Izaguirre: ¡Estamos mal, pero vamos bien!
¡Estamos mal, pero vamos bien! es una frase que se ha hecho célebre entre nosotros porque define la vida misma del país venezolano que cree avanzar mientras retrocede abierta y vergonzosamente. Es como si en todo tiempo, en toda circunstancia, durante la guerra de Independencia o de Federación, entre un gobierno primitivo y otro aún más despiadado; entre un ramalazo de democracia boba a otro de democracia ávida y aventurera, pero igualmente depredadoras estuviésemos devolviéndonos mientras el mundo avanza y nosotros seguimos repitiendo que estamos mal pero vamos bien.
A mi dilatada edad siento que políticamente he sido estafado. Que cuatro años antes de mi nacimiento y mucho antes de que Juan Vicente Gómez cometiera al morir el único error que no debe cometer ningún tirano, el país venezolano permaneció anclado en el vacío durante largos y primitivos años y antes que él Cipriano Castro prefirió andar de juerga en lugar de enderezar al país.
Desde López Contreras hasta el nefasto autoritarismo «bolivariano» no hemos hecho otra cosa que tratar de alcanzar, infructuosamente, un nivel decididamente democrático sin saber aún qué significa realmente la democracia y de qué valores está compuesta. El país no ha hecho más que repetirse enarbolando consignas y promesas incumplidas que alegremente se han permitido poner en acción los variados y sucesivos colores del liberalismo, del conservatismo, del nacionalismo y del actual patriotismo populista de los sempiternos tenientes coroneles que con ayuda del poder político y de civiles aventureros y engreídos se autodesignan como generales con numerosas medallas que engalanan sus gloriosos e impolutos uniformes desconocedores de las heroicidades de ninguna batalla en defensa del país.
De pronto, veo flotar desde el fondo de mi memoria los despojos de dos siniestros y despiadados venezolanos que anduvieron por las altas y bajas llanuras de Portuguesa y Cojedes al lado de Ezequiel Zamora en tiempo de la guerra de Federación: ¡Tiburcio López y Martín Espinoza!
Tiburcio era brujo, adivino y guerrillero, y por sus dotes agoreras llegó a ejercer influencia en las tropas que seguían a Zamora. Mostraba un anillo de hojalata en el anular y obligaba a los soldados a besarlo porque decía que él, Tiburcio López, ¡hablaba directamente con Dios! Todas las tardes rezaba el rosario y antes de que Espinoza las quemara subía a los púlpitos de las iglesias que encontraba a su paso y con el manto de la Virgen sobre sus hombros gritaba el nombre de Zamora y vaticinaba que Ezequiel era el hombre enviado por Dios para que al llegar a Caracas acabara con todas las arbitrariedades, abusos y malquerencias.
Creía que los zamuros eran ángeles cuya misión era la de impedir que nos ahoguemos en las inmundicias y en la podredumbre y uno o dos días antes de morir en 1859, a la edad de 34 años pidió que lo dejaran tirado en las llanuras de Portuguesa para que se lo comieran los zamuros. Sin proponérselo, el nombre deTiburcio revolotea a veces en mi memoria cuando miro a los zamuros planear sobre el cielo de Caracas y no puedo evitar imaginármelo convertido en alimento de zopilotes.
Y junto a él como feroz lugarteniente de Ezequiel Zamora surge también en mi memoria Martín Espinoza, el aborrecible jefe guerrillero. Lisandro Alvarado dice de él que era de origen mestizo, bongonero por las aguas del río Guanare e incorporado luego a las fuerzas de Ezequiel Zamora en los llanos altos de Barinas y Cojedes. Un insurrecto, un odioso sujeto de inhumana y salvaje ferocidad al punto que los apodos de sus trece lugartenientes: Mapanare, Tigre, Caimán…determinaron que los llamasen Las Trece Fieras. Se casaba con alguna de las pobres y aterrorizadas chicas en cada pueblo que incendiaba y obligaba con estremecedora violencia al cura del pueblo para que oficiara el matrimonio.
Era analfabeto y el único propósito en su atravesada vida era matar a los blancos que supieran leer y escribir. Era tan violento que Zamora receló de él y lo mandó a fusilar. Inició un alevoso y arbitrario Consejo de Guerra y Francisco Iriarte, secretario de Zamora, lo sentenció a muerte y la sentencia se ejecutó ese mismo día en la plaza de Santa Inés.
Me refiero a Tiburcio y a Espinoza. Pero ¿cómo se explica que Zamora contara entre su fieles seguidores a gente tan desconsiderada y atroz?
No olvidemos que el país venezolano avanza mientras retrocede y siempre es conveniente y oportuno preguntarnos si por caso el indomable pasado no estará convirtiéndose hoy en ofuscado y nebuloso presente.
¿En verdad, habrá muerto Tiburcio comido por los zamuros? ¿Realmente fue fusilado en Santa Inés el feroz y analfabeto Espinoza después de asesinar con anuencia de Ezequiel Zamora a los blancos que supieran leer y escribir? ¿La bala misteriosa le dio en verdad en la cabeza a Ezequiel y lo mató en la batalla de Santa Inés? ¿Lo fueron? Porque me dicen que ayer los vieron golpeando a la gente de un barrio mientras gritaban obscenidades en un círculo de tipos violentos vestidos con escandalosas camisas rojas.
¡Es que creemos ir hacia adelante y lo que hacemos es ir hacia atrás! ¡Allí están Tiburcio, Martín, Ezequiel y sus rojas camisas haciendo gestos impropios y vociferando que estamos mal, pero que vamos bien!
Desconsolado miro un país tradicionalmente mal administrado, tramposo y deudor, mal aconsejado, confundido política, económica, social y culturalmente que mira al tiempo correr velozmente seguro de merecer medallas de oro en sus propias Olimpíadas mientras nosotros, atolondrados y taciturnos, trotamos hacia atrás con pasos enredados buscando el camino de sedientas acequias y espesos matorrales donde acechan gentes turbias y emboscadas.
Sin embargo, personalmente me niego a retroceder e ir hacia atrás y hoy, más que ayer, leo y aprendo más que nunca a sabiendas de que me estoy convirtiendo en jugosa víctima de Martín Espinoza y en lugar de verme tendido en alguna anónima llanura a la espera de ser reventado por los zamuros de Tiburcio me incorporo y me preparo para unirme a muchos como yo dispuestos a impulsar al país que amo hacia un futuro más esperanzador, ser nación, ciudadanos y no la mediocre Capitanía General que seguimos siendo mientras sostengamos que vamos bien a pesar de que continuamos estando mal.