José Martí, el opositor
La dictadura es incompatible con el pensamiento martiano, porque el Apóstol, amante de la libertad y la dignidad del ser humano, es la antítesis de un régimen de esclavitud y opresión
SAN JUAN, Puerto Rico. – Recientemente, el régimen cubano detuvo a varios opositores por distribuir en las calles hojas sueltas con pensamientos de José Martí. Se trata de una afrenta a los valores, cultura e historia de nuestro país que pone de manifiesto el carácter anticubano y antimartiano del castrocomunismo.
Desde sus comienzos, la dictadura ha manipulado el ideario de Martí citando sus pensamientos a conveniencia y hasta distorsionándolos, acomodaticiamente, como mampara para ocultar su opresivo sistema. De igual forma, se han censurado aquellas partes de sus obras completas que criticaban y alertaban sobre los peligros de la futura esclavitud del socialismo.
En comentarios sobre la obra La Futura Esclavitud, de Herbert Spencer, Martí señaló: “De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del Estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios (…). Esclavo es todo aquel que trabaja para otro que tiene dominio sobre él y en ese sistema socialista dominaría la comunidad al hombre, que a la comunidad entregaría todo su trabajo”.
Y es que, para Martí, la libertad de los hombres era como un templo sagrado. “El respeto a la libertad y al pensamiento ajeno, aun del ente más infeliz, es mi fanatismo: si muero o me matan, será por eso”, sostuvo el Apóstol, quien definió la libertad como “el derecho que todo hombre tiene a ser honrado y a pensar y a hablar sin hipocresía”.
Sí Martí viviera en la Cuba de hoy sería, indiscutiblemente, un opositor, pues la tiranía es incompatible con esos principios por los que dedicó y dio su vida. De hecho, siendo un jovencito, en plena Guerra de los Diez Años (1869), lanzó El Diablo Cojuelo, publicación desde donde criticaba los abusos del coloniaje español.
En su juventud también publicó, en otro efímero periódico clandestino llamado La Patria Libre, el poema Abdala, donde llevara la situación de Cuba en aquella época a tiempos remotos, a un supuesto país que llamó Nubia. En Abdala, representó la situación que vivía la patria, para así expresar el sagrado deber de libertarla:
“Por defender su libertad me aguarda
Un pueblo extraño nuestras tierras huellas:
Con vil esclavitud nos amenaza;
Audaz nos muestras sus potentes picas,
Y nos manda el honor, y Dios nos manda
Por la patria morir, ¡antes que verla
del Bárbaro opresor cobarde, esclava!”
Por causa de ese poema y de su activismo en oposición al régimen opresor que imperaba en la Isla fue a prisión en 1870. Con apenas 17 años, recibió una condena de seis años de cárcel con trabajos forzados en las canteras de San Lázaro.
Un año después, en 1871, quizás por su corta edad, fue deportado a España. Desde ese exilio continuó su oposición, publicando sus memorias del presidio político. Relató los incidentes y maltratos que sufrió el día de su arresto, similares a los que hoy la tiranía perpetra a diario contra opositores cubanos: “Ser apaleado, ser pisoteado, ser arrastrado, ser abofeteado, en la misma calle, en la misma ventana donde un mes antes recibíamos la bendición de nuestra madre”. ¿Acaso no es esa la misma tétrica estampa que día a día nos denuncian los disidentes en Cuba?
La dictadura es incompatible con el pensamiento martiano, porque Martí, amante de la libertad y la dignidad del ser humano, es la antítesis de un régimen de esclavitud y opresión.
Hoy día, José Martí, extrapolado a la triste realidad de la patria cubana, estaría esgrimiendo su brillante pluma para denunciar la infamia del régimen y exigir justicia y libertad para el pueblo cubano. O protestaría en las calles del país portando un letrero denunciando los abusos de la tiranía y reclamando las libertades y derechos humanos conculcados.
Para el Apóstol de la Independencia de Cuba “la tiranía es la misma en sus varias formas, aunque se vista en algunas de ellas de nombres hermosos y de hechos grandes”. Martí estaba consciente de que “los hombres que ceden no son los que hacen a los pueblos, sino los que se rebelan” y que para alcanzar la liberación de la patria solo hay un camino: “La libertad cuesta muy cara, y es necesario o resignarse a vivir sin ella o decidirse a comprarla por su precio”, porque, ante la opresión, “los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan…”.
Quizás lo veríamos sufriendo, junto a muchos compatriotas, los rigores del presidio político, o exiliado en algún país libre, trabajando por retornar con dignidad a la patria para llevar la antorcha de la libertad y los derechos humanos al sufrido pueblo cubano. O tal vez lo hubiesen fusilado en un infame paredón o asesinado vilmente, como les ha ocurrido a muchos opositores. O quien sabe si hubiera vuelto a morir en la confluencia de otros dos ríos, quizás en aquel Escambray glorioso.
La lucha de Martí en el escenario patrio de hoy sería para que, una vez alcanzada la libertad, se forje una Cuba “con todos y para el bien de todos”, una nueva república asentada en el carácter pluralista como resultado de la voluntad del pueblo expresada a través de elecciones libres. Sobre ello, nos decía: “La República no debe ser el patrimonio injusto de una clase de ciudadanos sobre los demás, sino el equilibrio abierto y sincero de todas las fuerzas reales del país, y el pensamiento y deseo libre de los ciudadanos todos”. Para Martí, la patria “era equidad, respeto de todas las opiniones y consuelo al triste”.
La lucha de José Martí continúa en el corazón de cada opositor, de cada preso político, de cada exiliado, y, en espíritu, en cada mártir victimizado por la tiranía.
Martí, el opositor, vive en nuestros corazones; en el corazón de cada cubano que ama la libertad y la procura para bienestar y felicidad de nuestro pueblo. Él es nuestro faro y guía en el camino a hacia la libertad y la edificación de un nuevo país para el bien y la felicidad de todos los cubanos.