Grupo Maritain / José Rodríguez Iturbe: Los partidos
JOSÉ RODRÍGUEZ ITURBE
“El poder sin autoridad es tiranía”
Jacques Maritain
José Rodríguez Iturbe es un venezolano ejemplar, y un político demócrata-cristiano de amplia y meritoria biografía al servicio de su país; por ello para el Grupo Maritain * es un auténtico honor poder compartir este texto que ofrecemos a continuación de su obra más reciente, “TOCQUEVILLE Y SU TIEMPO – Elementos para su relectura” (Universidad de La Sabana – Editorial Temis, Bogotá, 2015). Un excelente análisis de la vida y obra del gran pensador francés, defensor leal de la democracia, y enemigo de todo autoritarismo y caudillismo.
«Pensar a fondo para orientar la acción política implica un planteamiento a la vez filosófico, histórico y sociológico, unidos a una experiencia de gobierno. Todos esos elementos -aunque en diferente medida, como muestra el libro- se encuentran en ALEXIS DE TOCQUEVILLE y por tal razón nadie mejor que él para servir de apoyo en esa tarea, que es la de RODRÍGUEZ ITURBE. Él es un político venezolano de renombre y con larga experiencia nacional e internacional, un destacado profesor universitario de Filosofía del Derecho, hombre de vastos conocimientos humanísticos y amplia formación cultural. Es, sobre todo ello, una persona de enorme integridad y de juicio profundo, sereno y certero.»
(Del prólogo del libro, escrito por RAfAEL ALVIRA DOMÍNGUEZ, Profesor emérito de la Universidad de Navarra.)
Queriendo destacar apenas algunos puntos fundamentales de su biografía, nuestro querido y fraterno Pepe es abogado egresado de la Universidad Central de Venezuela. Doctor en Derecho Canónico de la Universidad de Navarra, Pamplona, España, Doctor en Derecho (especialidad en Filosofía del Derecho) de la Universidad de Navarra.
Ha sido profesor de Filosofía del Derecho e Introducción al Derecho en la Universidad Central de Venezuela y de Filosofía del Derecho e Historia de las Ideas (Occidente) en la Universidad Monteávila, Caracas, Venezuela. Fue Decano de Derecho de la Universidad Monteávila, Caracas, Venezuela. En la actualidad es profesor de Introducción al Derecho e Historia de las Ideas en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Sabana, Chía, Colombia y Director del Instituto de Humanidades de dicha Universidad.
De larga trayectoria en la vida pública de su Venezuela, fue diputado durante seis congresos consecutivos representando siempre al estado Zulia. Presidió las comisiones de Política Exterior y de Defensa y fue presidente de la Cámara de Diputados durante tres años (1987-1990), así como presidente de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores (CARE). En la Unión Inter-Parlamentaria presidió la Comisión de Derechos Humanos (Tercera Comisión). Ejerció la Secretaría General de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA).
Entre sus textos más relevantes se deben mencionar asimismo: “Crónica de la Década Militar – 1948-1958” (1984); “Maquiavelo y el maquiavelismo” (2011); “Trótsky y el trotskysmo original” (2011); “Tucídides – Orden y Desorden” (2012); y el ya mencionado “Tocqueville y su tiempo – Elementos para su relectura” (2015).
Por muchos años fue asimismo director de la revista de análisis histórico, político y social ”Nueva Política”, y ha sido colaborador de diversos medios de comunicación venezolanos y extranjeros.
*El Grupo Maritain está formado por un grupo de ciudadanos venezolanos, comprometidos con el pensamiento demócrata-cristiano y con las causas de la libertad y la democracia plenas. Sus miembros son: Oswaldo Álvarez Paz, Julio César Moreno León, Sadio Garavini di Turno, Haroldo Romero, Marcos Villasmil y Abdón Vivas Terán.
A continuación, el texto mencionado:
LOS PARTIDOS
Texto tomado de TOCQUEVILLE Y SU TIEMPO – Elementos para su relectura – José Rodríguez Iturbe, (Universidad de La Sabana – Editorial Temis, Bogotá, 2015). páginas 149-152.
Si la naturaleza de la persona humana es social, toda sociedad requiere la política. Y pretender el desarrollo perfectivo de los individuos ciudadanos, aislándolos, con pretendida asepsia, del quehacer por y para lo público, creyendo que así se contribuye a la salud moral de aquellos a quienes se quiere bien, no pasa de ser un desatino, una fuga hacia la irrealidad. Porque no contribuye al desarrollo perfectivo personal un ambiente social público enrarecido o corrompido. Y esas “ausencias”, buscadas y proclamadas, solo facilitan el tránsito y el “éxito” de los que tienen su brújula existencial imantada por la inmoralidad o la amoralidad. Así, por la alergia a lo público, se termina por dejar el campo libre a los deshonestos y se facilita la consideración de la política como algo en sí perverso, que provoca, en quien se acerca a ella, un efecto necesariamente degradador. Entonces la política, como artesanía de la libertad, tiene, en una sociedad dada, sus días contados, porque los partidos sin principios terminan por ser partidos sin política; y, como dijera GUSTAVO PITTALUGA en Diálogos sobre el destino, cuando existen partidos sin política termina por haber una política sin partidos [19].
Alexis de Tocqueville
TOCQUEVILLE no habla de los partidos como lo harían un siglo después LENIN [20], MICHELS [21] o DUVERGER [22]. No intenta hacer, en efecto, ni una teoría del partido (LENIN), ni una categorización formal de ellos (DUVERGER), ni un estudio fenomenológico de su dinámica interna y de sus perversiones oligárquicas (MICHELS). Habla de los partidos en función de su naturaleza instrumental en la búsqueda del poder, pero proyectando, en su consideración y juicio sobre ellos, la visión eticista sobre la cual realiza su esfuerzo de comprensión de los actores de los espacios públicos.
La temática y el enfoque que da TOCQUEVILLE a la política de partidos encierran una enseñanza de gran importancia. Tanto los partidos sin política como la política sin partidos resultan, repito, expresiones de una patología ciudadana, de una pérdida del sentido del servicio en la presencia en los espacios públicos, y, más aún, de la corrupción de la política que la hace rodar por los barrancos sin fin de la politiquería. Tal circunstancia potencia el auge de los individualismos narcisistas y de las prepotencias caudillistas. Ello es grave, porque la política no debe ser campo del estilismo individual. Todo político requiere para la eficacia y continuidad de su acción política, del apoyo institucional de un grupo organizado, como han sido en la modernidad los llamados partidos, como expresión de un sector en el contexto del todo social.
La política es una actividad que se conjuga en plural porque su dimensión es estrictamente comunitaria. Todo trabajo político debe ser, en su esencia, un trabajo cultural; y ello no ocurre cuando no existen (o se ignoran) principios que transmitir o valores que informen la existencia, que eleven la dimensión humana de los sujetos singulares y del conjunto social. TOCQUEVILLE agrega, sentencioso, que los políticos degradados “no tienen principios y son incapaces o indignos de tener un partido”. Porque la autorreferencia de esos tales los lleva a ver siempre la comunidad en su conjunto en función de su narcisismo egolátrico. Es un seudocaudillismo que aniquila el sentido auténtico y profundo de la militancia. Fue JORGE LUIS BORGES quien dijo, en uno de sus poemas, que ‘nadie es la Patria / pero todos lo somos”[23]. Igual puede decir todo militante de las organizaciones partidistas que de veras merecen el nombre de tales, que no deben confundirse con dóciles rebaños humanos para el uso de caudillos: nadie es el partido, pero todos lo somos.
La adhesión militante a un partido supone una disposición al trabajo conjunto por ideales compartidos. Como tal, vivida con rectitud, merece todo respeto. La militancia partidista no es para todos. Es para quienes hacen de ese compromiso parte de su vida, un eje no secundario de su existencia. Es la base anímica de la solidaridad y el cauce concreto del servicio comunitario, social y político. Solo quien tiene o ha tenido la experiencia militante sabe la carga afectiva, de hermandad en la idea, de compromiso en la lucha, que suponen los términos compañero o camarada; es la otredad cercana, el vínculo que supone el esfuerzo común por ideales que nunca se sabe si se verán hechos realidad. La militancia es una decisión personal, libre, pero que entraña siempre no solo un vivir con otros y por otros, sino, sobre todo, un vivir para otros. La vida militante es (y debe ser) una vida sacrificada donde se conjuga el nosotros más que el yo, donde se comparten victorias y derrotas, alegrías y tristezas, sueños y desengaños. La militancia supone pertenencia a una familia política. Y la afirmación de esa familia política no es –en el caso de realidades y mentalidades democráticas y, por tanto, pluralistas- la negación de las otras familias políticas que pueden y deben existir como opciones abiertas a la libre elección de cada quien. La pluralidad de opciones militantes resulta, en el marco de las sociedades democráticas, la garantía contra el cáncer totalitario del pensamiento único. La militancia no da (no debe dar) un sentido de clan cerrado, una mentalidad de ghetto. Es, sí, vía apasionada y compartida para llegar, en la presencia combativa en los espacios públicos, a la empatía ciudadana, buscando que tal empatía sea el cauce de cristalización de las mayorías políticas que todo proyecto de futuro, en su construcción histórica, reclama. El militante (y con mayor razón si es dirigente) no puede decir como el zorro en El Principito de ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY (1900-1944), “Admírame, a pesar de todo”, sino como El Principito: “Busco amigos” [24]. La militancia, como opción, está en la dimensión de apertura, no en la de clausura, de toda personalidad. Supone la conciencia de que cada quien requiere de los demás para perfeccionarse y que debe dar lo mejor en búsqueda del bien común. La militancia no es, por ello, solo un compromiso político; es, sobre todo, un compromiso moral, una respuesta a una ética exigencia histórica. Por eso, la militancia impone el juicio crítico de radicalidad ética sobre las conductas derivadas del vínculo político.
La militancia, en efecto, no es, para seguir con las comparaciones literarias, como la masificada inercia que provoca embelecos absurdos, masificación zoológica, como en la leyenda del final del tiempo plenomedieval del Flautista de Hamelin, inmortalizada en la pluma de los Hermanos Grimm [25]. El sentido de la militancia no es el gregarismo instintivo; es el del compromiso en una causa común tendente al fin social. Así, el que adhiere a un partido, más allá de las reacciones pasionales de un momento, lo hace con libertad, sumándose –con su razón y su voluntad- a los demás militantes. La adhesión militante es resultado de una decisión moral que lleva al compromiso político. Compromiso en el empeño de contribuir a la búsqueda del bien de todos, no de una persona o de un grupo. El militante, si lo es como debe ser, no solo sigue personas: sigue, sobre todo, principios, valores, ideas y programas. Por ello, sigue a personas en cuanto considera que, en un determinado momento y en un pueblo preciso, esas personas encarnan mejor que otras los principios e ideas que constituyen el faro rector de su existencia. Cuando las banderas de un partido reflejan esos principios e ideas en sus manifiestos programáticos, el partido político será verdaderamente una comunidad de conciencia con conciencia de comunidad.
Se desdibuja la naturaleza de un partido político cuando se califica de tal a agrupaciones que son simplemente reflejos del atractivo de caudillos o vulgares comanditas de intereses. La affectio societatis termina, en esos casos, con la elipse del caudillo o con la evaporación de los intereses que constituían el único factor de amalgama de un conjunto humano pintoresco (por decir lo menos). En realidad, semejantes conjuntos humanos no son partidos, sino conjuntos potencialmente fanatizados o gangsteriles, porque la sumatoria de voluntades no se hace en función del empeño sacrificado por el bien común, sino para la búsqueda obscena del beneficio de los agrupados; obscena, digo, en cuanto subordina –en la teoría y en la praxis– al cálculo y objetivo particular de minúsculas cúpulas dirigentes carentes de salud moral toda la dimensión del fin social, reduciendo este, cuando no degradándolo, por una visión absolutamente egoísta.
[19] Cfr. GUSTAVO PITTALUGA (1876-1956), Diálogos sobre el destino. La Habana, Cámara Cubana del Libro, 1954.
[20] Cfr. VLADIMIR ILICH LENIN (ULIANOV) (1870-1924), “¿Qué hacer?”, en Obras Completas, tomo 6 (trad. Del Instituto de Marxismo-Leninismo adjunto al Comité Central del Partido Comunistas de la Unión Soviética), Moscú, Ed. Progreso, 1981, págs. 1-203.
[21] ROBERT MICHELS (1876-1936), Les partis politiques. Essai sur les tendances oligarchiques des démocraties (trad. del alemán por Sophie Kankélevich (1953), Bruxelles, Ed. De l’Université de Bruxelles, 2009.
[22] MAURICE DUVERGER (1917-2014), Los partidos políticos (trad. De Enrique González Pedrero (1930), México, Fondo de Cultura Económica (FCE), 1965.
[23] Cfr. JORGE LUIS BORGES (1899-1986), en su poema “Obra escrita en 1966”, en El otro, el mismo, en Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1974, pág. 939.
[24] Cfr. ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY (1900-1944), Le Petit Prince (1943), París, Gallimard, 1950, cap. XXI.
[25] Cfr. JACOB GRIMM (1785-1863) y WILHELM (1786-1859), El flautista de Hamelin (version castellana de LILIANA VIOLA (1963), Buenos Aires, Colihue, 2005.