José Antonio Marina: Redes inteligentes y redes estúpidas
Las nuevas tecnologías están favoreciendo un fenómeno análogo, que denominaré: vivir en ‘estado de red’. Se ha olvidado una verdad evidente: no todas las redes son iguales
Los seres humanos hemos vivido siempre en redes: familiares, clientelares, vecinales, profesionales, comerciales. El fenómeno no es nuevo. Lo que es nuevo es la extensión y penetración de las redes electrónicas, y el tiempo y la atención que se les dedica, que está produciendo fenómenos psicológicos y sociales que merecen ser estudiados con detenimiento.
Cuando comencé la universidad, leíamos mucho a Maurice Merleau-Ponty, un influyente filósofo, fenomenólogo, existencialista y marxista a ratos. Decía que una persona es lo que es y el conjunto de relaciones que es capaz de establecer. De la calidad de esas relaciones dependía su calidad personal. Esa idea se ha perdido en el masivo enredarse actual. Se ha olvidado una verdad evidente: hay redes inteligentes y hay redes estúpidas.
Tras siglos de estudiar la inteligencia individual, hemos llegado a la conclusión de que era una abstracción, porque toda inteligencia real se desarrolla en un entorno social que la estimula o la bloquea. Por eso, a todos nos interesa vivir en entornos lo más inteligentes posible. Entre ellos se encuentran las redes sociales. Su inteligencia depende de la calidad de la información transmitida, pero no solo de eso.
Tras siglos de estudiar la inteligencia individual, hemos llegado a la conclusión de que era una abstracción
La ‘teoría de redes’ muestra que todas están compuestas de relaciones y nodos, que son aquellos puntos en los que convergen varias relaciones, es decir, donde se unen los hilos de la red. En una red de metro, serían las estaciones de enlace. Lo peculiar de las ‘redes sociales’ es que los nodos son personas, es decir, puntos que pueden ser más o menos activos. Con la información recibida, cada uno de ellos puede hacer varias cosas: bloquearla, transmitirla exactamente o cambiarla. También puede verter información propia a la red. Manuel Castells ya advirtió hace tiempo de que los usuarios de las redes podían ser ‘actuantes’ o ‘actuados’. Activos o pasivos. Y Jaron Lanier, uno de los más creativos técnicos informáticos, alerta contra el ‘rebaño digital’.
Estado de sugestibilidad
Conviene recordar en este punto lo que la psicología nos dice acerca de las relaciones sociales. Es bien conocido que personas responsables pueden entrar en un peculiar estado, que denomino ‘estado de masa’. Gustave Le Bon estudió el sorprendente hecho de que personas inteligentes, razonables y libres, pueden actuar de manera inesperada cuando se integran en una multitud. Mientras se encuentra en ese estado, el individuo pierde su identidad, sufre un contagio emocional y se halla en estado de sugestibilidad. Le Bon critica duramente esta situación: ”Por el solo hecho de formar parte de una multitud, el hombre desciende varios escalones en la escala de la civilización. Aislado, era quizás un individuo culto; en multitud, es un individuo instintivo y, por consiguiente, un bárbaro”. Quede claro que Le Bon no condena la comunicación, ni la colaboración ni la convivencia libre. Lo que teme es la pérdida de racionalidad y libertad de las personas que se sitúan en ‘estado de masa’.
La ‘teoría de redes’ muestra que todas están compuestas de relaciones y nodos, aquellos puntos en los que convergen varias relaciones
Las nuevas tecnologías están favoreciendo un fenómeno análogo, que denominaré: vivir en ‘estado de red’. Propongo llamar personalidades reticulares a las que están demasiado tiempo en ese estado. ¿Cuáles serían sus rasgos principales? (1) La dependencia de la red, lo que he llamado ‘hiperactividad conectiva’, que es la necesidad de estar recibiendo continuamente mensajes y respondiendo a ellos, (2) la impulsividad en la respuesta, (3) la dificultad y el poco interés en distinguir lo real de lo virtual, que ha dado lugar al fenómeno de la posverdad, (4) una difuminación del ‘yo personal’ y de la intimidad, a favor de una hipertrofia del ‘yo social’, que necesita estar continuamente siendo refrendado por el resto de la red. ¿Se le ocurre algún rasgo más?
El sometimiento a las redes, la incapacidad de ofrecerles resistencia, hace a las personas influenciables, por eso aparece ese ridículo rol de los ‘influencers’. La extensión del fenómeno hace que se convierta en objetivo prioritario de la educación fortalecer la personalidad frente a la red, educar el sentido crítico. Sin embargo, como he analizado en ‘El bosque pedagógico’, una parte de la pedagogía está también fascinada por las redes, con el riesgo de olvidar la necesidad de educar la personalidad no licuada. El pensamiento posmoderno reivindicó una ‘personalidad ameboide’ capaz de adaptarse a todo, pensando que era el colmo de la libertad, cuando es en realidad el colmo de la vulnerabilidad.