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José Antonio Viera-Gallo: Los idus de marzo

Aquí estamos iniciando un mes del cual se habló sin cesar en el verano. En esas conversaciones primaban las conjeturas. Ahora empezamos a vivir la realidad. No ha desaparecido la incertidumbre ni el riesgo.

A los factores  internos se ha sumado la amenaza de una pandemia de dimensiones aún desconocidas, pero que se expande rápidamente y que ha golpeado fuertemente la economía mundial. El peso pierde valor frente al dólar y el comercio exterior  se ve afectado. Viviremos tiempos de restricción económica.

Es el año de la rata según el calendario chino, animal astuto que sabe sortear los peligros.

En el cuadro interno lo prioritario es restablecer un área de consenso democrático – como afirmó Felipe González – que facilite el funcionamiento del país y el trabajo de las instituciones. A ese propósito obedeció el llamado que numerosas personas de oposición hicimos recientemente y que ha sido valorado por moros y cristianos. Las críticas no han apuntado a su contenido. Cuando no han caído en la descalificación, han obedecido a la forma habitual en que se mueven los actores políticos.

Como indicaba la encuesta del CEP, la mayoría valora los acuerdos que permitan enfrentar los desafíos del país y avanzar en la solución de los problemas de la gente, como ocurrió con la reforma tributaria y debiera suceder con la reforma previsional y de salud y el salario mínimo. Es de esperar que la envergadura de esos cambios se con diga con la magnitud de las causas de los problemas que deben resolver.

El desafío constitucional se encuentra encauzado. La campaña por el plebiscito está en sus inicios y hasta ahora ha transcurrido normalmente, salvo algunos atentados o agresiones contra Daniel Jadue y Mario Desbordes. Llama si la atención la heterogeneidad de las fuerzas que están por el apruebo y la división de la coalición de gobierno, incluso en el gabinete.

La mayor incógnita está en el accionar de los grupos violentos, que incluso en el verano actuaron en varias ciudades. Poco sabemos sobre su organización y sus propósitos. Hay una carencia de datos empíricos, pese a la proliferación de libros sobre el estallido y sus causas.

Tampoco sabemos quienes están detrás, quienes les dan sustento, financiamiento y apoyo logístico. Su carácter fluido y en cierto grado espontáneo, dificulta su conocimiento. No emiten documentos, no dan a conocer planteamientos y carecen de líderes públicos.

Su relación con las manifestaciones ciudadanas es cambiante. Los encapuchados se insertan en marchas y concentraciones desafiando a la policía. A poco andar, desalientan las protestas pacíficas y se toman el escenario provocando una violencia nihilista. Es posible que esos grupos extremos estén infiltrados o sean manipulados por fuerzas oscuras interesadas en desestabilizar la democracia, como ha ocurrido en otros países. En el mundo de la violencia nadie sabe para quien trabaja.

Es indispensable que quienes organicen manifestaciones en marzo y abril separen aguas con los violentos y no permitan su presencia. En este punto no caben vacilaciones, ni medias tintas.

Por su parte, la policía tiene que sacar las consecuencias de su actuar, sobre todo poniendo fin a todo abuso de poder. Su objetivo es defender a los ciudadanos. También a los manifestantes. Y contener y detener a los que siembran la destrucción.

Es fundamental que el país supere la emergencia, haga los cambios sociales exigidos por la gente, desbarate a las organizaciones violentas y que el próximo plebiscito pueda transcurrir correctamente.

Todos tenemos responsabilidad. No sólo el mundo político o el Gobierno. Comenzando por el uso no agresivo del lenguaje, por las actitudes dialogantes y la disposición al entendimiento. Nadie tiene la verdad y todos debemos cuidar la convivencia. Así como debemos respetar las autoridades, podemos exigir de quienes detentan cargos una actitud responsable y prudente en estos tiempos de crisis. Especialmente por parte del Presidente.

Chile tiene la capacidad y la reserva moral suficiente para transformar la crisis en una oportunidad de progreso. Hay que transformar el descontento en esperanza, la desconfianza en compromiso y la rabia impaciente en esfuerzo transformador.

Es el desafío de las nuevas generaciones.

 

 

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