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José Joaquín Brunner: El plebiscito: un hito democrático – ni más ni menos

El plebiscito mismo ha sido un hito importante pues significó una afirmación del voto ciudadano y la convivencia democrática y un rechazo de las alternativas violentas y la ambigua vía que invita a usar todas las formas de lucha, dentro y fuera del ordenamiento institucional.

I

El plebiscito de hoy 25 de octubre ya quedó bautizado en el laberinto de la memoria nacional: ha sido designado —por la prensa, los medios de comunicación, el estamento opinante y la élite política— como un hecho histórico. Antes siquiera de conocerse su resultado —desde temprano en la mañana— ha sido proclamado como tal y destinado a la galería de efemérides nacionales.

Curioso, dirá más de alguien, que un proceso llamado a resolver una materia controvertida por mayoría de votos sea considerado digno de pasar a la historia (en ese sentido, histórico), con absoluta independencia de cuál sea el número de ciudanos que manifiesta su voluntad de aprobar o rechazar. Parafraseando el dicho de los economistas, puede concluirse que la opinión pública anticipó el resultado, da por descontado que ganará el Apruebo e internalizó el hecho que de allí derivarán efectos impredecibles.  Todo esto presupone, desde ya, una rotunda afirmación democrática, justo en un momento en que muchos dicen descreer de la democracia y de sus mecanismos de soberanía popular.

Al adelantarse a la contabilidad de los votos, la opinión pública encuestada comunica —y quienes para opinar se inspiran en ella deberían escuchar— que el centro de gravedad del momento actual radica en el proceso mismo que está en curso y no en su resultado, perfectamente previsible. Sabe, por tanto, que mañana y la semana que viene no serán en nada distintos a ayer y anteayer, quizá para algunos con nuevas expectativas y para otros con redoblados temores.

De hecho, esto ratifica que, desde el punto de vista del análisis, el acto plebiscitario adquiere connotación histórica más bien por sus precedentes y consecuencias antes que por el balance cuantitativo de los Apruebo y Rechazo. Su significado está antes y después de producido, y no cuando se dé a conocer la votación.

II

Efectivamente, la gestación del plebiscito fue el primer parteaguas: entre la continuación de una revuelta antisistema, violenta y destituyente, promovida a la sombra de la protesta social, y una salida pacífica al conflicto a mediano plazo a través de un proceso constituyente. Esta disyuntiva fue resuelta en favor del camino institucional, mediante un amplio acuerdo de las fuerzas políticas, con excepción del PC y una parte del Frente Amplio. Ambos preferían seguir, de manera más o menos explícita, un camino intermedio, donde la protesta y sus secuelas de violencia apuraran  el cambio institucional.

Hoy dichas fuerzas participan en el plebiscito pero conservan su ambigüedad frente al camino institucional. Entre ellas algunas habrían preferido hacerlo en una asamblea constitucional nacida de la rebelión en las calles, dotada de la legitimidad emanada de las masas movilizadas. Su anhelo, en efecto, es llegar a una refundación constitucional, tal como hizo Pinochet, para lo cual mantienen el pie derecho dentro de la legalidad formal mientras el pie izquierdo permanece en la calle, empujando la posibilidad de una ruptura institucional a través de la presión popular.

Durante el año transcurrido desde el momento del acuerdo de noviembre pasado también las fuerzas políticas que lo suscribieron han ido definiendo sus posturas y expectativas frente al plebiscito.

Los partidos de derecha concurren divididos a este acto; una mayoría, encabezada  por la UDI, participa pero para rechazar  el cambio constitucional, ya sea frontalmente o bien con una apertura mínima hacia modificaciones solo parciales del actual texto; una minoría, en tanto, favorece el apruebo, declarándose partidaria de disputar, con sus propias ideas, la formulación del nuevo orden constitucional. Algunos lo hacen, probablemente, por motivos tácticos; otros con la convicción de que es hora de rehacer el pacto constitucional en términos de un reformismo moderado.

La centro izquierda, agrupada en torno al núcleo de partidos de la ex Concertación (PDC, PR, PPD y PS) más el PRO liderado por Enriquez-Ominami y Ciudadanos, una fracción liberal-progresista, se manifiesta consistentemente a favor de una nueva Constitución y reivindican la idea del plebiscito como propia. Concurre con entusiasmo a votar por el apruebo y aspira a una renovación integral de la Constitución, con base en acuerdos en torno a su propuesta de Estado social de derechos garantizados y un fuerte régimen público (estatal) en todas las dimensiones de la sociedad. Es probable que en su interior algunos grupos se sientan más próximos a las posturas PC+FA, prefiriendo haber llegado al plebiscito en un frente unificado de izquierda de tono más rupturista. Este clivaje tenderá a manifestarse insistentemente durante los próximos meses mientras se libra una batalla ideológica por la orientación de la izquierda y su programa.

Al extremo del rupturismo se mueven algunos grupos de ultra izquierda que perciben el plebiscito como una derrota, un apaciguamiento de la lucha de clases y un momento de expansión democrática que atrae a la población hacia el espejismo del camino institucional, despotenciando su energía revolucionaria. En sus comunicados previos al plebiscito, estas organizaciones denuncian a este acto como una farsa que busca frenar la protesta social y a su primera línea. El 18-O recién pasado volvieron a la calle imaginando que con sus propias acciones violentas podían afectar la participación en el plebiscito y dañar su legitimidad. No ocurrió así pero puede esperarse que vuelvan intentarlo la noche del domingo, con el propósito de recuperar la atención de los medios de comunicación.

III

En suma, lo histórico del 25-O reside en el hecho de ser un hito crucial (pero momentáneo) dentro de un proceso en curso, de más larga duración, a través del cual se expresa la intensa lucha política que se libra en torno a las bases del futuro ordenamiento constitucional de la República. Falta mucho todavía para saber cómo ese proceso será elaborado y conservado en la memoria de la nación. Por ahora, lo único que existe son interrogantes abiertas.

Conocido ya el desenlace del plebiscito, contados los Apruebo y Rechazo, ¿qué interpretación de los resultados  prevalecerá? Los niveles de participación, ¿mejoran o tensionan aún más la confianza en la democracia y su capacidad de procesar los conflictos sociales? La disparidad de votos entre las opciones en juego, ¿favorece o perjudica el proceso político hacia una nueva Constitución?

¿Podrá consolidarse un camino pacifico, reglado, de intensa competencia y sucesivos acuerdos hasta desembocar en una nueva Carta Fundamental? Y ésta, ¿será al final producto de una evolución organica o de una mutación que resulta en una nueva variedad, por ejemplo, de régimen político o de modo de organizar la economía?

¿Se conseguirá un acuerdo constitucional amplio o se impondrá un empate catastrófico  con vetos cruzados que paralizan el proceso? ¿Se crearán cauces amplios de participación para procesar las opiniones de la ciudadanía o se escuchará solo a la opinión pública encuestada? Llegado el momento, ¿logrará funcionar la convención constitucional o mudará en asamblea popular, desbordada por las fuerzas de la violencia anómica y la movilización permanente en las calles?

¿Estará el estamento político a la altura de los desafíos que vienen? ¿Surgirán liderazgos renovados en todos los sectores capaces de establecer nuevas redes de gobernanza democrática, como ocurrió tras el plebiscito de 1988? ¿Se creará un nuevo ciclo económico-político de larga duración, con efectos transformadores tan potentes como aquel que se inauguró en 1990?

¿O continuará primado la absurda creencia de que el país del 2020 es el mismo de 1990 (¡son 30 años!) y aquel una mera prolongación del modelo (neoliberal) de la dictadura, con lo cual estaríamos por completar casi medio siglo de reproducción de un mismo sistema de dominación, con las mismas desigualdades y violencias estrucurales, y una misma institucionalidad subyacentemente autoritaria que necesitaría experimentar un quiebre para liberar a esa sociedad sometida?

Los días históricos están por venir. Y cómo vayan a quedar registrados en la memoria colectiva dependerá del camino que finalmente se imponga y de la forma como avancemos por él. El plebiscito mismo ha sido un hito importante pues significó una afirmación del voto ciudadano y la convivencia democrática y un rechazo de las alternativas violentas y la ambigua vía que invita a usar todas las formas de lucha, dentro y fuera del ordenamiento institucional.

 

 

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