José Antonio Marina: La inteligencia y la bondad
Los avances científicos son admirables, pero ¿pueden hacerse cargo del destino de la Humanidad? Mi respuesta es no
Cuando me escuchan decir que la bondad es la máxima demostración de inteligencia, son muchos los que piensan que se me han cruzado los cables o que me he dejado llevar de un ternurismo bondadoso. Se equivocan. Pretendo dar a esa afirmación rigor científico, lo que supone previamente una reivindicación del concepto de bondad, que es enérgico, creativo y riguroso, poco apto para blanditos. Me parece importante tratar ahora este tema, no solo por la invasión de listillos, sino por la situación actual de la Humanidad. En este momento se habla de que la especie humana va a ser sustituida por una especie mejor. En las universidades comienza a haber departamentos dedicados al ‘human enhancement’, a la mejora humana. En Europa se habla del ‘transhumanismo’, y en Estados Unidos del advenimiento de la singularidad. No se trata de una mejoría en las condiciones de vida, de un aumento del bienestar, de una disminución del sufrimiento, sino de una humanidad superior.
¿En qué puede consistir ese ascenso? Uno de los promotores de la idea de singularidad, Ray Kurzweil, la define como el momento en que la ciencia y la tecnología aumentarán las capacidades humanas y artificiales, harán crecer exponencialmente el conocimiento y la innovación. Esto se conseguirá por la sinergia de cuatro potentísimas tecnologías: la ingeniería genética, la nanotecnología, la neurología cognitiva y la inteligencia artificial. Ha renacido el positivismo del siglo XIX y su confianza ciega en la ciencia y en la técnica para asegurar el progreso humano. Existe el convencimiento de que los humanos pueden cambiar a voluntad el futuro de la especie humana.
Los avances científicos y técnicos son admirables, pero ¿pueden hacerse cargo del destino de la Humanidad? Mi respuesta es no. La ciencia y la técnica tienen sistemas de evaluación internos. En un caso, los propios criterios de veracidad científica, y en el otro, la eficiencia. Pero en ambos casos son criterios limitados, endógenos. No dicen nada sobre el uso de la ciencia o de la técnica. Pueden servir para mejorar la calidad de vida o para hacer más sofisticada y perfecta la destrucción. La ciencia lo dice tajantemente: debe estar libre de valores. Lo suyo es la objetividad del conocimiento. No son las únicas instituciones benefactoras que padecen esa misma limitación. No me cabe duda de que la democracia es el mejor medio que conocemos para regular la convivencia política, pero tampoco tiene mecanismos internos de evaluación fiables, porque la voluntad de las mayorías no lo es. La clásica distinción entre legalidad y legitimidad recordaba que por medios democráticos se pueden votar atrocidades. Tampoco me cabe duda de que los mecanismos del mercado son los mas eficientes para dirigir la inversión y favorecer la productividad, pero tampoco tienen sistemas de evaluación que lo transciendan. Dejado a sí mismo, el mercado desemboca en monopolios. En resumen, instituciones tan importantes socialmente como la ciencia, la tecnología, la democracia y el mercado, solo tienen criterios de evaluación internos que no aseguran que su funcionamiento no vaya a provocar catástrofes. El mercado puede desembocar en desigualdades injustas, la democracia caer en una injusticia mayoritariamente aceptada, la ciencia elegir una agenda investigadora antisocial y la tecnología ser utilizada con fines perversos. Con razón, el gran jurista Ernesto Garzón Valdés las denominaba ‘instituciones suicidas’. A sabiendas de que voy a herir muchas sensibilidades, añadiré que tampoco podemos estar seguros de que las religiones tengan criterios de evaluación que transciendan su propio ámbito. Las guerras santas, las persecuciones y las inquisiciones lo demuestran. Acabo de leer en la prensa que el presunto asesino de una congresista demócrata en Minnesota era un ferviente cristiano, que posiblemente estaba convencido de estar luchando contra el mal apretando el gatillo.
La situación parece sin salida. Si las instituciones más benefactoras que se nos han ocurrido no son de fiar porque carecen de criterios de dirección que transciendan su propia actividad, ¿donde podemos encontrar un GPS de mayor nivel, un criterio de evaluación de nivel superior, que nos permita juzgar la democracia, el mercado, la ciencia, la tecnología y las religiones? Sin contestar a esa pregunta no podemos hablar de ‘mejoramiento de la especie humana’ y no podemos confiar en que el futuro sea halagüeño. Pero ¿es posible hallar ese criterio de evaluación transcendental? ¿Cómo podríamos fundamentarlo de forma que fuera universalmente aceptable?
Una respuesta sencilla consiste en decir que el marco evaluativo más potente es el ‘marco ético’, al que deben plegarse todas las demás actividades. Pero la palabra ‘ética’ y mas aún la palabra ‘bondad’, están demasiado sobadas, han perdido su prestancia, ni siquiera se sabe lo que significan y mas que salvavidas parecen una argucia para salir del paso sin comprometerse. Por ello, mientras no rehabilitemos estas palabras, me gusta evitarlas y hablar directamente de ‘la máxima demostración de la inteligencia humana’.
De nuevo esta afirmación puede resultar presuntuosa y arbitraria. ¿En qué me baso para hacerla? Resumiré el argumento que he desarrollado en ‘La vacuna contra la insensatez’. En cada paso el lector puede dar su conformidad o negarla. Primer paso: El objetivo de la inteligencia es resolver problemas. Si lo acepta, podemos continuar. Los problemas pueden ser teóricos o prácticos. La diferencia está en que los teóricos se resuelven cuando conozco la solución, mientras que los prácticos no se resuelven cuando conozco la solución, sino cuando la realizo, que suele ser lo mas difícil. ¿Seguimos? Los problemas prácticos más universales, urgentes, y complejos son los que afectan a la felicidad humana. Para resolverlos, tenemos previamente que cumplir las condiciones de su posibilidad, lo que los ilustrado llamaban «felicidad política». Es evidente que en Ucrania o Gaza no se cumplen esas condiciones y la gente no puede ser feliz. Si están de acuerdo, podemos continuar. Llamamos ‘ética’ a las mejores soluciones que se nos han ocurrido para resolver esos problemas, y llamamos ‘bondad’ a la puesta en práctica de esas soluciones. De ello se encargan los ‘justos’, las personas que ponen en práctica la bondad, por lo que podemos concluir que encarnan la máxima demostración de inteligencia.
El castellano es muy fino hablando de estas cosas. Distingue el listo del inteligente. Podemos decir «no te pases de listo», pero no podemos decir «no te pases de inteligente». El listo va a lo suyo, el inteligente busca lo universal. El haber glorificado al listo y menospreciado al inteligente, es nuestra más colosal demostración de insensatez. Y debemos protegernos de ella.