Jorge Fernández Díaz: «Sánchez divide entre los demócratas y el fascismo, una división psicopática, que no es cierta»
Nadie mejor que este periodista para hablar del señalamiento a la prensa y de la evolución del populismo en Argentina y España. Acosado por el kirchnerismo, ha sido vilipendiado por Milei en antena. Es el gran columnista de 'La Nación'
Jorge Fernández Díaz es uno de los más influyentes periodistas de Argentina. Sus columnas políticas en ‘La Nación’ han sido un espejo donde con la más escéptica lucidez se reflejó el derrumbe político y económico del kirchnerismo, los cambios sociales y la llegada de Javier Milei. Ese relato periodístico, siempre crítico con el poder, ha sido también el recuento de cómo una sociedad caía en la crisis más profunda y la polarización más extrema. Y continúa.
Fernández Díaz, azote del kirchnerismo que sufrió el acoso directo del poder a la prensa, acaba de ver cómo Milei le atacaba personalmente en un programa de gran audiencia, con insultos, por su visión crítica de la situación actual y por haberle definido como populista de derechas, algo que debió encontrar intolerable.
En España, estalló la polémica por el ataque del ministro Óscar Puente al presidente argentino y la dura respuesta de Milei, que nuestro ministro de Exteriores acabó de malograr. Es evidente que los malos modos se contagian en las dos orillas del Atlántico. En tiempos de políticos que solo toleran el elogio mercenario, hablar con un periodista como Fernández Díaz, al que los lectores de ABC conocen por sus Terceras y columnas en ABC Cultural, es un ejercicio que nutre la racionalidad.
La conversación le sorprende «casi viviendo en la Feria del Libro» de Buenos Aires, porque, además, Fernández Díaz es un escritor de gran éxito que acaba de publicar su nueva novela ‘Cora’, sobre una detective de casos sentimentales que nació como relato en ABC. Ahora, completado en formato libro, lleva tres ediciones en ocho semanas.
—¿Qué opina del encontronazo de España con Milei tras unas declaraciones del ministro Puente?
—Como Pedro Sánchez ha demostrado ser tan hábil y tan maquiavélico, no me creo que la repudiable declaración de Puente sea un mero accidente, un exabrupto al azar. Creo que el oficialismo español agitó el capote y el toro argentino le entró al trapo. Imagino que esto es funcional a la novela de Sánchez –soy yo o el fascismo-, y que Javier Milei, con su respuesta lamentable, fue funcional a esa necesidad de la política doméstica de España.
—¿Parece falaz comparar, como hizo Milei, la política del PSOE en España en el marco de la UE y la Kirchnerista que arruinó Argentina?
—Es un disparate. El modelo de Cristina Kirchner produjo un 50% de pobreza, una devastación de la economía y un colapso de la Argentina. Como se imaginarán, la actual economía española –con todas las dudas y reparos que guarden– nada tiene que ver con esa hecatombe. A Milei le viene bien el conflicto porque se ve a sí mismo como el salvador de Occidente, cuando todavía no sabemos si podrá arreglar la superinflación con recesión profunda que tiene nuestro país. Nosotros, en nuestra decadencia, no podemos darle consejos a nadie.
—Estas polémicas bilaterales ¿distraen de otros problemas locales?
—No es la primera vez que Milei pone por encima del interés nacional su asociación con La Nueva Derecha (Trump, Bolsonaro, etc). Y por lo tanto, le importa más apoyar a Vox que mantener una buena relación integral con nuestra Madre Patria. Milei y Vox son los espantajos que Sánchez necesita para perpetuarse. Y todos, de uno y otro lado, parecen encantados con este juego penoso.
—¿Qué significa que la polarización salte fronteras?
—Los populistas de derecha y de izquierda están acostumbrados a dividir a la sociedad en buenos y malos, y a hablar a los gritos. Cuando esa práctica toma las relaciones internacionales todo se vuelve inquietante: ya vemos que presidentes populistas violan las reglas diplomáticas y profieren insultos. Y que lo hacen, generalmente, para defender a sus aliados ideológicos internacionales o para ganar adeptos en casa. Un mundo de populistas de izquierda o de derecha –da lo mismo– es a la larga un mundo de nacionalistas, y ya sabemos adónde nos llevó en el siglo XX ese fenómeno. Para un argentino tener un conflicto con España es desgarrador y absurdo. Es como una pelea dolorosa dentro de tu propia familia.
—También dividen el periodismo en buenos y malos. Sánchez ha declarado que quiere acabar con ‘los pseudomedios’. ¿Cómo se vive allí el ataque a la profesión?
—Mientras se conocía el viernes que el gobierno español anunciaba el propósito de regular el periodismo, la ONG Reporteros sin Fronteras alertaba sobre el fuerte retroceso de la libertad de prensa en la Argentina. No son casualidades. Los gobiernos son ahora máquinas literarias de ficción, que día y noche intentan escribir su relato de los hechos, y el periodismo independiente –los investigadores y los articulistas de opinión– tienen la imperdonable costumbre de revelar sus bulos y rebatir sus argumentos y falacias. Son, por tanto, el enemigo.
—Viendo cómo le puso Milei a usted, que antes fue un periodista muy crítico en contra de los Kirchner, está claro que el poder quiere apagar las voces críticas. En España avanzamos en esa misma dirección. ¿Tal vez habla usted desde nuestro futuro?
—Bueno, espero no venir del futuro porque cuando quiso ser de izquierda, Argentina eligió populismo, y cuando quiso ser de derecha, también. Ese es el gran problema. El populismo se está convirtiendo en una praxis naturalizada ya dentro de las democracias, incluso en Europa. Que la praxis del populismo sea exitosa empuja a que demócratas republicanos de toda la vida se inclinen por esa práctica para tener éxito.
—¿Es por las mismas causas en Latinoamérica y en Europa?
—Soy muy pudoroso con meterme en la política española, que conozco como mero lector lejano. Yo pertenezco a la Academia de Letras, correspondiente de la Española, y creo que la RAE debería aceptar un nuevo verbo: ‘psicopatear’ ¿qué significa en Argentina? Manipular generando culpa, medrando con ser una supuesta víctima y dividiendo a los buenos y a los malos. Esto es algo típico del caudillo populista.
—¿Siempre es igual?
—El populismo siempre es binario, necesita buenos contra los malos. Durante el kirchnerismo acá era patria y antipatria. Con Milei es pueblo versus casta. Siento, y lo digo con pudor, que un poco de eso viene sucediendo en España. Hay también una mirada binaria entre los buenos y el fascismo para decirlo directamente. Durante muchos años a mí me sorprendió que le dijeran fachos, o fachas, como le dicen ustedes, a políticos simplemente liberales. No lo eran, y no permeaba.
—¿Eso era ‘psicopatear’?
—Era un intento fallido de ‘psicopatear’, porque no era verosímil. Sin embargo, cuando aparece la nueva derecha en el mundo, y específicamente Vox en España con ciertos gestos de derecha extremada, le dan la razón y se vuelve verosímil al menos en lo retórico lo que no lo era. Entonces Sánchez divide entre los demócratas y el fascismo en una división psicopática, que no es cierta.
—Pero funciona.
—Vox convierte el prejuicio en algo aproximadamente verosímil. Si la batalla es entre la democracia y el fascismo, a mí me parece que esa forma de dividir España es muy conveniente para el populista.
—¿Y provoca reacción igualmente radical?
—El populismo demuestra que hay una narrativa oficial que es una especie de novela, el poder como maquinaria de literatura de ficción y de melodrama. Siempre es de buenos contra malos, sin grises. Si aparece una nueva derecha que es usada como el monstruo, ese melodrama yo creo que cala hondo en algunas personas. Eso permite siempre un alineamiento: yo quiero estar con los buenos, contra los malos.
–¿Adónde vamos por ahí?
—En regímenes populistas, el siguiente paso es: le perdono cualquier cosa al bueno para que no venga al malo. ¿Qué quiere decir? Por ejemplo si hay una violación institucional que se hace en nombre del bien miro para otro lado, me hago el gilipollas frente a eso. Si hay transgresiones que no hubiera tolerado en el pasado, por ejemplo contra los periodistas, o jueces, pues bueno, es por el bien. Es preferible que estemos haciendo esto a que venga el fascismo.
—¿Hace falta un líder especial?
—Hay una personificación en el caudillo, que es el hombre providencial que nos va a salvar del mal. Estos son los viejos trucos que inventó el populismo y te diría que el mayor inventor fue Perón, el más exitoso de todos y derramó sobre toda América Latina. Después tuvo un ‘revival’ muy importante en la izquierda cuando llegó Ernesto Laclau y le puso teoría a todo.
—En España toda esa teoría de Laclau la recoge Podemos.
—A su vez, algunos intelectuales cercanos a Milei, que asesoran a Vox, también son muy admiradores de Laclau. Dicen: qué bien que esta praxis se puede usar para la izquierda o se puede usar para la derecha. Hay una continuidad entre Schmitt, Gramsci y Laclau bastante interesante.
—¿Se retroalimentan?
—Creo que la nueva derecha le hace un favor, es muy funcional a la nueva izquierda. Toda esta movida de Sánchez con su carta y amenaza de renuncia, vista desde el culo del mundo, donde yo vivo, es una movida muy literaria, espectacular, cinematográfica, pero que funciona porque hay una especie de culto a la personalidad. Y esto es lo que creo que no se había visto antes. Sánchez parece cómodo jugando ese juego.
—¿Están cambiando algunas reglas de la política?
—Siento que la izquierda española, para mi pesar, porque toda mi familia española siempre la ha votado, ha merodeado mucho América Latina. Militantes del socialismo, militantes de Podemos, se han refugiado en el grupo Puebla, han visto cómo funcionaba el laboratorio de ocurrencias de la izquierda latinoamericana y han sacado algunas conclusiones que veo que ahora tienen a mano dentro de su caja de herramientas políticas.
—¿Por ejemplo?
—La idea del ‘lawfare’. Una idea creada por EE.UU., pero realmente tomada y revalorizada por Cuba. Luego, fue tomada no solo por Chávez, sino por todos los populistas de izquierda latinoamericana, desde Evo Morales hasta Cristina Kirchner. La idea de que hay una corporación judicial que trabaja para el enemigo.
—Muy conveniente, también.
—Así, cualquier hecho de corrupción, cualquier fallo que no les guste, es una guerra judicial. Detrás de los jueces está la derecha, las corporaciones, los malos. El ‘lawfare’ fue utilizado para tratar de esconder la mega corrupción de Estado del kirchnerismo. Es un elemento encubridor.
—Así se perdona todo.
—Si puede venir el fascismo a España, cualquier recurso, por turbio que parezca, es legítimo para esa lucha. Y cualquier error que cometa nuestro líder en la lucha contra el fascismo debe ser olvidado o negado. Si ya estamos en este territorio de trinchera, la psicología funciona así, la política identitaria funciona así. Yo soy de este club contra este, y es a muerte.
—¿Cuál es el riesgo de aceptarlo?
—Es peligrosísimo porque ataca la credibilidad de las instituciones. Y para mí el que ataca la credibilidad de las instituciones es un populista, diga lo que diga. Alguien que se enfrenta, que decide que los periodistas son el problema, es alguien que es populista o va camino a serlo.
—¿Y eso ocurre a ambos lados?
—Claro. Hay una nueva derecha que desprecia al centro-derecha. ¿Por qué se crea la internacional de la nueva derecha con Steve Bannon detrás, Trump, Bolsonaro, ahora Milei, contra el liberalismo? Yo le adjudico una gran culpa a esa nueva derecha en el caso, por ejemplo, de Vox en España, de estar siendo funcional a que Pedro Sánchez siga donde está.
—Volvamos al periodismo. ¿Qué hacemos en esta situación?
—Hay que seguir trabajando con honestidad intelectual, demostrarla a cada rato. No creo que el gobierno de Pedro Sánchez lo haga todo mal. Si resulta que estamos obsesionados con que hace todo mal porque hace mal cosas graves, pero no somos capaces de reconocer cosas que hace bien, me parece que estamos fallando. Es como si nos comemos al caníbal para acabar con la antropofagia.
—Para lograr esa honestidad, ¿toca también autocrítica?
—Nuestro oficio está lleno de héroes y canallas, siempre fue así. El truco del poder es ponerle la lupa a los errores o a las malas intenciones y desdibujar las investigaciones verdaderas. Pero la idea de socavar la credibilidad del periodismo ya de por sí me alarma. Cuidado porque la independencia de poderes y la libertad de expresión son dos de las patas fundamentales de la democracia. Y ya hemos visto que la democracia colapsa por dentro, no por un ataque externo.