J.M. Coetzee: «Escribir es muy similar a rezar»
Como ya saben, Madrid está estos días de Feria, lo que la convierte en un inagotable polo de atracción para las grandes figuras literarias del mundo. Si ayer fue el turno de Mircea Cartarescu, que inauguró los fastos como punta de lanza de la embajada de Rumanía, país invitado, hoy el protagonismo ha recaído en un escritor que sí ha obtenido el Premio Nobel de Literatura que muchos auguran para el escritor rumano. El sudafricano John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) ha elegido el madrileño Espacio Fundación Telefónica para inaugurar su tour por España, que tras la tarde de firmas de mañana prosigue la próxima semana en Bilbao y Granada, en el que presenta en nuestro país su último libro, Siete cuentos morales.
El conjunto de relatos de Coetzee, más allá de su espléndida escritura que destaca por la palpitante recreación de las emociones humanas y el uso de la sugerencia y los silencios, presenta dos novedades clave en la narrativa del escritor. La primera, que lleva años perfilándose es que por primera vez un libro suyo ha visto la luz antes en español que en inglés, fruto del trabajo de las editoriales Literatura Random House y la argentina El hilo de Ariadna, con cuya editora Soledad Constantini, ha mantenido una charla. Para el escritor, esto supone «un gesto plenamente consciente que nace de mi distanciamiento de la visión del mundo de los angloparlantes. El peligro de que el inglés se convierta en un idioma global, proceso en el que está inmerso y que muchos aplauden, es que las opiniones que ese idioma tiene sobre el mundo también lo serán, y eso no es en absoluto bueno».
Seguidor de las teorías que relacionan lenguaje y pensamiento, Coetzee opina que «estar incluido en un idioma supone estar incluido en la manera de ver el mundo de ese idioma. Nuestra relación con el idioma tiene facetas personales, filosóficas e incluso políticas«, y son estas últimas específicamente las que le alejan del inglés, pues le disgusta el modo en que Estados Unidos ejerce un excesivo control cultural sobre el mundo, especialmente «la agresividad política mostrada desde la era de Bush hijo, aunque mis relaciones con Estados Unidos son bastante distantes desde los 60, cuando ya estaba descontento con acciones políticas como la Guerra de Vietnam«. Sin embargo, el escritor, que actualmente reside en Australia, agradece sinceramente aquellos años que pasó en Austin, como estudiante de doctorado de lingüística computacional (primeramente Coetzee se formó como matemático) en la Universidad de Texas, entonces un paraíso intelectual, que le atrapó para la literatura y le permitió descubrir a Samuel Beckett.
Vestir lo intangible
La proverbial timidez de Coetzee, que prodiga estos encuentros, y no digamos las entrevistas, con cuentagotas, se extiende desde su persona hasta su obra. Preguntado por sus dos novelas más recientes, La infancia de Jesús y Los días de Jesús en la escuela, solo ha comentado que su intención original era publicar los volúmenes sin título, «para que fuera el lector el que estableciera ese paralelismo con la vida de un Jesús que por otra parte no es el Jesús histórico«. En definitiva, el escritor se ha mostrado reacio a hablar en profundidad de ninguno de sus trabajos, acogiéndose al mantra de que «si un libro no puede hablar por sí mismo, es un fracaso, y ese autor no está trasmitiendo nada».
Sin embargo, sí aseguro no ser un autor cristiano, pues procede de una familia donde la religión no era importante, «aunque siempre me ha intrigado la vida, y especialmente la muerte de Jesús, su sacrificio por nosotros. Cuando era joven me impactó profundamente El Evangelio según San Mateo de Pasolini, porque su protagonista no era un Jesús bíblico ni institucional, sino salvaje e intenso, y a la vez un hombre frágil», recuerda. Por ello, aún sin ser creyente ni miembro de la Iglesia, reconoce estar influido «por el pensamiento cristiano y por el Jesús de los evangelios, textos muy difíciles de leer e interpretar», además de reconocer que «escribir y rezar son dos prácticas muy similares. En ambos casos uno tiene la fe de someterse a algo que está en blanco y confiar en que lleguen las musas o la inspiración. Son formas de discurso que pretenden poner un vestido a algo intangible».
Altavoz narrativo
En el ámbito donde sí ha accedido a explayarse algo más Coetzee es en lo tocante al otro gran elemento clave de su nuevo libro, la reaparición de la ¿ficticia? novelista australiana Elizabeth Costello. La interrogación viene de una anécdota del autor. «Hace algunos años un colega escritor viajó a la India, y allí mucha gente le preguntaba cosas sobre la escritora Elizabeth Costello, imaginándola una persona real», relata Coetzee, para quien esto demuestra que «en cierto momento, un personaje puede encarnarse en la realidad y seguir una vida aparte del escritor que lo creó». Sobre su relación con este complejo alter ego, Coetzee recuerda que «apareció en mi vida sin avisar, sin ser invitada, en 1999, y exigió pronto un hueco. Nunca he tenido control sobre ella. No es una mujer a la que se pueda considerar simpática. Es arrogante, dominante, intolerante y es escéptica frente a la racionalidad humana».
Costello se presta así de nuevo a hacer de altavoz de un Coetzee que no cree en plantear fríamente las opiniones de modo ensayístico, sino que asume como su deber el crear marcos narrativos que desarrollen estas cuestiones morales, políticas o filosóficas, algunas atemporales y otras estrictamente contemporáneas. «Mis historias no tienen nada que ver con la moral o la política, lo que busco es escribir situaciones de gente que se enfrenta a crisis creadas por problemas de esta índole», asegura el escritor, que cree que «la racionalidad está sobredimensionada. Lo que hace que la vida interior de las personas sea accesible a los demás es la empatía, por eso en la escritura debe haber una exploración empática«.
Ya en su novela homónima, publicada en España en 2004, Coetzee utilizó a esta encarnación para hacer de puente entre la fantasía inherente a una novela y sus propias teorías sobre el mal, el erotismo, los derechos de los animales y la creación artística. Ahora, nos presenta a una Costello en franca decadencia, a las puertas de la vejez, cavilando incansable sobre cuestiones que preocupan al propio autor y que ya ha abordado a lo largo de su carrera: la familia, la infidelidad, los derechos de los animales y la lucha entre padres e hijos. Y especialmente la muerte, nuestra capacidad netamente humana de elegir dónde y cómo debemos morir, que planea tácita o alegóricamente por todos los cuentos en las charlas que Costello mantiene con sus hijos, que quieren internarla.
Errores del pasado
En sintonía con esta reflexión sobre las relaciones familiares, Coetzee, preguntado por su relación con el psicoanálisis ha planteado una reflexión sobre nuestros antepasados. Con la vista puesta en el conocido pasado de Sudáfrica como emblema del apartheid, pasado que el escritor enfrentó en varias de sus obras como Infancia o Verano, ha aludido a la complicada relación que las generaciones actuales tienen con sus ancestros. «En términos actuales nuestros abuelos o bisabuelos fueron criminales, porque robaron y mataron. Pero ellos pensaban que estaban civilizando, lo que nos hace ser muy ambivalentes hoy en día frente a ellos. En mi opinión, cuando una sociedad rechaza sentirse afectada por el pasado, es posible que empiece un proceso de sanación».
Además, el escritor, que también abordó ampliamente cuestiones de esta índole y secuelas como la represión y la culpa en su libro El buen relato, donde establecía un diálogo con la catedrática de psicología clínica de la Universidad de Leicester Arabella Kurtz, ha asegurado que, sí, que puede que nuestros antepasados hicieran cosas horribles, pero «si en el futuro la historia se repite, nos equivocaremos tanto como ellos, así que lo mejor que podemos hacer es olvidarnos de todo el daño que se ha hecho y seguir con nuestras vidas».