Jorge Vilches: Los asesinos de la Constitución
«Si la Constitución cae este país se irá por el sumidero. Y no será por su texto, sino por lo que hemos hecho con la democracia liberal que nos proporcionaba»

Ilustración de Alejandra Svriz
El problema no es la Constitución, sino su mal uso y su alternativa. Lo mismo pasa con cualquier ley o código, aquí y fuera. Se puede utilizar para el buen gobierno o para cavar trincheras y destrozarnos a garrotazos. La enfermedad no está en el texto de 1978, sino en nosotros, en quienes elegimos para representarnos, en los medios que leemos y oímos, en los intelectuales que seguimos, en nuestras creencias y falta de responsabilidad. Somos culpables. No leemos más que a los nuestros, no conversamos, no comprendemos, hacemos demagogia y exhibimos una doble moral sin avergonzarnos.
Por eso la alternativa a la Constitución de 1978 será con el tiempo un nuevo fracaso, y vendrán quienes culpen a otros del siguiente fiasco, de lo mal que se hicieron las cosas. Nadie reflexiona sobre lo que puede aportar siendo realista. El idealismo, la imprudencia y el guerracivilismo nos destruyen con gran eficacia cada cierto tiempo. Es como si estuviéramos malditos. Nos persigue la costumbre del boicot, del alipori inducido, de la resignación posterior, para volver a soñar luego con un imposible que pasa siempre e inexorablemente por la exclusión de la mitad de los españoles. Es nuestro sino. Nos han enseñado que vivir en comunidad consiste en buscar conflictos y ganar. Así somos.
Es cierto que la mitificación de la Constitución de 1978 ha envenenado su existencia, y que ha proporcionado alas a los hiperventilados de un lado y otro. El mito solo funciona a corto plazo, y acaba provocando la metástasis de cualquier cuerpo social. Creímos en la sacralización del texto constitucional porque políticos, periodistas y académicos nos lo presentaron como el momento fundacional de una nueva España. No obstante, tampoco culpemos a la élite política en exclusiva. Reflexionemos sobre nuestras acciones y expectativas, lo que Norberto Bobbio llamó la «cruda realidad». Lean al respecto a Benito Arruñada en La culpa es nuestra (La Esfera de los Libros).
El detonante de la mala salud constitucional ha sido el PSOE de Pedro Sánchez. El presidente ha retorcido el texto constitucional al máximo para su uso personal, y se ha vendido tantas veces a los enemigos de España, que la mayoría piensa con razón que solo la Constitución no nos va a salvar. Hemos comprobado que el texto no nos protege del tirano. Ha fallado en la función básica para la que fue ideado por los liberales: como contrato para impedir la arbitrariedad del Poder y garantizar los derechos individuales.
Los que dicen que la Constitución no funciona, además, no son capaces de ponerse de acuerdo en la alternativa. Unos, los que apoyan al Gobierno, quieren romper el país y crear su propio Estado. Sumar y Podemos desean un país bolivariano, estatista, sin libre mercado ni pluralismo. Vox solo sabe lo que no quiere. Desprecia al rey y a la monarquía, a socialistas, populares y nacionalistas, a sindicalistas y extranjeros, a la Unión Europea y a cualquier institución internacional. No solo repudia la pluralidad del país que dicen amar, sino que odia al mundo de la cultura, de la educación pública y a la mayoría de periodistas. No sabemos qué tipo de régimen quiere Vox. Quizá uno basado en un nacionalismo español autoritario, laico y soberanista. Esto sería otro fracaso más.
«Los socialistas no quieren la Constitución de 1978 porque limita el poder omnímodo que desean para gobernar sin fin»
Los socialistas no quieren la Constitución de 1978 porque limita el poder omnímodo e incontestable que desean para gobernar sin fin, excluir a la oposición y agradar a sus aliados parlamentarios. Quieren un régimen que oculte sus trapacerías, no uno que nos garantice libertad y un Gobierno limitado. Aceptan lo que sea con tal de seguir en el poder, y estarían dispuestos a declarar España como Estado plurinacional con derecho a la independencia de las naciones autopercibidas. Una vez más se demuestra que el socialismo es incompatible con la responsabilidad en momentos de estrés, salvo en la Transición, que fue un instante fugaz en su historia.
Los populares tampoco saben qué defienden. En la época de Aznar tuvieron la ocurrencia de acogerse al «patriotismo constitucional», vinculando así la existencia del país a la conservación de la Constitución de 1978, como si España solo fuera un contrato. No tienen una idea del país, no hablan de su historia ni de sus características identitarias. Tampoco han elaborado un proyecto común, y si lo han hecho, no nos hemos enterado.
Si finalmente nos metemos en una reforma constitucional o en un proceso constituyente lo más importante será la disposición de los partidos para encontrar un centro convergente común, y que exista la voluntad en la mayoría de españoles para apoyar el resultado. Sin embargo, en las circunstancias actuales dudo de una cosa y otra. Es muy posible que si la Constitución cae este país se vaya por el sumidero. Y no será por el texto constitucional, sino por lo que hemos hecho con la democracia liberal que nos proporcionaba. Es el ejemplo perfecto de aquello de «entre todos la mataron y ella sola se murió».
