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Javier Milei: el termómetro no cura la fiebre

Los medios describen a Javier Milei como un fenómeno arrasador que cambiará por completo la política argentina. ¿Estamos ante un líder que puede cumplir sus promesas de campaña, o es otra estrella fugaz dentro del firmamento político del continente?

                                         Foto: Manuel Cortina/SOPA Images via ZUMA Press Wire

Apenas Javier Milei obtuvo el 30.04% de los votos en las elecciones Primarias Abiertas, simultáneas y Obligatorias (PASO) del 13 de agosto en Argentina, la prensa local y extranjera se apuró a hablar de un fenómeno arrasador que cambiará por completo a la política argentina y que podría abrir el camino a la llegada de los “outsiders” al poder en otros países de la región.

Sin embargo, al analizar sin apasionamiento y con una dosis de realismo, el “efecto Milei” no resulta tan novedoso ni anticipa un cambio tan revolucionario.

Primero despejemos el mito de la novedad. Milei es una más de las figuras que llegan desde fuera de la política con intenciones de cambio radical, y eso no es algo nuevo ni en Argentina ni en América. Se remonta a décadas anteriores y ya se dio con el “Movimiento V República” de Hugo Chávez, el “Cambio 90” del peruano Alberto Fujimori, el Perú Posible de Alejandro Toledo en Perú o la experiencia del Partido Roldosista Ecuatoriano de Abdalá Bucaram. No hay nada nuevo llegando por el flanco izquierdo o derecho y se trata de una experiencia que Latinoamérica vive con cierta cronicidad.

El otro mito es la idea de que Milei es parte de una serie que reúne a figuras como Donald Trump, el salvadoreño Nayib Bukele, el brasilero Bolsonaro o el chileno Boric. Aunque puedan encontrarse algunas similitudes en discursos y estilos, no se trata de “outsiders”. Trump llegó al poder dentro del Partido Republicano, Bukele es un veterano de la política desde su arranque en el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, Bolsonaro pasó por siete partidos antes de ser nominado a presidente por el antiguo Partido Social Liberal y Boric fue respaldado por una coalición de partidos de izquierda.

Si hay que buscar un denominador común, es que todos prometieron cambiar lo establecido e instalar un nuevo y mejor sistema en su reemplazo. En ese trámite, tuvieron diferentes grado de éxito y finales muy diversos. Por eso, es importante saber si con Milei estamos ante un líder que puede cumplir sus promesas de cambio o ante otra estrella fugaz dentro del firmamento político del continente.

El primer problema que afronta Milei cuando promete soluciones rápidas para la crisis que atraviesa la Argentina es su falta de peso político en los poderes judicial y legislativo. Para concretar propuestas como la dolarización de la economía, terminar con el Banco Central, reducir la cantidad de ministerios y modificar la legislación laboral, necesita leyes. Una ley se modifica con otra ley, y si apelara a decretos presidenciales, aún debería tener la aprobación de ambas cámaras para que tengan validez.

En la actualidad, la banca de La Libertad Avanza (LLA), el partido de Milei, se reduce a tres sitios en la Cámara de Diputados. Si repitiese el resultado de las elecciones primarias, lograría unas 40 bancas de las 130 que están en juego. Es decir, lograría 43 sitios de los 257 disponibles, lejos de una mayoría de 126 necesaria para dominar el proceso de formulación de leyes.

En la Cámara de Senadores, las perspectivas no son más optimistas para Milei. Se renueva un tercio de las 72 bancas. El sistema argentino prevé que el partido que logra la mayoría de los votos en cada distrito se lleva dos bancas, y el segundo la restante. Considerando que hay 24 bancas en juego y logrando la mayoría en las ocho provincias que eligen senadores, obtendría ocho bancas y quedaría lejos de las 27 bancas de Juntos por el Cambio (JxC) y de las 31 del peronismo.

La siguiente cuestión es ideológica: la propuesta de Milei para terminar con el Estado de Bienestar peronista o con el reparto de la coparticipación de impuestos federales difícilmente encontrará apoyo en ese bloque. Su insistencia en embestir contra las figuras de JxC de cara a las próximas elecciones tampoco le abre las puertas a un acuerdo con la que será la otra fuerza política que podría reforzar su número. Necesita de aliados para cualquier ley que quiera impulsar en esa cámara o que provenga de Diputados. Su temperamento hostil con otras fuerzas y sus promesas radicalizadas hacen más complicado que pueda llevar adelante sus propuestas con la asistencia de partidos a los que demoniza de manera cotidiana.

Por otro lado, está una cuestión práctica: reducir o eliminar ministerios o empresas estatales implica despedir a miles de empleados de los partidos tradicionales, en particular del peronismo, que se fueron acumulando en sucesivas capas. En cifras y según datos de la OCDE, Argentina tiene 20 empleados estatales por cada 100 asalariados. Es la séptima proporción más alta del planeta. Hablamos de un total de 3.4 millones de puestos de trabajo.

No suena realista que los partidos elijan traicionar masivamente a sus militantes o eventuales votantes aprobando leyes de reducción del déficit para satisfacer a Milei.

Ese apoyo no es una cuestión menor. Por ejemplo, para reducir los 21 ministerios actuales a 8, como propone, Milei debe modificar la Ley 22.520 que establece su número o emitir un decreto que de todas formas tiene que ser aprobado por el Congreso. Incluso si decidiese gobernar por decretos de necesidad y urgencia, una atribución presidencial, estos no pueden interferir en cuestiones tributarias, penales o relacionadas con los partidos políticos.

Lo mismo cabe para el resto de las iniciativas, como eliminar el Banco Central: necesita otra ley para anular la 12.155 que le dio creación; para incendiarlo, como amenazó varias veces, necesitaría de una modificación del Código Penal para no ser acusado de un delito.

Para cumplir con su promesa de reducir el gasto estatal tiene que contar con una Ley de Presupuesto que debe ser aprobada por el Congreso. Lo mismo sucede con su propuesta para dolarizar, que deberá ser legitimada por leyes adecuadas.

Hay cuestiones aun más profundas, como la intención de modificar el Artículo 14 bis de la Constitución Nacional que establece derechos básicos y que para Milei representa la doctrina de “justicia social” a la que acusa de ser el origen de muchos de los males de la actualidad.

Para modificar la Constitución, según la Ley 24.309, debería lograr que dos tercios de las cámaras llamen a una Convención constituyente y obtener una mayoría en la elección popular de convencionales para controlar la redacción de las nuevas normas. Con el 30% actual, no parece viable que pueda redactar una nueva Constitución a su medida.

Según el ordenamiento federal, para cumplir sus promesas de reforma debería luego repetir el proceso de modificación constitucional en las provincias, dado que hay atribuciones que los estados provinciales retienen por sobre las normas nacionales –en particular si quiere alterar el sistema impositivo, de educación y el ordenamiento penal. También su reforma educativa para cambiar el financiamiento directo a las escuelas por váuchers individuales para cada alumno depende de lograr reformas en cada provincia, dado que la Ley de Educación establece que los estados federales administran el sistema.

De manera similar, para cumplir su propuesta de hacer retroceder el peso del Estado en la economía tiene que lograr antes el control de las estructuras provinciales y municipales. Gran parte de la insoportable presión impositiva se deriva de impuestos y tasas en esos niveles de gobierno. Si no realiza una reforma en todos los estamentos impositivos, el cambio sería casi intrascendente, desfinanciaría al Estado nacional y dejaría a las provincias y municipios con un sistema tributario intacto.

Hasta el momento, en las elecciones provinciales en las que se eligieron gobernadores, su agrupación ha obtenido entre 16% y 0.8% de los votos.

Sucede igual con la reforma en materia de seguridad, una de las demandas más activas en la agenda electoral. Para remover jueces que no se adecúen a su perfil de mano dura necesita controlar el Consejo de la Magistratura, encargado de enjuiciar y remover magistrados. Incluso ganando las elecciones presidenciales por un 100%, solo podría nombrar a tres de sus veinte miembros: uno por cada cámara legislativa y un representante del Ejecutivo. Y para aprobar los pliegos de nuevos jueces que proponga en su reemplazo, necesita una mayoría en el Senado que no tiene.

Luego debería resolver la oposición que podría encontrar en la Corte Suprema para sus reformas, en donde no tiene ninguna figura afín a sus ideas. Ya sea para nombrar el juez que debe cubrir el cargo que hoy está disponible, como para remover a los que le resulten un impedimento, necesita dos tercios del Senado. Si quiere terminar con la coparticipación, que es un asunto en el que la Corte Suprema ya mostró en repetidas ocasiones su competencia, también debe encontrar el modo de alterar su número y composición.

Para cada una de sus propuestas, pues, hay un escollo legal que no puede resolver sin mayorías propias o acuerdos con la “casta”.

El dilema de Milei y sus seguidores es claro. Deben decidir si tienen más vocación de cambio o de poder. Si esperan a acumular poder, cualquier cambio será inviable hasta que consigan mayorías propias. Si atienden a los cuestionamientos que trae la realidad, para lograr algunos cambios inmediatos deberán resignar poder y buscar alianzas con una parte de la “casta”. Así que o traicionan su promesa de un cambio urgente, o la de no asimilarse pactando con la casta.

De hecho, las primeras críticas a sus proyectos desnudaron ese predicamento y los obligaron a un cambio de discurso para no quedar atrapados en la idea de representar propuestas irrealizables.

Por eso Milei pasó de una promesa de cambios con motosierra a hablar de reformas graduales de primera, segunda y tercera generación, y del cierre de empresas estatales a su conversión en cooperativas de trabajadores. La dolarización, que decía iba a ser aplicable de manera inmediata sin anestesia, pasó a ser una propuesta bimonetaria a ejecutarse en 24 meses con 34,000 millones aportados por fuentes aún imprecisas. Otras medidas como el recorte de planes sociales o subsidios se extienden ahora a plazos que van de los 8 años a los 15 años, que es el tiempo que el líder de LLA dice necesitar para devolverle a la Argentina su esplendor.

Hasta cierto punto, Milei ya admitió que sus propuestas iniciales tienen fallas y su respuesta fue adoptar un gradualismo que, irónicamente, es lo que criticó hasta hace poco a la política tradicional, al presentarse como una solución valiente que no temía afrontar los riesgos y consecuencias de aplicar políticas de shock.

La respuesta a la posible falta de apoyo legislativo fue aun más creativa. Propuso presionar al Congreso con un ajuste fiscal extremo que puede derivar en una rebelión parlamentaria y a la parálisis de las sesiones. O convocar a referéndums para que el pueblo confronte a la oposición de los legisladores, aunque esa herramienta tiene que ser aprobada por el Congreso para tener algún efecto vinculante. La imagen de una multitud enardecida fuera del Parlamento es poderosa, pero en la realidad la amenaza física sobre el Parlamento quizá solo logre que deje de sesionar por falta de garantías. Y con el caudal de votos del 30.04% que obtuvo en las primarias, no puede asegurarse ganar los referéndums

En realidad, ese 30.04% que Milei obtuvo en las PASO es otra cuestión para analizar. En el excéntrico sistema electoral argentino se obliga a los ciudadanos a votar en las PASO aunque no estén afiliados a ningún partido, y en cada elección solo pueden opinar sobre una fórmula partidaria.

La Libertad Avanza tuvo que presentarse aunque Milei no tenía oponentes internos. Debía hacerlo para mantener su vigencia, dado que el que no participa o no supera el 1.5% de los votos en las PASO queda excluido de las elecciones. Semejante engorro pagado con fondos públicos sirve para dirimir internas y funciona como una gran encuesta nacional para medir el interés sobre cada partido.

Sin embargo, las PASO no son de ninguna manera un reflejo de lo que va a suceder en las siguientes elecciones. El peronista Frente para la Victoria ganó las PASO de 2015 por 14 puntos de diferencia y luego perdió en segundo vuelta con Cambiemos (hoy JxC), que había salido segundo en las PASO. JxC perdió las PASO en 2019 y también las elecciones generales.

Con el 30.04% que obtuvo en las más recientes PASO, Milei quedó a 1.8% de diferencia de Patricia Bullrich (la candidata de JxC), que tuvo 28.24% y a su vez se colocó a un punto de distancia de Sergio Massa, el candidato del oficialismo, que consiguió un 27.24%. Se trata de márgenes muy estrechos, aunque LLA haya obtenido resultados positivos en la mayor parte de las provincias.

Recordemos que para ganar en primera vuelta, se necesita 45% de los votos o 40% y diez puntos de diferencia con el inmediato competidor. Con tres adversarios rondando una franja estrecha con una diferencia de menos de 3% los votos, es aventurado afirmar que alguno de ellos logrará 10 o 15 puntos adicionales para ganar en primera vuelta y que el segundo se quedará estancado en la misma cantidad de votos que en las PASO para facilitarle la victoria.

Luego, en una probable segunda vuelta, todo puede suceder dependiendo de las fórmulas que queden en competencia. Habrá que ver cómo afecta a cada candidato el escenario económico en ruinas y el comportamiento de los votantes frente a la emergencia económica cada vez más grave que vive el país, y si en esa instancia tan presionada optarán por dirigentes con experiencia o por una salida radicalizada. En cualquier caso, dar por ganador a Milei o a otro candidato entra en el terreno de las profecías y no en el de la lógica.

Porque además quedan otros dos factores por considerar. Uno es la baja participación en las PASO: 69.64%, 11.69% menor que el 81.31% que acudió a las presidenciales del 2019. Ese 30.38% que no votó fue la primera fuerza electoral y no es un dato menor. Luego, hay un 4.78% de votantes en blanco que tampoco se sintieron seducidos por las ideas de Milei en las primarias, y medio millón de residentes en el extranjero que deben anotarse para votar y que no estaban autorizados para hacerlo en las primarias. La cantidad de votos disponibles y la poca predictibilidad del destino de cada voto hacen que puedan estar disponibles tanto para Milei como para sus adversarios. Anunciar una victoria a partir de las PASO resulta demasiado aventurado.

No obstante la realidad de los números, ya se publican notas sobre el futuro gobierno de Milei como si se tratase de un hecho consumado. Se especula con que el descontento de la población por la crisis económica será canalizado a través del voto a su favor y que sus adversarios no encontrarán el modo de conjurar un triunfo de LLA que muchos medios ya presentan como inevitable.

Hay algo de interés en forzar esa idea, y es donde entra en juego el otro gran componente de la figura de Milei, que es su enorme eficacia como comunicador.

Milei retomó la tarea de liberales que le precedieron para desmontar los mitos en torno al populismo o el keynesiansimo y sus fallos en la práctica. Lo hizo con una eficacia extrema, combinada con una personalidad dominada por el histrionismo que combina conocimientos teóricos de la Escuela austríaca con un lenguaje a veces vulgar y subido de tono que resultó extremadamente eficaz para llegar a un público joven, a sectores de menor sofisticación política e incluso a grupos con formación de grado hastiados con los resultados y las propuestas de otros dirigentes y partidos.

Milei se montó sobre los errores y abusos de la clase política clásica para construir un antagonista al que denomina la “casta” y que engloba a todos aquellos que están fuera de su órbita política.

El gran secreto de su discurso está en utilizar consignas cortas y de alto impacto. Dolarizar, clausurar el Banco Central, permitir la libre portación de armas y cerrar ministerios enteros sin contemplaciones funcionan con extrema eficacia para atraer a un público hastiado de los manejos de los políticos tradicionales y sus frases de molde susurradas por consultores. Ese éxito se tradujo en que un tercio del electorado lo apoyó en las PASO.

No obstante, queda claro que su éxito electoral no revierte el hecho de que muchas de sus consignas siguen siendo irrealizables.

Esto nos conduce a una interrogante: ¿cómo es posible que el mismo periodismo argentino que desentrañó las complejas tramas de sociedades y vínculos detrás de los casos más resonantes de corrupción no sea capaz de explicarle a su público las trabas que tienen las propuestas de Milei para ser concretadas? Y relacionado con ello, ¿por qué los medios no desnudan esa realidad en lugar de seguir jugando con la idea de su triunfo asegurado?

Sucede que Milei es un fenómeno de audiencias que ningún medio quiere perder, ya sea que lo tenga por invitado o citando sus declaraciones, que son siempre polémicas, más aun en tiempos en que la migración del público a las redes sociales exige generar contenidos de alto impacto.

Para que siga funcionando como recurso para convocar al público, es necesario que mantenga vigencia como propuesta política. El líder libertario es una cantera formidable de público que lo ama o lo odia, y mientras sea así, no tiene sentido desnudar las debilidades en sus promesas.

Así como el éxito de Milei se basa en desnudar la crisis de la vieja política, hay otra crisis en la pérdida de audiencia de los medios tradicionales que lo ayuda a difundir sus ideas.

De allí que, pese a que es sencillo demostrar lo difícil que le resultaría concretar sus propuestas, se le sigue presentado como un fenómeno imparable que va a cambiar por completo el mapa económico y político de la Argentina en breve. Explicar lo que realmente sucedería si llegara al poder con sus promesas es de aguafiestas y se sabe que la verdad a veces no trae tanto rating como los escenificaciones.

Esa misma idea ahora se derramó fuera de la Argentina y Milei pasó a ser un fenómeno que atrae a un público más allá de sus fronteras. El secreto es sostener la tensión en su estilo, explotar cada aspecto de su personalidad aunque no tenga relación alguna con su carrera política y no interrogar sobre la factibilidad de sus ideas. Como todo producto, no se habla de sus defectos en tanto sirva para sostener las ventas. Si el periodismo debe ceder profesionalismo para sostener las audiencias, es un costo razonable en tiempos en que los medios deben hacerlo todo para retener al público que huye hacia otras plataformas.

El acuerdo implícito entre los medios y Milei para canjear visibilidad por audiencias está en no ahondar en cuestiones básicas o en temas que podrían espantarlas o interrumpir la presencia del candidato a los programas.

Un recorte similar sucede con personajes como Bukele, que suele ser citado como otra de las estrellas del universo de “outsiders” latinos. Cuando se habla del salvadoreño, el foco se concentra casi exclusivamente en su embestida contra las maras. Cualquier mención sobre su fracaso en la introducción del bitcoin como moneda, la toma del parlamento a punto de fusil en febrero de 2020 para forzar la aprobación de sus reformas o el uso de la lucha contra las pandillas para perseguir opositores es borroneado para no arruinar el producto mediático y dejar intacta la figura más vendible del líder disruptivo.

Esta práctica es cada vez más usual a la hora de cubrir el devenir de los políticos mediáticos y no es exclusiva del mundo latino. Trump, con su anuncio de la construcción de un muro fronterizo que sería pagado por los mexicanos, es quizás el ejemplo más obvio del abandono de la cobertura periodística formal y su reemplazo por un enfoque de la política como infotenimiento despojado de profundidad analítica, que opta por la manifestación escandalosa antes que por un abordaje sensato de los sucesos y sus cuestiones profundas.

Recortar los cuestionamientos y concentrarse en los aspectos más jugosos del producto mediático ayuda a  que estos nuevos líderes irrumpan como productos novedosos del mercado político y recojan su cosecha de votos.

No obstante, hay que reconocer que sin un ancla en la realidad, el discurso de Milei no tendría efecto alguno. No hay deshonestidad en sus denuncias sobre el efecto negativo del exceso de intervencionismo estatal o de los abusos presupuestarios que hacen los funcionarios de los tres poderes. Que sus formas sean polémicas y agresivas no quita que sus expresiones contra la “casta” tengan un fundamento. Lo razonable de sus planteamientos radica en la evidencia que se acumula sobre la imposibilidad de gestiones anteriores para resolver o evitar que se profundice la decadencia argentina. También hay mérito en haber encontrado una manera de comunicarse con las masas, con consignas sencillas y despojadas del barroquismo de los políticos tradicionales.

Milei es el termómetro que mostró que el sistema de partidos tradicionales está enfermo.

Sin embargo, es bueno recordar que el termómetro sirve para detectar la fiebre, nunca para curarla. ~

 

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