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Jorge Vilches: Sánchez contra el Parlamento

«En el sanchismo subyace la idea de que la democracia pluralista es un engorro, y que es un error el diálogo con fuerzas que también aspiran al poder, como el PP»

Sánchez contra el Parlamento

  El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración de Alejandra Svriz

 

 

Entre la opción democrática, responsable y honesta, y la triquiñuela legal, el presidente siempre elegirá la segunda. Sánchez ha constituido un buen ejemplo de Ejecutivo que aumenta su poder colonizando el Estado y bastardeando la ley para reducir la democracia. El aumento obligado del gasto militar nos ofrece una muestra de ese modelo. En lugar de pactar con el PP, rama española de los populares europeos, usa el artículo 9 de los presupuestos de 2023 para mover partidas de un lado a otro sin pasar por el Parlamento ni negociar con nadie.

La estrategia general de Sánchez es anular los espacios donde corre el riesgo de ser derrotado. Es legítimo siempre que esa táctica no choque con los fundamentos de la democracia. En su modelo esos campos de batalla de resultado incierto sencillamente no existen. Lo hace para compensar su debilidad numérica y su dependencia de grupos incontrolables, como Junts o Podemos. De ahí que no haya vida parlamentaria, que todo se pacte antes y fuera, y que el presidente huya de toda confrontación. No en vano, Puigdemont, conocedor de esa debilidad, usó la exigencia de una moción de confianza para presionar a Sánchez.

La anulación de riesgos a la que se dedica Sánchez supone el apagón del Congreso y sobre todo del Senado, donde la mayoría absoluta es de la oposición. Esto lo sabe el PP y ha ideado una comparecencia mensual de Sánchez para ponerle contra las cuerdas. La vía senatorial sería buena si el Senado fuera equiparable al Congreso, pero es una Cámara casi decorativa, que en demasiadas ocasiones los partidos han usado como cementerio de elefantes y procurar un retiro remunerado a alguien desechable.

El problema es que la circunstancia de no tener una mayoría parlamentaria sólida asienta una forma de hacer política que desvirtúa los mecanismos y el espíritu de nuestra democracia liberal. El Gobierno avanza hacia la autocracia con paso firme, y no está solo. Unos sectores importantes de la izquierda y de la derecha coinciden en que «lo existente» ha muerto, que no hay en España un sistema democrático que merezca tal nombre, y que la Constitución es un inmenso error causante de problemas. En suma: en nuestro país se está abriendo camino el autoritarismo con gran fuerza.

Lo preocupante no es que existan esas ideas en una parte de la oposición, o en algunos sectores de opinión, sino que uno de sus motores sea el propio Gobierno. Sánchez está contra el Parlamento de una forma que recuerda a la Europa de hace cien años. El recurso a la urgencia social, bélica o económica para la concentración de poder sin control era una justificación típica y ahora también. Lo fue durante la pandemia y en este momento puede ser la guerra de Ucrania.

«El PSOE de Sánchez es incapaz de manejar el mecanismo del sistema democrático, y por eso lo anula»

En el fondo del sanchismo subyace la idea de que la democracia pluralista es un engorro, y que es un error el diálogo con fuerzas legales que también aspiran al poder, como el PP. El PSOE de Sánchez es incapaz de manejar el mecanismo del sistema democrático, y por eso lo anula. La competencia por el gobierno de España, dice, es ilegítima, por eso es despreciable cualquier palabra o acto del PP, incluso aquello que se le presume. Resulta más útil negar al adversario que hablar con él porque el diálogo introduce a Sánchez en una zona de incertidumbre, la parlamentaria, que no es capaz de controlar.

En su tendencia autoritaria, Sánchez ha cambiado el sujeto de representación del Parlamento a su persona. Ni siquiera al Gobierno, que no es más que una agrupación de personas del argumentario de Moncloa, sin personalidad ni voto. El presidente piensa que cuando se habla de democracia representativa se está hablando de él porque él representa al pueblo y a su futuro, aunque la mayoría de la gente no lo comparta y el porvenir se desconozca.

Bajo la apariencia de una auténtica democracia que responde a los intereses populares para el progreso, lo que se esconde es la destrucción de la misma democracia. Sánchez niega el papel del Parlamento como legislador y usa triquiñuelas, como son los decretos-ley y las proposiciones no de ley presentadas por su grupo parlamentario para eludir los informes técnicos previos de viabilidad. En su mente no cabe el debate público o la capacidad de mutuo convencimiento, sino la ley como imposición. Así, el Parlamento solo sirve de trámite para votar o todo o nada, como está pasando con los presupuestos generales del Estado.

Dicho esto, siempre saltan los equidistantes justificando al autoritario. Dicen que no es para tanto, que se exagera, que estamos hiperventilados, mientras burbujean en el centrismo acomodaticio o en el sanchismo edulcorado. Sus alegaciones podrían ser ciertas si Sánchez no tuviera un recorrido demostrable de colonización del Estado, aprovechamiento inmoral de la ley, presunta corrupción en su entorno familiar y político, y asalto a los medios de comunicación, como ahora El País y Prisa.

Llegaríamos a creer que inflamos el problema si este sistema autoritario no se hubiera iniciado durante la pandemia, cuando gobernó abusando inconstitucionalmente del estado de alarma. Incluso valdría pensar que somos excesivos si Sánchez no hubiera faltado siempre a su palabra y pisoteado el Estado de derecho cuando lo ha necesitado. Es más; hasta podríamos pensar que es una improvisación si no hubiera dicho el 7 de septiembre de 2024 que gobernaría «con o sin» el Parlamento. Finalmente, aprobará el presupuesto de guerra sin las Cortes, y los de siempre lo justificarán, como ha ocurrido cada vez en la historia del autoritarismo de los últimos cien años.

 

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