Cultura y Artes

Javier Rupérez: Bye bye America?

Marc Bassets
Otoño americano 
Barcelona, Elba, 2017
303 pp. 22,50 €

El escritor estadounidense Morris Berman, ensayista y literato de amplia lira, lleva ya publicados tres volúmenes dedicados a estudiar la decadencia de los Estados Unidos de América o, en la práctica político/literaria, el «imperio americano». Sus títulos dejan meridianamente clara la intención del polígrafo: The Twilight of American Culture (2001), Dark Ages America. The Final Phase of Empire (2011) y Why America Failed. The Roots of Imperial Decline (2014). Si mis referencias son exactas, sólo uno de los tres volúmenes, el primero de los mencionados, ha sido traducido al español, con el adecuado pero también previsible título de El crepúsculo de la cultura americana. Aunque le falten otros tres volúmenes para equipararse con los seis que Edward Gibbon dedicó a la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano a mediados del siglo XVIII, la similitud es clara y el propósito, evidente: dejar noticia de cómo la Roma contemporánea se viene abajo. El hecho de que Berman dictamine sobre la marcha de su propio tiempo en torno a eventos para cuya descripción Gibbon esperó mil setecientos años antes de atreverse con ellos, no quita valor al empeño ni noticia a la comparación. Si acaso el picante del atrevimiento profético: ¿tiene razón Berman al intentar la certificación del declive?

Y no es que sea Berman el único en dictaminar la próxima y, a lo que parece, inesquivable desaparición de la hasta ahora poderosa entidad neoimperial. En estos terrenos de la historiografía prospectiva, no suelen escasear los profetas de calamidades que, bien por razones crematísticas, bien por inclinaciones ideológicas, o incluso por convicciones derivadas de una desapasionada investigación, concluyen que, aun sin haber llegado al fin del mundo, una determinada época está llegando a su término. Como bien saben quienes han hecho del periodismo su profesión, y los historiadores tienen mucho en común con esos notarios del acontecer diario, son las malas noticias las que atraen la atención del espectador. No hay nada como una buena catástrofe para comprobarlo. Al menos Gibbon evitó la osadía profética: bien sabía él que aquello del Imperio Romano había llegado a su disolución hacía ya algún tiempo. Berman ignora esa pequeña cautela y lo proclama ya desde sus títulos: esto se acaba. Y, por citar otros dos autores dados a la melancolía, bien que más sumergidos en la política internacional que en la doméstica, vienen a la memoria Fareed Zakaria y su The Post-American World (2008) y Seyyed Vali Reza Nasr con Dispensable Nation (2014), una manera directa de contradecir a aquellos que, como Bill Clinton y Madeleine Albright, habían proclamado que Estados Unidos era, precisamente, la «nación indispensable».

Marc Bassets, antiguo corresponsal de La Vanguardia El País en Washington, no ha querido acentuar la moribundia y ha preferido utilizar para el título de su libro la referencia otoñal, ordinariamente menos cargada de tensiones terminales y, si se quiere, un punto más indicada para afanes poéticos que la crepuscular de Gibbon o Berman. Pero su Otoño americano desprende casi de manera involuntaria el olor de la tesis: un mundo en decadencia. Y no es que en su descripción se encuentren elementos de aquello que en momentos pasados se dio en llamar, no sin justicia, «antiamericanismo primario». Bassets aprecia el país sobre el que escribe y sus peripecias contemporáneas son tratadas con cuidado entomológico, dolorida proximidad y afectuoso empeño. Lo hace, además, con cuidada y fluida prosa, que ilustra durante el texto con abundantes fuentes documentales y personales, y que completa, al final de volumen, con una detallada bibliografía. Todo lo cual resulta tanto más apreciable cuanto que el de Bassets es libro inevitablemente surgido al aire de Trump y sus ocurrencias. Con la misma inspiración circunstancial, y similares calidades narrativas, aunque distintos en concepción y alcance, otros dos periodistas españoles han dedicado recientemente su esfuerzo a bucear en el personaje y sus circunstancias. Se trata de Manuel Erice y su Trump. El triunfo del showman: golpe a los medios y jaque al sistema (Madrid, Encuentro, 2017) y Vicente Vallés en su Trump y la caída del imperio Clinton (Madrid, La Esfera de los Libros, 2017). Quedan los tres, en cualquier caso, para el lector atento, el observador curioso y el historiador en ciernes como útiles herramientas para comprender un lugar y una época.

El Trump de Bassets aparece en la segunda mitad del libro casi como una desgraciada coletilla de las malformaciones acumuladas durante años y como una involuntaria torcedura, dice sin decirlo el autor, de la cuasidorada época de Obama. Es este un libro en el que escasean los adjetivos calificativos cuando de describir a los políticos se trata, y es cosa muy de agradecer en estos tiempos de ruido y furia expresiva, tanto más cuanto que la realidad del entorno de ese «otoño» cubre ciudades abandonadas, gentes sin trabajo, comunidades consumidas por la droga o por las desigualdades sociales, raciales o culturales. Un texto del que se desprende sobre todo una profunda perplejidad: ¿cómo es que, a pesar de todo, y máxime después de Obama, el país ha podido elegir como presidente a Donald Trump? Lo refleja sin ambages el propio autor, en sintonía en esto con el 99% de los observadores, al reproducir (páginas 280-281) las dos encontradas crónicas que había preparado según quién fuera el vencedor y tras confesar su convencimiento sin paliativos de que sería Hillary Clinton la destinada a hacerse con el santo y seña.

Pero es más en su embelesada admiración por Obama que en sus escasos dardos contra Trump donde el texto de Bassets pierde nervio narrativo y foco global. Sobre todo si se tienen en cuenta las austeras y precisas observaciones que el periodista sabe pergeñar tras sus visitas a la «América profunda», esa de los blancos pobres y analfabetos, de los negros aislados por la violencia en sus guetos urbanos, de los drogadictos que mueren en el dolor de la soledad, de los excombatientes de guerras varias a los que el combate lisió y la sociedad rehúye. Por eso produce un cierto sonrojo la extensa cita que Bassets dedica en la página 182 a un Javier Solana tan entusiasmado por las capacidades decisorias recién descubiertas del otrora tenido por «intelectual» Obama, que proclama sin rebozo su admiración por «un presidente de los Estados Unidos que toma todas las decisiones que hay que tomar, que está al pie del cañón». No se sabe si ese era el mismo presidente que consagró la retirada como principio básico de su actuación y el «driving from behind», la cómoda postura del asiento trasero, en la norma principal de su participación en los asuntos internacionales.

Y tampoco sirve de mucho consuelo, y posiblemente tampoco de mucha información, la insistencia con que Marc Bassets relaciona a Obama con los ilustrados pensamientos del clérigo protestante Reinhold Niebuhr, tenido por el creador e impulsor del «realismo político» y al que Obama, en efecto, rindió explícitamente homenaje. El origen ideológico de Obama está más bien en las tesis radicales de quien fuera su líder espiritual en Chicago, el pastor afroamericano Jeremiah Wright, cuyos controvertidos puntos de vista sobre Estados Unidos y sobre sus ciudadanos, particularmente los de religión judía, causaron más de un dolor de cabeza en 2008 al recién elegido presidente de los Estados Unidos. Sus cautelas sobre el papel del país en el mundo tienen más que ver con la visión reduccionista que al respecto siempre ha tenido la izquierda estadounidense –no muy alejada de las visiones de la derecha del país: véase, si no, Trump, por ejemplo– que con las prédicas teológico–políticas de Niebuhr y sus acólitos. Claro que Obama siempre contó con una privilegiada inteligencia, con un agudo sentido del olfato, con una impecable andadura personal y con una manifiesta disposición minimalista en las cosas de la política. En la página 178 cita admirativamente Marc Bassets a Barack Obama en su discurso en Oslo, en diciembre de 2009, en la ceremonia de la concesión del premio Nobel de la Paz –discurso en el que comienza reconociendo humildemente sus escasos méritos para haberlo conseguido–, una de las mejores piezas oratorias en una carrera en la que no faltaron otras. Es, en efecto, un texto largo y matizado en el que pueden rastrearse influencias varias. Algunas, ciertamente, huelen a Niebuhr. Otras, que el autor no incluye, tienen otra melodía: «Soy el comandante en jefe de una nación que se encuentra en medio de dos guerras. Una de ellas está acabando. La otra es un conflicto que Estados Unidos no buscó y en la cual estamos junto a otros cuarenta y dos países en un esfuerzo para defendernos a nosotros y a todas las naciones de otros ataques. Es decir, estamos en guerra y yo soy el responsable del despliegue de miles de jóvenes estadounidenses para combatir en tierras lejanas. Unos matarán y otros morirán. Y yo vengo aquí con un agudo sentido del coste del conflicto armado».

No lo dice Bassets, pero lo destilan sus líneas: los Estados Unidos están instalados en la decadencia. Con independencia de que antes estuviera Obama y después viniera Trump. Como si el primero fuera una excepción en la tendencia y el segundo una confirmación de la línea. Y si otro con las mismas convicciones se hubiera encontrado en su lugar, habría tenido la tentación de cargar las tintas en dos aspectos de la negrura ambiental que apenas aparecen en el libro: la sutil permanencia de la discriminación racial y el efecto demoledor de la posesión prácticamente ilimitada de las armas en todos sus posibles calibres. Es esa de la decadencia una apreciación extendida que, de ser cierta, y dado el tiempo que lleva circulando, debería haberse ya encarnado en los escritos de un nuevo Gibbon, y no únicamente de Berman, y que, dados los males evidentes que aquejan a esta sociedad –de magnitud, alcance y nombradía tan grandes como el propio país–, hubiera debido ya traducirse en cambios políticos, sociales, geoestratégicos, militares e internacionales de una tangible evidencia. Y, a la postre, de difícil traslación: ¿qué día dejará de existir el imperio americano? ¿Cuál será el país o países que en ese momento ocupen su puesto? ¿Qué se hará de los defenestrados? ¿Cuál será, en definitiva, la medida personal y colectiva de la decadencia? Nadie, en realidad, lo sabe.

Y si se trata de argumentar a contrario, y datos no faltan para corroborarlo, otros vendrán para recordarnos que los Estados Unidos siguen siendo la mayor de las economías mundiales, el país más poderoso en lo militar y en lo político, el que cuenta con las mejores instituciones académicas y tecnológicas, aquel de cuya cultura popular está impregnado el mundo entero, la tierra que muchos desheredados siguen considerando como la de contemporánea promisión. Y, aun sabiendo que en esos y en otros terrenos las distancias con los demás contendientes no son las que fueron hace setenta años, ¿es eso decadencia, es ese un país crepuscular indefectiblemente situado ya en el otoño de su trayectoria? ¿Cuáles serían los elementos que pudieran servirnos para certificar al menos el comienzo del final?

Involuntariamente los ofrece Marc Bassets al transcribir (página 185) una entrevista que mantuvo en su momento con Brent Scowcroft, que fuera parte del equipo de Henry Kissinger en la Casa Blanca y en el Departamento de Estado y, más tarde, consejero nacional de Seguridad con Gerald Ford y George Bush padre. Para el respetado internacionalista, Estados Unidos «es la única entidad política que puede movilizar al mundo en pos de grandes aventuras. Los chinos no pueden, los rusos tampoco. Los europeos podrían, pero todavía no». Quizás hubiera debido decir «los chinos no quieren, los rusos no pueden, los europeos todavía no saben», pero el espíritu de la afirmación tiene su indudable validez y conduce a la inevitable pregunta: ¿están los estadounidenses todavía en esa disposición material y espiritual de ánimo? En lo fundamental, la respuesta sigue siendo positiva. Tanto como decir que de aquí a la decadencia falta todavía un trecho. A pesar de Trump. Marc Bassets ha tenido la inteligencia y el gusto de hacernos recorrer parte del recorrido inverso. Y con ello nos invita a la reflexión. Bienvenida sea.

Javier Rupérez es embajador de España y miembro correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Sus últimos libros son El espejismo multilateral. La geopolítica entre el idealismo y la realidad (Córdoba, Almuzara, 2009), Memoria de Washington. Embajador de España en la capital del imperio (Madrid, La Esfera de los Libros, 2011) y, con David Vítores, El español en las relaciones internacionales (Barcelona, Ariel/Fundación Telefónica, 2012).

Botón volver arriba