Javier Cercas: ¿Quién teme el voto del miedo?
NO HAY DUDA: el miedo es el peor enemigo del hombre, porque es imposible ser feliz con miedo. Y tampoco hay duda de que nada resulta tan eficaz como el miedo para crear obediencia, y de ahí que el miedo sea el instrumento de dominio favorito de los tiranos. Ambas cosas explican que, cada vez que llegan unas elecciones, todo el mundo abomine del llamado voto del miedo, al parecer un voto cobarde que sólo provoca desgracias, y que todo el mundo reclame el voto para los llamados proyectos ilusionantes, al parecer un voto valiente que sólo provoca bendiciones. ¿Tiene todo esto sentido? ¿Es el llamado voto del miedo un voto exclusivamente abominable, y el de los llamados proyectos ilusionantes, un voto exclusivamente deseable? ¿No hay nada bueno en algo tan malo como el miedo?
Me temo que sí. De entrada hay que decir que a veces el miedo es un sentimiento por completo razonable; también que una cosa es la valentía y otra la temeridad. No tener miedo a los radicales islamistas, por ejemplo, no es valentía, sino temeridad, porque esa gente ha demostrado ser muy peligrosa (y gritar en las manifestaciones que no les tenemos miedo es una forma inversa y un poco ridícula de decirles que les tenemos mucho miedo); frente a los radicales islamistas, como frente a cualquier otra amenaza real, la valentía no consiste en no tener miedo: consiste en ser capaz de dominarlo y transformarlo en carburante para combatirlos. En política las cosas no son distintas. Era absolutamente razonable temer a Adolf Hitler, y si el voto del miedo a ese oligofrénico hubiera triunfado en las elecciones alemanas de 1932, a los alemanes todo les hubiera ido muchísimo mejor, y a los demás también. He ahí un ejemplo flagrante de las bondades del voto del miedo; hay muchos otros, y más próximos. Si en noviembre del año pasado hubiera vencido en las elecciones norteamericanas el voto del miedo a Trump, todos estaríamos mucho más tranquilos y el mundo sería ahora mismo un lugar mucho más seguro y más grato, porque no estaría gobernado por un narcisista analfabeto, xenófobo e incontrolable; si en junio del mismo año los británicos hubieran tenido el miedo que era razonable tener ante la hipotética salida de su país de la Unión Europea y hubiesen votado contra ella en el referéndum, Reino Unido no hubiera cometido un error descomunal ni hubiera sumido a Europa en una crisis histórica; y si los independentistas catalanes no hubieran ganado las últimas elecciones catalanas, Cataluña no estaría partida por la mitad y los catalanes no hubiéramos sido colocados, gracias a la complicidad activa de Ada Colau y Pablo Iglesias, al borde del enfrentamiento civil y la ruina económica. Y debería dar que pensar el hecho de que, en todos los ejemplos que acabo de poner, el llamado voto del miedo fue derrotado por llamados proyectos ilusionantes que provocaron fervores colectivos extraordinarios: un Reich que iba a durar mil años, una América grande de nuevo, un Reino Unido y una Cataluña dueños de nuevo de su destino. Claro que estos programas tan ilusionantes se amasaron con grandes mentiras, pero nada provoca mayores entusiasmos colectivos que la mentira, ni catástrofes mayores. La verdad, en cambio, suele ser aburrida, igual que la razón, pero los resultados que provoca en política son casi siempre mucho mejores. ¿Hay algo más razonable y aburrido que la socialdemocracia? Y sin embargo ha sido la aplicación continuada de programas socialdemócratas, sin sobresaltos ni fervores colectivos ni proyectos ilusionantes, lo que dio lugar al llamado “modelo nórdico”, que ha creado a su vez en los países escandinavos las sociedades más justas, prósperas y libres del mundo.
Eso no da miedo, pero sí lo dan Trump, y el Brexit, y los independentistas catalanes y sus maquiavélicos compañeros de viaje. Y el problema no es que la gente les tenga miedo, sino que, llevada por el entusiasmo y el fervor y los proyectos ilusionantes —no por la verdad y la razón—, les pierda el miedo y acabe votándoles. Ha ocurrido muchas veces, y sin duda volverá a ocurrir. En nuestras manos está que el próximo jueves no ocurra de nuevo en Cataluña.