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Javier Benegas: Cuando volvamos a la normalidad

«Sospecho que la nostalgia por la normalidad se reduce a que Sánchez se marche. Y todo vuelva a ser como antes. Algunos añadirán la vuelta del ‘viejo PSOE’»

Cuando volvamos a la normalidad

      Ilustración de Alejandra Svriz.

 

En un debate televisivo, a propósito del insólito caso del fiscal general del Estado, un contertulio terminó su contundente intervención con la frase «cuando volvamos a la normalidad». Manifestaba con este colofón la confianza en que, una vez Pedro Sánchez fuera desalojado del poder, regresaríamos a una realidad anterior más estable, previsible y razonable.

A primera vista, la lógica de ese vaticinio resulta inobjetable. Los excesos, corrupciones y abusos del sanchismo son tantos y tan graves que la simple remoción de Pedro Sánchez supondría un gran alivio. Pero una mirada más reflexiva sobre el significado del «normalidad» plantea importantes interrogantes. ¿Qué hay que entender por normalidad?, ¿aquello que anteriormente era la costumbre?, ¿o como un orden anterior que funcionaba idealmente?

Distinguir entre ambos sentidos y escoger el que más se ajuste a la realidad es importante, porque en función de esta distinción regresar a lo anterior supone asumir escenarios muy distintos con consecuencias igualmente diferentes. Habría, pues, que cuestionarse si ese vaticinio del regreso es esperanzador o si, por el contrario, nos conducirá de nuevo a un resultado igual de lamentable. Al fin y al cabo, la normalidad entendida como vieja costumbre estaría relacionada no ya con el ascenso al poder de un sociópata, sino con la decrepitud y el sesgo cada vez más peligroso de la práctica política.

Regresar a la vieja normalidad del reparto entre partidos de los vocales del gobierno de los jueces y la abolición de facto de la separación de poderes, ¿por qué habría de dar resultados mejores que los que ahora disfrutamos? Esta desnaturalización convertida en normalidad por la fuerza de la costumbre ¿no tendrá algo que ver con la letal inspiración del autócrata Sánchez?

El regreso a la normalidad, entendida como retorno al orden anterior, implica también asumir como normal que los diputados del Congreso sean unos aprieta botones que no representan los intereses de los electores sino los suyos propios, los del partido y, sobre todo, los de su jefe, que para eso los coloca en las listas. Significa la continuidad sine die de un Estado elefantiásico cuyas administraciones llevan décadas acumulando privilegios e ineficiencias a costa de unos ciudadanos que, se supone, son la razón de su existencia.

«La normalidad también es la costumbre de que en España nadie dimita, por incompetente que sea o por muy gorda que la líe»

Normalidad es que las universidades españolas, que ni aparecen en los ránkings de excelencia, se hayan convertido en entidades endogámicas cuyos rectores consienten que personas sin más mérito que el parentesco o la influencia reciban beneficios académicos, lo que explica por qué, llegado el caso, Begoña Gómez tuvo una cátedra en la Complutense, justo después de que su rector, tras el oportuno silbido, acudiera solícito a visitarla. Y que grandes empresas, con sólo una llamada y sin averiguación alguna, consintieran financiarla.

La normalidad también es la costumbre de que en España nadie dimita, por incompetente que sea o por muy gorda que la líe. El lavado de manos tras los estragos de la gota fría de Valencia es el penúltimo capítulo, pero la costumbre es muy larga. ¿Nada tiene que ver esta tradición por aferrarse al cargo con la forma obscena en que Sánchez se aferra al suyo?

Hay muchas más normalidades tremendas que desde la pésima tradición política de las últimas décadas se derraman sobre lo cotidiano. Tan normales y asumidas que nadie perece reparar en ellas, a pesar de que sean aberrantes y, a menudo, inhumanas. Estas anormalidades no sólo corrompen las instituciones, también las cosas más elementales. Como el caso de ese ciudadano que a punto estuvo de perder una pierna porque tuvo la desgracia de accidentarse en una comunidad autónoma distinta a la suya o como los autónomos que, con rendimientos del trabajo iguales o inferiores a 670 euros mensuales, tienen la obligación de pagar cada mes algo más de 200 euros en cotizaciones, además de detraerse el 15% de sus ingresos a cuenta del IRPF.

¿A quién en su sano juicio le puede parecer normal que el Estado ponga en riesgo la salud de una persona o imponga la obligación legal de prosperar con menos de 400 euros mensuales? Como estos ejemplos hay muchos, un número casi infinito. ¿Qué tremenda calamidad ha caído sobre España para que, objetivamente, lo que debería ser anormal sea la normalidad normalísima desde hace la tira de años?

«Para Sánchez su anormalidad es en realidad la vieja normalidad de siempre llevada a su punto más álgido»

Sospecho que la nostalgia por la normalidad se reduce a que Sánchez se marche. Y todo vuelva a ser como antes. Algunos a lo sumo añadirán la vuelta del «viejo PSOE». Espero que no se refieran al de Largo Caballero, y tampoco al que muy tempranamente, casi recién echada a andar la Transición, en la segunda legislatura socialista impuso el sector guerrista, no fuera que el partido se les llenara de liberales. Otros, los que se definen moderados, proponen el regreso a la suerte de don Tancredo. Para Sánchez, sin embargo, no hay alternativa porque su anormalidad es en realidad la vieja normalidad de siempre llevada a su punto más álgido. ¿De qué se quejan entonces?

Vincent van Gogh dijo que «la normalidad es una carretera pavimentada: es cómoda para caminar, pero no crecen flores en ella», resaltando que la normalidad puede sofocar la creatividad y la belleza. Me temo que poco más o menos eso es lo que sucede con nosotros.

 

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