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Jaime Ortega: “La gente en Cuba quiere que avance el cambio económico”

Seráfico exponente de la diplomacia vaticana, el cardenal cubano Jaime Ortega Alamino (Jagüey Grande, Cuba 1936), arzobispo emérito de La Habana, sabe todo sobre conversaciones de sacristía, y también sobre cómo esquivar las preguntas casi de oficio en sus encuentros con la prensa internacional: democracia, derechos humanos, presos y transición en Cuba. “No voy a responder a eso porque no es mi ámbito. No soy un hombre político”, reiteró este miércoles durante un acto presentado por Miguel Ángel Moratinos y organizado en Madrid por Nueva Economía Fórum; después, presentó en Casa de América su libro Encuentro, diálogo y acuerdo, sobre las negociaciones que condujeron al deshielo entre Cuba y Estados Unidos, en diciembre de 2014. Su intervención fue fundamental como consejero papal, interlocutor de Raúl Castro y orientador de Francisco durante su viaje a la isla en 2015.

En una entrevista con EL PAÍS, Jaime Ortega considera que los cambios posibles en Cuba no son políticos sino económicos, y que es significativo que Donald Trump no se haya descolgado todavía con alguna amenaza. Las cosas siguen como las dejó su predecesor Barack Obama. El cardenal no avizora una sucesión dinástica, un enquistamiento familiar en la cúspide. “Voy a responder con la declaración de la hermana de Alejandro Castro Espín, (hijo del gobernante): ningún Castro va a ir al por el poder. No hay ningún Castro, ni hijos de Raúl, ni de Fidel que estén en el Comité Central del partido. No hay, creo yo, ninguna tendencia a la dinastía”. La reveladora presencia del hijo presidencial en las reuniones con Washington, que cita en su libro, no le parece fundamental. “Es sólo un renglón del libro para centrar el tema, pero se ha sobredimensionado”.

Cree que Obama fue el mejor presidente norteamericano a la hora de abordar el largo conflicto binacional. “Hizo lo que pudo”. El objetivo era socavar el régimen desde dentro, ¿no? “Eso son conclusiones que sacan otros. Él no dijo eso. Hay que leer su discurso del mismo día en que se anunció el cambio”.

Admirador de Jorge Mario Bergoglio durante las congregaciones generales previas al Cónclave que sentó en la silla de Pedro al argentino, el arzobispo emérito fue feliz siendo párroco de la ciudad de Matanzas, pastoreando un rebaño diezmado durante los años de los campos de concentración para homosexuales, curas y sospechosos, en los que estuvo encerrado ocho meses. Tiempos de impiedad y trinchera miliciana contra el yanqui. Ordenado sacerdote en 1964, fue arzobispo en 1979 y cardenal en 1994. Ha sido presidente de la conferencia episcopal cubana en tres periodos consecutivos, oficialista por conveniencia y camarlengo de los intereses vaticanos a tiempo completo.

Pregunta. ¿Qué pasará con Trump?

Respuesta. Nadie lo sabe. Cuba y el resto del mundo están expectantes. No sabemos qué va a pasar. A veces hace declaraciones que pueden parecer contradictorias. Eso crea diferentes expectativas. Hay que esperar. El hecho de que no haya tenido ningún exabrupto hacia Cuba hay que tenerlo en cuenta. Todo lo que se había alcanzado con Obama se ha mantenido: remesas, cruceros, líneas aéreas con oficinas en La Habana que viajan continuamente.

P. ¿Y si la Casa Blanca aprieta el dogal?

R. Yo digo que hay que esperar. Esas predicciones de futuro no sirven porque pueden ser fatales.

P. ¿Qué cambios cabe esperar en Cuba?

R. La gente quiere un cambio económico porque es lo que se ha empezado a dar. Quiere que avance ese cambio. Yo creo que los cambios que son posibles en Cuba son económicos, en el sentido de un desarrollo que cree bienestar. El número de personas que trabajan fuera del ámbito estatal supera el medio millón. Eso da una configuración de país muy distinta de la que tenía hace 10 años.

Admite que muchos funcionarios torpedean la apertura socioeconómica con una mentalidad obsoleta. “Es el acomodo de muchos a una realidad burocrática. No quieren cambios”. El cardenal lamenta que la economía nacional y el mundo de los negocios estén sufriendo la lenta entrada de inversión extranjera, que atribuye a la maraña de trabas, a la doble moneda y a la inseguridad jurídica generada por la impericia y desconocimiento de quienes deben interpretar y aplicar la Ley de Inversiones, confusa en varios de sus apartados.

La primera pregunta de la prensa, por escrito, al término del acto de Nueva Economía Fórum fue directa: ¿Se arrepiente, mirando atrás, del tibio papel de la Iglesia católica cubana en la defensa de los derechos humanos y libertades en la mayor parte de la dictadura castrista quitando estos 10 últimos años?, inquirió una periodista de la SER. ¿Según la iglesia católica, cuantos políticos quedan hoy en Cuba?. “No voy a responder a esta pregunta por qué no entra en este ámbito en que estamos ahora. No soy el hombre político que debe hacer juicios”.

Las imputaciones de mansedumbre y complicidad con el castrismo han sido frecuentes y asumidas por Jaime Ortega con resignación cristiana. No olvida la recomendación de Agustín Román, primer prelado cubano de EE UU, durante su primera visita a Florida, en 1995: “En tus homilías, hablas de reconciliación. No menciones aquí esa palabra”. Siguió pronunciándola porque la pidieron los tres papas que ha recibido en Cuba y es su escapulario. Sigue viéndose con Raúl Castro, la última vez hace un año, y aunque está dispuesto a participar en alguna operación de alto vuelo, “lo que me más gusta es la vida en mi pequeña parroquia”.

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