevivir con el paso de gobiernos y regímenes −o como decimos en criollo: “siempre caen de pie”−, pues son “el poder detrás del trono”, otra frase que se atribuye a Zweig y que describe perfectamente a Joseph Fouché…y la ya citada: “Los gobiernos pasan, pero la policía queda”, que no lo olviden los tiranos.
Y en El Príncipe, Maquiavelo nos recuerda como pasan los “príncipes” a ser “tiranos” y que estos encuentran en esta obra un manual para preservar su hegemonía y mantenerse en el poder; pero, creo yo, que el florentino también nos enseña que quienes combaten a la tiranía, los republicanos, también encuentran en él, un manual de los vicios por los que hay que acabar con las tiranías y los autoritarismos.