Javier Cercas: “Sin ironía no hay novela, sin ironía no hay democracia”
Tengo 57 años. Nací en Ibahernando (Cáceres) y vivo entre Girona y Barcelona. Soy escritor. ¿Política? Soy un izquierdista crítico con la izquierda. ¿Creencias? No. Mi droga es salir a correr cada día. Y la siesta. Veo en el nacionalpopulismo la máscara posmoderna del viejo fascismo.
‘Terra Alta’
“Si te ves a ti mismo del lado del bien, ¡cuidado!”, me previene Cercas. Como Camus, busca la sombra que proyecta cada certeza: la duda. Cercas escribe a la carrera y mirando alrededor, buscando su sombra. Su última obra, Terra Alta (ganadora del premio Planeta), tiene una peripecia de novela negra, pero es también una novela de ideas acerca de las huellas del pasado en el presente, la justicia, el odio, la redención, el hogar y la patria. Y ya me callo, por no desvelar más de la cuenta… Le pregunto a Cercas qué primera medida tomaría si mandase él en España: “Máximo sueldo a los maestros: la única revolución eficaz y valiosa es la educación”. Cercas fue profesor, pero me confiesa que “siempre, ¡siempre!… me sentí escritor”.
Entrevista:
Qué pasa con la siesta?
Es primordial: jamás me la salto.
¿Y lo de correr?
Es mi droga de cada mañana: treinta y cuatro minutos a la carrera.
¿No más?
Obedezco a mi traumatólogo: “El espíritu de superación es un error: ¡conoce tu límite!”.
¿Correr ayuda a escribir?
Si no corro, no sé escribir. Si no corro tres días, mato. Yo escribo con ritmo de carrera.
Ha escrito Terra Alta.
Creo que es la única novela en castellano con título en catalán.
¿De qué va?
La máxima justicia puede ser injusta.Y va de uno que encuentra su patria. No en sentido político, ¡tan tóxico!, sino en el de Cervantes.
¿Qué patria es ésa, la cervantina?
El rincón íntimo en que viven los que amas y te aman. Sancho cae de rodillas al vislumbrar su aldea: “¡Ay, patria mía!”, llora. Su patria.
¿Alguna otra definición que le guste?
“El lugar dónde me sienta libre”: Voltaire.
¿Cuál es su patria, Cercas?
Mi mujer y mi hijo: mi patria, mi Terra Alta.
¿Y Catalunya y España, qué?
Nací en un pueblo extremeño, Ibahernando. Mi primer recuerdo, con cuatro años, es mi madre señalando dos puntos en un mapa de España: “Aquí estamos…, y aquí nos iremos”.
Ibahernando y…
Girona. Llegué con ocho años. “M’agrada molt anar al col·legi”, me enseñó a decir mi padre. “¡Ahora somos catalanes!”, proclamó. Él quería que sus hijos tuviésemos futuro.
¿Y ha alcanzado usted ese futuro?
Soy escritor… y en Ibahernando nunca lo hubiese sido: escribo por desarraigo. Eso sostiene mi madre, y una madre no se equivoca.
¿Desarraigo?
¡Orfandad! En verano íbamos al pueblo: me enamoré… y tuve que volver a Girona. Quería ahorcarme… “La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida”, sabía Pavese…
¿La literatura, pues, le salvó?
Y de la orfandad de fe, que perdí leyendo San Manuel Bueno, mártir, de Unamuno. Con la literatura convertí mi mierda en belleza.
¿Qué mierda?
Carencias, conflictos, miedos, complejos, orfandades, heridas, ¡todo lo malo! La literatura recoge toda esa basura… y le infunde sentido. Y a los 14 años lo decidí: sí, ¡sería escritor!
La literatura, pues, sirve para…
Para vivir más. Para vivir con mayor hondura e intensidad, con más complejidad, con más riqueza íntima.
Hay novelas malas, también.
En tal caso son propaganda o pedagogía: la novela… tiene por corazón la ironía.
¿Qué entiende por ironía?
La ambivalencia: el Quijote, de Cervantes, ¿está loco o cuerdo? ¿es ridículo o heroico? Esa paradoja, contradicción aparente, es ironía. ¡Lo que más odian los totalitarios!
¿Por qué?
El totalitarismo exige univocidad monolítica. Así, la novela es un arma de destrucción masiva anti tiranos: la ironía mina todo uniformismo. Sin ironía… ¡no hay democracia!
¿Es España una democracia?
Lo publica The Economist : de las 18 democracias plenas del mundo, España es la 17. Más deficientes son ahora Francia, Italia, Estados Unidos, Japón…, siendo democracias. Bélgica, mire, está en la posición 32.
Como “régimen del 78”, descalifican algunos a la democracia española…
Sin fundamento: la Constitución de 1978, ¡fue el portazo a la Guerra Civil!
¿A la Guerra Civil?
Sí, la guerra duró hasta 1978. Y la transición culminó en aquel instante de 1981 en que Suárez se mantuvo en pie ante Tejero… Eso cerró, al fin, dos siglos de asonadas y golpes.
¿No volveremos a las andadas?
Tener siempre presente nuestro peor pasado, con toda su crudeza, es el único modo de que podamos hacer algo útil con el futuro.
Pues nos queda aún por honrar cien mil españoles metidos en fosas anónimas…
Si un familiar lo pide, el Estado español debiera exhumar y honrar los restos de cualquier español enterrado aún sin nombre.
¿Y por qué no se ha hecho todavía?
Nuestros abuelos prefirieron callar, y puedo entenderlo. Y nuestros padres dejaron eso de lado: bastante les costó traer la democracia. ¡Nos toca a nosotros, nietos de la guerra!
¿Y hacer eso contribuirá a mejorar nuestra democracia…, o no?
La democracia es, por definición, infinitamente perfectible: engendra ley, única defensa del débil ante la fuerza. Ley modificable mediante mecanismos democráticos.
¿A que teme usted más?
Soy novelista, y la novela existe para complicar la vida al lector. Y el político, que está para allanarla… ¡actúa como novelista, hoy!
En vez de aburrirse civilizadamente…
Y lo que más temo es lo que pronosticó Winston Churchill, ganador de la Segunda Guerra Mundial, a saber: “Los próximos fascistas se llamarán a sí mismos antifascistas”. Y sí: veo en el nacionalpopulismo rampante la máscara posmoderna del viejo fascismo.